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Cultura  |  30 agosto de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Cuento: El infierno es la felicidad

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Este texto hace parte del libro "Te das cuenta que no hay nada que amar", y se publica con autorización de la familia del escritor Gustavo Rubio.

Dejaron la miseria enredada del viejo alambre del patio y se mudaron a una casa del norte, allí conocieron la mejor gente de Armenia, allí supieron apreciar el arte y la delicadeza, las buenas maneras y el orgullo, tenemos que aprender todo esto dijo el mayor de los muchachos, se pusieron en la tarea de reemplazar las viejas maneras de los pobres por las encantadoras formas de los ricos, no tardaron seis meses en asimilarlas e incluso en superar escollos como el de no saludar a quien tuviese menos dinero o menor posición social, ellos, la familia de los Danna, ricos de la noche a la mañana.

No se anduvieron con rodeos: para comenzar no se despidieron de nadie en el barrio, no dijeron nos vamos pa la puta mierda como hacemos nosotros, tampoco se llevaron nada, ni las viejas camas de madera donde durmieron diez generaciones y se gestaron veinte, no se llevaron las sillas de mimbre, desde las cuales comentamos a lo largo de los años incidencias del fútbol y la política, dejaron las mesas tan largas como la noche que parecían camas sin colchón, camas de comer frijoles con arepa, arroz y mazamorra, mesas camas de sancocho y en la cual el último viejo de los Danna dijo, hace años, que la política era de mafiosos, ese día nos aconsejó a los del barrio dejar las ambiciones de poder en el rincón oculto de la gana, hablaba así el viejo gorobeto.

No dejaron el perro pulgoso ni el gato angora, padre de todos los demás gatos de Armenia, las gallinas las repartieron entre nosotros, muebles y otros enseres también, la vieja casa quedó vacía, sus puertas se cerraron y las ventanas de cortinas blancas durante los veinte años de estado de sitio, eran negras porque las cambiaron al marcharse y no decir los mal agradecidos para donde se iban.

Al comienzo dizque los ricos los trataron bien, cómo están muchachos, siéntense no más, dejen la pena que aquí no comemos gente, tomen ginebra, whisky, champaña, hagan gárgaras de limón para el mal de la garganta, muchachos por aquí, muchachos por allá.

Vengan con nosotros al club para presentarlos en sociedad, los presentaban, que vean esta fiesta ¿por qué no van? Y en ese ritmo estuvieron cinco años, ninguno pudo casarse con dama bonita ni las muchachas le echaron mano a ninguno de los ricos, al contrario, por poco les birlan todo el capital y los dejan en calzones y calzoncillos, no aprendieron nada que no lucre a vestirse y desvestirse a la velocidad del rayo, iban a piscinas con ellos, a fincas, vestían a la moda y comían en los mejores lugares, compraron carro para cada uno y eran diez hermanos.

No aprendieron de la vida sino el cansancio de gastar dinero, pagar los mejores colegios y las universidades privadas, aprendieron a llenar la casa con inmensas bibliotecas cuyos libros no leían, con cuadros de pinturas que no decían pintura ni relato de líneas ni colores y mucho menos belleza, llenaron la casa de artesanías de barro y estaban tan engañados que tuvieron que comprar otra casa para depositarlas, compraron televisor para cada uno, equipo de sonido y coleccionaron discos de rock de mensaje ininteligible; cada uno escuchaba en las tardes sin invitaciones lo que más le gustaba y aquella casa era de locos de tanto ruido y comenzaron a quejarse los ricos vecinos amantes del silencio, tuvieron enormes que cesar el ruido, entrar a la moda sin chistar.

Los Danna perdieron credibilidad entre la alta alcurnia y es que tenían el defecto de criticar en sociedad las malas películas del Bolívar y Yanuba, comentar sin recato los robos del erario público y los chismes sagrados de la iglesia, no cambiar de carro una vez al año ni comprar fincas siquiera cada dos años, preferir el fútbol al golf o al tenis, no haberse casado todavía ninguno de ellos, por lo que los consideraban los maricas del norte, salir a buscar un puesto público sin consultar al cacique político de turno y pedir trabajo como cualquier ciudadano de Armenia.

Pero lo que más echaban de menos los ricos era la candidez sexual de las Danna: las cuatro muchachas seguían siendo vírgenes pasado dos años de frecuentarlas y esto les dolía en el alma, no se imaginaban una mujer virgen después de los quince y menos soltera al correr los veinticinco, de los muchachos detestaban todo lo contrario, pero peligroso a sus intereses: se llegaron a acostar con casi todas sus mujeres y no se casaban con ninguna y en cambio acusaban el maldito defecto de contarle a todo el mundo las aventuras, con lo cual los ricos varones eran tenidos por cornudos y las ricas damas por adúlteras y putas; al final ya no los saludaban y los Danna tuvieron que regresar donde nosotros, los pobres del sur para poder hablar con alguien o poder compartir una copa de ron y una buena fiesta.

Los Danna volvieron un día lluvioso, tristes por volver y cambiaron las cortinas negras de la despedida por las blancas del Estado de sitio, cargaron con todos los cachivaches modernos, llenaron la casa del sur y decidieron casarse con los pobres de siempre en la iglesia pequeña del Belén, las muchachas no sabemos si fueron felices, pero todos fuimos felices porque volvieron donde nosotros, los pobres.

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