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Cultura  |  20 noviembre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

El refuerzo

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Un texto de Enrique Álvaro González, integrante del talles de escritura creativa Café y Letras Renata Quindío.

En comienzo le pareció entretenido hablar con él, pero cuando le dijo que quería jugar al fútbol, supo que, en definitiva, Roberto estaba fuera de su control.

– ¡Claro que no te voy a llevar!– le había dicho.

–Pero… ¿Por qué? Si me prometiste hacer realidad mi sueño.

–Bueeno, está bien. Pero…

–Y jugando fútbol es la mejor forma– manifestó Roberto, muy convencido.

–Pues sí, yo te lo prometí, pero, de mentiritas… Jugando–. Explicó Pinocho frunciendo los hombros.

Al día siguiente, se presentó en la cancha donde otros muñecos ya calentaban, ansiosos de empezar el partido. Colocó con desconfianza y en un lugar apartado la tula y la abrió para sacar los guayos.

– ¿Al fin?– Interrogó la voz desde el fondo y Pinocho azorado, miró a su alrededor esperando que los demás jugadores no lo hubieran notado.

– ¡Chito! ¡Chito!– Reprendió y cerró  la tula sin sacar las medias.

– ¡Qué pasa, Pinocho! ¡Vas jugar o no!– Apremió un soldado de plomo que oficiaba de técnico. El aludido metió la mano en la tula, casi sin abrirla, para sacar el resto de los implementos, pero aun así, sintió en la textura de su brazo de madera, la cálida y humana piel de Roberto presionándolo y diciendo siempre lo mismo:

– ¡Llévame a jugar fútbol!

– ¡No puedes!

– ¿Por qué?

–Porque no eres un muñeco.

Y como siempre, Roberto con toda la rabia que puede mostrar un rostro de carne y hueso, respondió:

– ¡Sí! ¡Sí soy un muñeco! ¡Siempre lo he sabido! ¡Soy un muñeco!

El partido con los muñecos a control remoto fue tan duro en su primera parte, que además de terminar perdiendo, los cambios se agotaron en el equipo de Pinocho y solo quedaron en pie los once que había en el campo de juego. Durante el descanso, abrió la tula para sacar el agua y vio a Roberto llorando. Como sabía que por el cansancio del juego, cada cual se lamía sus propias heridas y ni siquiera lo mirarían, lo dejó hablar.

–Si me llevas a jugar, puedo concederte un deseo–. Manifestó Roberto, pero casi al mismo tiempo su nariz se alargó dos centímetros.

Pinocho sonrió con su sonrisa de madera barnizada, miró a los demás, caviló un tanto y comentó como al desgaire:

–Mmm no sé. Tal vez, a lo mejor se pueda.

El segundo tiempo fue de jugadas increíbles. Pinocho logró entenderse con un arlequín de trapo, y este con una bufonada de oro, le centró un balón tan perfecto, que solo tuvo que saltar e impactar con la punta de su nariz para empatar el partido.

Después hubo otras jugadas de similar filigrana del equipo, con las que llegaban al arco adversario y cuando estaban a punto de lograr la ventaja, Pinocho se lesionó.

– ¿Y ahora qué? ¿Qué hago? - Se preguntaba el soldado de plomo al borde de la desesperación, pues al mirar su banco solo veía lesionados. Fue ese momento el escogido por Pinocho para hablarle al equipo sobre Roberto.

La reacción de los muñecos articulados fue desconcertante, pues, aunque se sentían ofendidos por tener que aceptar un refuerzo humano, estaban dispuestos a terminar el partido y ganarlo.

Entre los fanáticos, porque las tribunas estaban a reventar, hubo uno que se introdujo a la cancha para ofrecerle a Roberto algunas monedas de oro a cambio de que no jugara, pero este no se dejó comprar. Más bien le dio al oferente el sabio consejo de sembrarlas para que tuviera su propio árbol de dinero.

Otro fanático, esta vez un osito de felpa, se acercó a ofrecerle un viaje al polo norte, pero también fue rechazado y en cambio atendió la sugerencia de aprender otro idioma, tan necesario hoy por hoy, y el osito duró todo el resto del partido y el alargue, intentando ladrar como perro.

Así y todo, llegó el minuto trece del segundo alargue, cuando el arlequín recobró la armonía de juego y asistió a Roberto para que este marcara el golazo de la victoria.

La alegría fue total y no sobra decir que Roberto fue aceptado de inmediato en el equipo. Cuando fue al camerino donde esperaba Pinocho y le describió la jugada, la adornó tanto, que su nariz alargó otros cinco centímetros.

Desde entonces, Pinocho sacó de la tula a Roberto y siguió paseando con él, todos los días, por las calles de su mundo de juguete.

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