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Cultura  |  12 diciembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Siempre de la mano

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Un texto de Enrique Álvaro González, participante del taller de escritura creativa Café y Letras Renata.

Comencé a crear historias hace muchos años en tierras lejanas y frías donde los aromas eran diferentes y el reto consistía en contar a diario una película distinta en cada recreo a otros niños que estudiaban conmigo. Nunca supe si ellos se preguntaron cómo hacía yo para ver tanto cine que no salía en cartelera, porque la creaba mientras narraba lo cual dependía de qué podía ganar con el relato. No era gran cosa, pero en esos años de los estudios primarios, una melcocha, un pan o cualquier golosina, ameritaban la invención.

Con los años descuidé las acciones del celuloide y como ya no contaba con público en los recreos, empecé a llenar cuadernos con relatos vividos, copiados, o creados, que con los años vinieron a ser herramienta de mi trabajo en la tertulia de los viernes y del trabajo literario personal que adelanto desde 1989, cuando gané un concurso de cuento en Bogotá, que me vinculó a mi primer taller de escritura creativa.

Mis primeras tachaduras y correcciones con la literatura en el Quindío, los di gracias a la invitación del profesor Carlos Fernando Gutiérrez, quien después de conocer uno de mis relatos, consideró, vaya uno a saber por qué, que yo tenía cualidades para iniciar este camino en su taller. Era el año 2009; el grupo pertenecía entonces a la “Red Nacional de talleres RENATA”, que hoy conocemos como RELATA. Quiere decir, que comencé mi nuevo aprendizaje dos años antes de que naciera “café&letras renata” donde junto a mi amigo Miguel Rivera y su señora Gloria, me dediqué de lleno a la escritura.

Desde la primera sesión y parafraseando a Capote, advertí que “aunque yo creía escribir más o menos bien, supe que no sabía, cuando me enteré lo que significa escribir con arte”. Desde entonces han sido constantes la instrucción, los ejercicios, escrituras, correcciones en mi taller invisible, reescrituras, nuevas correcciones, lecturas narrativas y de las que escriben quienes saben, para aprender a escribir con creatividad.

Son muchos los momentos gratos de estos diez años. La emoción del primer texto publicado en la región, en mi caso, “Policarpo”, junto con los de otros aprendices de escritores, los logros alcanzados a nivel personal, como terminar mi primera novela corta y lo mejor… la satisfacción que siento al comparar mi escritura actual con la de hace doce años o más, y notar que la diferencia cualitativa es enorme. Gracias a esa diferencia lograda con la disciplina y el trabajo que hacemos en el grupo, he publicado dos libros de crónicas y uno de cuentos, meta añorada desde que alguien me convenció de tener talento para la narrativa.

En otro aspecto, siento un inmenso orgullo por haber conversado, “en vivo y en directo” con acreditados escritores de talla regional y nacional, invitados por “café&letras renata”. En sus conferencias recibí consejos para mejorar mis relatos, escuché de su voz que las barreras se deben superar, empezando por sí mismo para que el resto sea más fácil, y aprendí que para ser escritor no se necesita ser reconocido, aplaudido o premiado. Para ello, se debe sentir, creer y dedicar cada momento de la vida a superarse en este “Bello Arte”, denominado así, porque logra tocar el espíritu.

Que el trabajo sea clasificado como bueno, regular o malo, no lo decide el autor. Hay que seguir trabajando.

Además de la escritura, otro aspecto que ha influido en mí, es el bagaje cultural que se adquiere al preparar los temas escogidos por los contertulios cada semana. Se conversa, siempre desde el punto de vista literario, sobre asuntos de actualidad o de trascendencia histórica, con lo cual tanto proponentes como los demás, nos vemos obligados a documentarnos para estar a la altura del conversatorio.

Esta preparación continua y la superación de los retos literarios que implican los proyectos asumidos por “Café&letras Renata”, son, a mi manera de ver, la semilla por la que algunos de los copartícipes, aspirantes a escritores, hayamos superado las barreras de la hoja en blanco y razón suficiente para sentir afecto por un colectivo donde los compañeros son cómplices que comparten este vicio de las letras.

De los amigos que estuvieron con nosotros y ya han trascendido a otra dimensión, nos quedan sus testimonios escritos a través de los cuales los sentimos a nuestro lado. Hacemos lecturas esporádicas de sus textos, y en sus personajes logramos encontrar su voz, su estilo y su aporte a este intento de dejar narrada la historia desde nuestro punto de vista literario.

Otros nos acompañaron un tiempo y se retiraron. De ellos quedó, en unos casos, solo su recuerdo, pero otros dejaron huella escrita en alguna de las publicaciones de la tertulia y desde allí se les recuerda, como en esta ocasión, cuando la exhibición de los libros del grupo, exalta con sus coloridas portadas los primeros diez años.

Quienes quedamos, convencidos de la ruta a seguir, continuamos el viaje, potenciándolo con visitas literarias a sitios como la finca “El Paraíso”, escenario de “La María”, “El Museo de la Caña”, el “Museo Omar Rayo”, o en reuniones estimuladas por los aromas de un asado.

De esas reuniones, han salido ideas tan interesantes, que después de desarrollarlas, marcaron una etapa de logros como grupo y a la vez personales en cada uno de nosotros, como la de escribir sobre la nostalgia que trae la imagen de una foto o la de contar la historia de nuestro barrio, en las que cada autor, como arqueólogo de su propio pasado, mostró con sus palabras algunos de los momentos que marcaron su niñez, su juventud y en algunos casos, los años dorados.

De esta manera, entre asados, música, baile y uno que otro pecado venial, que después cumple su penitencia en nuestros textos, hemos llegado a los diez años tan plenos de orgullo, que en esta publicación el espíritu literario de cada autor plasma el testimonio escrito de nuestro paso por la literatura de la región, siempre de la mano de “café&letras renata”.

 

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