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Cultura  |  16 marzo de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Bailar para sobrevivir y cantar para resistir

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Por Roberto Restrepo Ramírez.

Desde el parque de Sucre y hasta la plaza de Bolívar, sobre la carrera 14 de Armenia, se encuentra la denominada Calle de Cielos Abiertos.

Es un escenario para todo tipo de actuaciones humanas. En especial, para improvisar un baile con fines precisos, como el de Julián, un joven que lucha - como muchos - por la supervivencia diaria.

A una cuadra de la pista callejera escogida por Julián, un conjunto de adultos mayores interpreta música de cuerda y cantan con voz gastada. Hace más de una década ellos cumplen su cita casi diaria, para entonar las canciones de su repertorio tradicional, compuesto por tonadas populares y campesinas. Las suficientes para resistir el embate de la amargura.

Supervivencia y resistencia. Dos condiciones naturales de aquella calle, que todos los días nos regala su versatilidad. Los antecedentes de este corredor citadino se parecen mucho a la ciudad que lo alberga. Ambas fueron determinadas históricamente por el desastre de 1999. Antes, la carrera 14 era transitada solo por raudos vehículos. Igual ocurría en su centro aledaño, que bullía por la congestión comercial en el día y, en las noches, se movía por la diversión en discotecas y la agitación de los trasnochadores, a veces hasta el amanecer. Llegó el terremoto y todo cambió. El agite se trasladó al norte. Calle y ciudad se tornaron caóticas en el día y su panorama es desolador - y temerario - en la noche.

Julián llega a cualquier hora a su estrado accidental. Solo lo acompañan el deseo de conseguir las monedas del sustento diario y la cajita de cartón, que coloca en el piso, para recoger las esquivas propinas. Escoge - con la aprobación de algún dueño de local comercial - el sitio donde suena música bailable de ambientación. Empieza a moverse al ritmo de la versión tropical, ofreciendo un espectáculo único. Gracioso para algunos, emotivo para otros. Solo ello demuestra la inmensa capacidad de sobrevivir. En este caso, Julián baila para comer, para olvidar sus fracasos, para encontrar un sentido a su existencia. Jadeante y sudoroso, horas después, recoge las monedas y se pierde en el tumulto de los alrededores. No sin antes agradecer al administrador del almacén cercano - al discómano de ocasión -  quien facilitó se cumpliera la singular función.

Los tres o cuatro integrantes del conjunto musical son un ejemplo de resistencia. Soportan las inclemencias del tiempo y los días áridos de la contribución económica, la que a veces no llega como ellos quisieran. La vocación musical y la persistencia de sus presentaciones - a veces sin público que los estimule o anime - es la constante. Viajan temprano desde Calarcá y se instalan en un costado de la vía peatonal, por donde caminan las personas y sus preocupaciones. Algunos los ignoran, mientras otros disfrutamos sus sencillos conciertos. Admirable es su sonrisa permanente y su espíritu sereno. Esto, a pesar del rigor del tiempo transcurrido, que ha dejado la marca en sus rostros, desde hace más o menos quince años. En todos los sentidos, ellos encarnan las actitudes positivas, de una de las pocas calles "amables" de Armenia.

 

"Cielos Abiertos", donde bailar, cantar - y también soñar - convierten a este sendero en el mejor recorrido de nuestra cotidianidad. El único periplo de disfrute cultural de todos nuestros días.

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