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Cultura  |  01 marzo de 2023  |  12:15 AM |  Escrito por: Administrador web

“Si tengo deudas canto y se me olvida que tengo que pagar”

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Por Manuel Tiberio Bermúdez

Es domingo. Buen día para pasear por Cali, pues entre semana “la ciudad amada” es un caos vehicular, un desbarajuste en el cual uno se la juega por entre motociclistas que aparecen de la nada, vehículos que más que rodar, atropellan lo que se les ponga por delante, nubes de taxis que corren, que se estacionan en enjambres en cualquier parte, que no respetan señales de tránsito, y mucho menos a los peatones.

Decido ir  al Parque El Peñon. Allí hay gente amable, artistas, artesanos, personas  que como yo  también encuentran tranquilidad en el lugar.  La brisa suave baja de los cerros y abanica el parque.

El público se acerca a las obras expuestas, habla con los artistas, pregunta precios, hacen comentarios. Siguen hacia donde están los artesanos, miran, tocan, preguntan y en ocasiones,  compran.

El parque es una paleta de colores: los de las obras de arte que refulgen al sol, y que estallan en los ojos de los visitantes;  y los de los atuendos de los paseantes que parecen pinceladas de color dadas aquí y allá.

El parque es alegre, colorido, transitado,  y aunque hay bastantes visitantes no hay algarabía, la tranquilidad del parque pone una sordina a las voces que comentan, o hablan en susurros.

Las mascotas también hacen presencia en la escena. Las traen sus propietarios que las lucen orgullosos y amorosos. Entonces hay caricias para ellos, admiración por los “vestidos” que algunos lucen. Hay perros grandes, medianos, y algunos tan pequeños que a uno le dan ganas de preguntar “¿con cuantas pilas funciona?”. 

El parque es un sitio que induce saludos entre desconocidos, comentarios, y alguna que otra opinión entre los que observan las obras. El parque provoca amistades y genera inclusión, o al menos, eso parece.

Avanza la tarde y entonces asoma José. Va de aquí para allá, mueve un bafle, coloca una base para micrófono, y observa cómo va quedando la distribución de los objetos. 

A José, los expositores del parque lo conocen y le saludan con afecto. “Ese si es un verdadero hombre orquesta” dicen, mientras él termina de organizar el que más tarde será el escenario desde donde  hará que se escuche el repertorio de canciones que ha traído esta tarde para alegrar a los visitantes.

Se apellida Bedoya.

 —José Bedoya —dice—, ese es mi nombre completo.  

Es un asiduo del Parque El Peñon ya que cada ocho días, en el improvisado escenario que él arma,  alegra a los visitantes con melodías que hacen parte de un vasto repertorio.

Hace ocho años que no falta cada domingo para alegrar con su música a la gente que hace una pausa para escucharle, y de paso, dejar en un estuche de guitarra, colocado al pie de la tarima, alguna moneda o billete con que premian la actuación.

La gente es generosa con los músicos; pone billetes y monedas que al final de la jornada permiten “ajustar” un poco el presupuesto de cada uno de los integrantes. José como es empleado, deja que lo recogido se reparta entre los compañeros.

Pero José no actúa solo tiene un grupo que se llama “Los Bedoya”, del que  hacen parte su hijo que toca el bongó y la hija que toca la batería; más los otros componentes de la agrupación. Y como dice el refrán: “hijo de tigre sale pintado” no es de extrañar que sus hijos les guste tocar los instrumentaos pues José toca: bajo, guitarra, piano, y canta “porque la voz también es un instrumento” —me recuerda.

Le gusta presentarse en el Parque porque asegura: “hago lo que más me gusta que es hacer música y también por la gente. Me anima ver a los visitantes contentos, hacer un alto para escuchar el grupo, en ocasiones se ponen a bailar y eso es gratificante para nosotros”.

Pero Bedoya no es un músico improvisado, lleva años en el oficio. “Desde pequeño me ha gustado la música, pues mi papá, Ignacio Bedoya, ha sido músico. Yo como que le aprendí a él ya que cuando se iba a la iglesia a cantar, yo e iba detrás de él y desde ahí me empezó a gustar la música”.

“Me crie en el campo. Desde pequeño en los cafetales de Ginebra, Valle, donde nací,  yo escuchaba a Darío Gómez  y soñaba con alguna vez estar cantando en una tarima. Cargaba conmigo un radio transistor de pilas y las voces de Luis Alberto Posada y Darío Gómez eran mis preferidas. Yo “voliando” machete debajo de los palos de café, me imaginaba con ellos en un estrado, y Dios, después de tantos años de buscar ese sueño, me ha dado la oportunidad de compartir con varios artistas. He estado en ferias de Cali, he estado en muchos pueblos y me he “codiado” con los grandes en tarima”.

