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Cultura  |  21 marzo de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Biblioteca Lleras

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Un texto de Jorge Orrego.

Entré por azar. Un patio amplio separaba el palacete de la calle. En la entrada había una placa que decía: Casa Museo Carlos Lleras Restrepo. Me decidí a visitarla evocando la admiración que mis padres sentían por este personaje histórico.

Además, la mañana estaba muy fría, hacía un viento hostil, y no había un alma; era pues mi mejor opción. Durante un par de horas sería el único visitante, acompañado por un hombre viejo que a la postre resultó haber sido el conductor del automóvil del Dr. Lleras durante décadas.

La casa constaba de tres pisos. Estaba provista por el mismo mobiliario que había acogido a la familia Lleras-De La Fuente. El guía y yo recorrimos los amplios salones del primer piso, bellamente iluminados por ventanales. El guía relataba costumbres y anécdotas de la ilustre familia, así como los estilos y particularidades de los muebles y los cuadros que presidian los espacios.

Cuando ingresamos al comedor, vi una mesa larga con sus asientos dispuesto ordenadamente. Motivado por la solemnidad del sitio, quise hacer un comentario evocador para congraciarme con el guía. Cuando pasé junto a la silla que presidia la mesa, puse mi mano sobre el espaldar, no sin cierta delicadeza y pregunté:

- ¿Entonces acá era donde se sentaba el Doctor Lleras?

- ¡No!, me respondió el guía, con inusitado énfasis. Y enseguida me explicó:

-El doctor Lleras consideraba que era vanidad ocupar la cabecera del comedor. Ese puesto permanecía vacío.

Ahh, exclamé inclinando un poco la cabeza.

Cuando entramos a la biblioteca, empezamos recorriendo un zaguán que tal vez correspondía al ático, repleto de libros a ambos lados. Luego, al llegar a la sala principal, miles de libros nos acogieron desde hermosas vitrinas de maderas y amplios estantes que subían casi hasta el techo.

Mesas dispuestas con sillas se ofrecían a los lectores y algunos sofás recostados a las paredes ofrecían sus mullidos cojines a los lectores perezosos, como este visitante provinciano que quiso guarnecerse de las inclemencias del clima en el hermoso palacete del Doctor Lleras y dejar sus pasos en las alfombras que cubrían el piso de la formidable biblioteca. Hace poco cayó en mis manos un libro denominado “Me encontré en la vida con…”, escrito por Lleras. Es una colección de crónicas sobre algunos de los líderes del mundo con quien Lleras tuvo alguna amistad.

Entre ellos el Che Guevara y Ben Gurrión. Es un libro ameno que recomiendo sin vacilaciones. De su notable primo Alberto Lleras Camargo también leí una autobiografía llamada Memorias. Sin percatarme había iniciado el camino que me llevaría a otra biblioteca.

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