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Columnistas  |  30 septiembre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

El antes y el hoy

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Aldemar Giraldo

Aldemar Giraldo Hoyos

 

Me tocó el fútbol en los peladeros, con reglas exclusivas en cada “cancha”, sin árbitros, con o sin camiseta, con o sin guayos, con o sin portería; los dos mejores de la barra no podían estar en el mismo equipo, cada uno para un lado y con poder para escoger los jugadores; como era medio “malo” me dejaban para lo último, o me ponían de arquero y sufría como un diablo, pues me tenían que cambiar rápido antes de que nos “llenaran”. Sentía vergüenza cuando decían: “Les encimamos a Giraldo”.

Sólo permanecía la jornada completa cuando jugábamos con mi balón; a propósito, a cada momento se le salía el pitón y era urgente acomodarle la “ruana” para evitar que se desinflara del todo. No había árbitro, las faltas eran marcadas a gritos; si alguien me pegaba una patada, tenía que gritar como marrano moribundo y estremecerme en el suelo, de lo contrario, el partido seguía, como si nada hubiese pasado; los demás golpes, como codazos, rayones en la rodilla, zancadillas, trompadas a la carrera o “sacada de aire”, eran totalmente normales; si alguien reclamaba era “un llorón” o “una señorita”.

La altura y el ancho de la portería eran imaginarios; la mayor parte de los tiros al arco “pasaban por encima o “daban en el poste”; la línea de sentencia estaba 20 centímetros detrás del arquero y no existían tiros de esquina ni saques de banda; los tiros desde el punto penal eran decididos por los más fuertes y los cambios de jugadores eran decisión del dueño del balón o del mejor de cada bando. El tiempo no se medía con reloj, sino con el cansancio, de allí que un “picadito” pudiese durar, tranquilamente, 4 o 5 horas; eran muy comunes los “alargues”, como también, “gana quien haga el último gol” sin tener en cuenta lo hecho hasta el momento. Recuerdo partidos que teníamos que suspender porque no se veía el balón de cuero café o porque la mamá venía hasta la cancha a “hacer entrar” al dueño del balón; este propietario era la persona más respetada en la cancha y con más derechos que el exprocurador Ordóñez.

Algo aburridor era que si uno disparaba al arco y la pelota caía tres o cuatro cuadras abajo o encima de un entejado, había que ir a buscar el balón; si esto no se cumplía, se estaba firmando la salida del partido por incumplido y “voliador”.

Hoy las cosas son distintas, no sé si mejores o peores; desaparecieron los peladeros y fueron reemplazados por Unidades Deportivas o Canchas Múltiples, unas veces, con grama sintética y, otras, con cemento pela rodillas; ya no hay picaditos de barrio ni partidos de cinco horas; las barras fueron reemplazadas por equipos alineados en categorías, bien uniformados y con afán competitivo. El reglamento se apoderó de los campos deportivos y aparecieron “jueces” por montones; no quiero decir que sea malo, sino diferente.

El fútbol aficionado ni suena ni truena; hay que buscar patrocinadores por todas partes para poder pagar alquiler de campos deportivos, uniformes vistosos, arbitrajes y desplazamiento de jugadores; los recursos que destina la Federación Colombiana de Fútbol no llegan completos o se pierden en el camino. Sólo importa el fútbol profesional, pues de él derivan grandes cantidades las programadoras y los llamados zares del fútbol; en la rama aficionada hay que hacer rifas para llevar a los niños a competir en otro pueblo o en eventos nacionales.

Llegó la tecnología a los estadios, en donde se juegan los partidos de la Liga Profesional, basada en el uso de cámaras de televisión para analizar jugadas polémicas y corregir la decisión tomada por el árbitro principal cuando sea apropiado; se trata del empleo del VAR (Video Assistant Referee), Videoarbitraje o Arbitro Asistente de Video; su objetivo es evitar errores graves y manifiestos durante el partido.

La revisión está limitada a 4 casos con el juego interrumpido: goles, penaltis, expulsiones directas y confusión de identidad; según algunos, más que ayudar al árbitro, empaña su función y se convierte en el protagonista de muchos partidos importantes; frena el ritmo de los partidos y los jugadores pueden perder la capacidad de concentración; además, pone en tela de juicio la autoridad del árbitro cuando la decisión es contraria; a veces, da la impresión de que los jugadores creen que la autoridad real en la cancha proviene de una máquina y es esta la que toma las decisiones más importantes en un partido. En pocas palabras, el fútbol pierde esa picardía que le es propia.

A veces, en la soledad, añoro los peladeros de antaño, donde sudábamos lo que podría llamarse camiseta, ese juego gracioso y primitivo, sin estrellas y sin fichajes millonarios; esa batalla, casi sin reglas, que nos dejaba exhaustos y listos para el día siguiente. Los héroes éramos nosotros mismos y nadie tenía que adorarnos o arrodillarse ante nuestro goce. Como decía mi abuela: “A la gloria de los más famosos se adscribe siempre algo de la miopía de los admiradores”.

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