La primera vez que puso su talento a consideración fue en Palmira. “Tengo unos familiares que son músicos; “Los Visconti de Palmira” y alguna vez, como para el Día de la Madre se ocupan todos los músicos, yo tenía montadas 6 canciones dedicadas a la madre, y ese día, Jairo, uno de Los Visconti, me dijo: “Bedoya, no hay más músicos, lo necesito aunque se para hacer “bulto”. En la primera tocada me temblaban las manos, sudaba, porque había mucha gente, pero después le cogí gusto y confianza y como decimos nosotros “uno ya se va derecho”.

Pero José se la juega y la busca por todos lados. En la actualidad tiene en Youtube una canción que se llama: “Para ti Cali”, y otra que se llama “Me voy pal Cauca”, ambas de su autoría y se puede escuchar en “Bedoya 2022” canal de Youtube.

José anhela llegar a otros espacios en la música, es consciente de que es un proceso que se da paso a paso, que hay que lucharla, vivir el día a día. “El grupo tiene bastantes seguidores, no nos falta trabajo, pero hay que seguir luchando para alcanzar reconocimientos en el mundo de la música”.

Se siente orgulloso de haber compartido tarima con Luisito Muñoz, con Franci y con otros artistas que él quiere y aprecia.

Pero a José no le dicen el hombre orquesta por los instrumentos que interpreta,  es que hace de todo. Yo le dije a él que es como me decía un abuelo en mi pueblo Caicedonia:  “saspelucarpincantina”, es decir sastrería, peluquería, carpintería y cantina. 

No  todo es fácil, José no puede vivir solamente de la música y por eso trabaja como empleado en una empresa en la que le dan oportunidad de hacer lo que más le gusta tocar y cantar.

La música exige tiempo: hay que ensayar con frecuencia, eso quiere decir que no tiene días de descanso pues estos los utiliza en ensayar o en hacer toques, montar repertorio, etc.  Pero ahí no para su quehacer, también con su grupo realiza labores sociales y en ocasiones trabaja gratis para que alguna Junta Comunal pueda lograr sus objetivos. Además tiene una asociación de cuidadores del espacio público “Asociación Fuerza Disponible” que tiene 800 afiliados y de la cual él es el Presidente y cultiva la tierra en un pequeño terreno que tiene. “Tengo mucho que hacer” —dice sonriendo—.

Sus hijos también siguen sus pasos musicales: “Mi hija, Juliana, de 18 años,  empezó a estudiar técnica vocal, pues le gusta cantar. Mi hijo Daniel de 11 años,  toca el bongó y es un experto.

Compone constantemente y asegura que le gusta cantar un tema de su autoría que se llama “Mi más valioso ser” y que compuso para su mamá. Le pido interprete un poco y entonces canta para mí: “Madrecita querida yo te hice esta canción / con todo mi amor porque eres mi adoración/ y se me rompe el alma cuantas veces te falle´/ perdóname mamá si tus consejos ignoré/…la brisa de la tarde se lleva su cantar”.  Próximamente la estará subiendo a las redes.

A muchos padres no les gusta escuchar que sus hijos quieren ser músicos pues arguyen que en ese mundo hay licor, trasnocho y perdición  a lo que José dice: “A mi si me gusta que ellos hagan música. El comportamiento depende de cada padre y de lo que se le inculque a los hijos. El canto y la música son una profesión como cualquier otra y cuando uno tiene una profesión debe tomarla con responsabilidad y yo le he infundido a mis hijos el ser responsables”.

Admira a muchos artistas del país pero el que más ha marcado su admiración es Darío Gómez, “me gustaba porque cantaba música del pueblo, de nosotros, de los campesinos”.

Sobre el reguetón opina que “es un género que  ha caído muy bien entre la gente joven, y hay que respetar los gustos musicales de cada persona; hay unos reguetoncitos que a mí me gustan, pero no para yo interpretarlo; no es mi estilo musical”.

Le pregunto: ¿qué le pone triste?.

 —Me pone triste haber empezado muy tarde en la música…

—Y que le pone alegre?

—Subirme a un escenario, cantar o cuando hablo con personas que saben más que yo y de las cuales puedo aprender algo.

— ¿Qué piensa del amor?

—Es un sentimiento muy bonito. Del amor tengo cuatro hijos.

—Y qué piensa de la muerte?

—Vea usted, ni siquiera lo he pensado. Con lo del COVID si pensé, pero no en mi muerte sino en la de mis seres queridos. Pienso en mi familia, en mi madre que todavía está viva. En eso si pienso todos los días.

—¿Qué música escucha cuando se toma un vino?

—La de Julio Jaramillo.

Para José, la música lo es todo. “Me llena espiritualmente, me da tranquilidad, me calma, si tengo deudas me agarro a cantar una canción y se me olvida que tengo que pagar —lanza una carcajada para celebrar el apunte—, pero pienso que la música es universal.

— ¿A quién será que no le gusta la música?  —me dice—.

Alguien del público grita: ¡José a cantar!  Apago la grabadora y le agradezco a José Bedoya por su tiempo, por su contar…

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