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Cultura  |  15 mayo de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La Galería de Armenia, una historia a prueba de demoliciones. Novena entrega

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Como se trata de plasmar ejemplos de las diferentes bondades de esta comunidad, es viable retomar las peripecias del señor Luis Eduardo Saavedra Rodríguez, con el remoquete de Pelotera, un expendedor de cárnicos; nueve hijos de corta edad y una esposa para responder por educación, salud y demás demandas propias de un hogar sólidamente constituido, sin más ingresos que la explotación del puesto de carnes.

Con una austeridad draconiana, los nueve hijos cursaron estudios en colegios privados y universidades idem… una vivienda decorosa al norte de la ciudad y una vinculación de la parentela a las actividades de la Galería, con la determinación de llevar cada semana a dos de los vástagos para familiarizarlos con las instalaciones.

Saavedra vendió su puesto de carnes y alquiló otro para paliar los gastos permanentes. Incursionó en la venta de ganado traído de otros lugares y entregado a los demás expendedores bajo las mismas condiciones de estricto cumplimiento.

La más interesante prueba de solidaridad de los comerciantes de la plaza corrió por cuenta del mismo Pelotera; se accidentó en su vehículo y estuvo inmovilizado seis meses, tiempo en el cual con puntualidad religiosa los compañeros de faenas de ese pabellón y los demás, se ocuparon sin falta de cubrir las obligaciones hogareñas, hasta cuando se repuso para regresar al escenario laboral. Cuando fallecían parientes de los comerciantes o ellos mismos, se cerraban filas para apersonarse de la exequias y demás gastos propios de un funeral. No eran contribuciones del pabellón correspondiente, sino de todos los componentes.

La familia Saavedra cada semana con la madre y dos hijos, por turno, visitaban los puestos de verduras y frutas y luego al interior de los pequeños graneros, los víveres y abarrotes necesarios, con el apoyo de un porteador de los que abundaban en el centro de la plaza. Un agregado curioso, así suene cursi, pero auténtico. No olvidar que a las personas de toda la plaza les gariteaban en portacomidas esmaltados, con el almuerzo y a veces también el desayuno porque nadie iba a la vivienda a alimentarse. Por esta razón, era de común ocurrencia que en los expendios de todos los productos dentro y fuera de las instalaciones se viera a los empleados y propietarios degustando el condumio, transporte encomendado a los más pequeños integrantes de la familia. A todos nos tocó. En esta actividad, Muela de Gallo, un personaje muy majo, vestido de blanco con mulera y cotizas del mismo color, impecable, cargaba una vara acondicionada para varios portacomidas para entregar puntualmente.

De los propietarios de entonces no hay sobrevivientes en apogeo, fallecieron antes del sismo, no se derrumbaron al colapsar la plaza, a instancias de la mano siniestra de los interesados en el espacio ocupado.

Tiempo atrás en la Galería se registró un incendio que consumió algunas estructuras de madera y dejó huellas de humo en las paredes sin afectar la estabilidad de los negocios o de sus titulares.

Un paréntesis pertinente: en algunas columnas precedentes, abordé el tema de retorcida cultura perniciosa. Las personas al morir mantienen per sécula seculórum su condición imperante en vida. El argumento que no hay muerto malo es contra natura. Como fuimos se mantendrá para la posteridad el juicio inapelable del acontecer vital. La muerte no es un pasaporte purificador, dejamos la terrena vestidura y la vida con sus altibajos nos seguirá para el recuerdo. Aclaración necesaria porque al final de estas entregas, con pruebas físicas y testimoniales se publicarán nombres y responsabilidades en los procesos post terremoto, vivos o muertos.

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