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Cultura  |  15 agosto de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuento de domingo: Más allá del ocaso (Segunda parte)

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Auria Plaza

Se encontró con una mujer de personalidad arrolladora. No era bonita, pero tenía ese chic natural de las francesas. En torno a las comisuras se formaron incipientes arrugas cuando sonrió. Rebosaba optimismo por los poros y, con una naturalidad como de viejas amigas, le fue desgranando su vida. Vivió en Nueva York, Milán, Madrid y París. Fue contratada para una firma de lencería y ropa de cama en Buenos Aires y trabajó con ellos los últimos cinco años. La vida la apuró con aciertos y desaciertos y ahora, que se sentía sin ganas de moverse más, le habían cancelado el contrato por la edad. No se siente preparada para jubilarse.

–Me parece que tu historia y la mía son parecidas. Nos están haciendo a un lado por considerarnos viejas. Tengo pensado comprar una finca en el sur y dedicarme a escribir.

–¿Que te piensas ir a enterrar en el campo? ¡estás loca! Tú eres una mujer citadina. Una cosa es que yo me venga de Buenos Aires, casi por las mismas razones…

–…pero –la atajó Marcela– no puedo mantener el estilo de vida al que estoy acostumbrada.

–Por el contrario, esa vida social es la que te permite tener los contactos para un nuevo emprendimiento.

–Qué sabes tú de mi…

–Lo que todo el mundo. Que has vestido a la high society. Te vi ocupando páginas de revistas…

–…Eso fue en el pasado, las cosas han cambiado mucho.

–No me vengas con que te sientes como el tango.

–¿Como el qué?

–Desechado mueble viejo. ¡Mírate! Eres hermosa, llena de vida. El impase financiero es fácil de solucionar. Siempre se habló de tu amor por las joyas y el arte, supongo que algo te habrá quedado, eso es mejor que dinero en efectivo. Puedes vender lo que no tenga valor sentimental.

–y luego ¿qué?

–Simple. Instalas una boutique de ropa de segunda, donde la mercancía será de tus amigas ricachonas que te la dejarán en consignación y tú sigues vendiendo por internet.

–En realidad, había pensado continuar con la venta en internet, pero no se me había ocurrido que mis “amigas” fueran una fuente de mercancía. Sé que hay un marketing digital y si se aprende el “algoritmo de Google” se puede tener un negocio online sin necesidad de una inversión de capital grande.

Marcela se queda callada. Aprovechando el pesado silencio Magda se levanta.

–Discúlpame, tengo que ir al baño –se fue taconeando con pasos largos de bailarina de tango.

Marcela, ensimismada continúa dándole vueltas a lo hablado. «No me parece mala la idea. Tengo todo lo que necesito. Podría llamar a una de las costureras que trabajaron para mí antes de cerrar el taller, para que haga los arreglos de las prendas, planche y ordene. Con la liquidez pagaría las deudas. Sería empezar de cero, pero con un negocio de bajo riesgo. No dejaré que lo mezquino del tiempo me robe el entusiasmo».

Cuando Magdalena regresó Marcela le preguntó:

–Dime ¿Qué tanto sabes tú de informática?

–Hice algunos cursos en la UBA y soy muy buena en las redes sociales. Son el refugio de los solitarios como yo. Si lo que me estás proponiendo es trabajar contigo, te diré que mi currículum incluye coaching empresarial, historia del arte y de la costura y otras boberías como, por supuesto, hablar varios idiomas.

–¿A qué horas has estudiado todas esas cosas? –pregunta Marcela sorprendida.

–Entre amores y decepciones me dedicaba a estudiar; además siempre he sido muy curiosa. Soy de vida social pobre, así que no tenía en qué gastar el tiempo y el dinero.

–No sé, son muchas las cosas que hay que tener en consideración.

–Hablemos en el hipotético caso de que decidamos trabajar juntas. Lo primero es crear nuestra propia Web e-commerce. Las fotografías de las prendas tienen que ser de muy buena calidad. Por lo tanto, necesitaremos una cámara profesional y la iluminación correcta. Hay que gestionar publicidad en las redes sociales, cada una cuenta con su propia plataforma. Todo esto lo podría hacer yo. Además, puedo ser la socia capitalista. No fui mujer de excesos y he invertido con habilidad mis ahorros y la herencia de mi segundo marido.

–Veo que eres de ideas rápidas. A mí me quedaría responder a los clientes, atender a los proveedores, hacer los envíos, recibir la mercancía y ponerle precio.

–Se te olvida lo más importante –le dice sonriente Magdalena–, captar a tus ricachonas para que te dejen en consignación las prendas. Además, tienes el atelier que se convertiría en una boutique donde recibir a tu distinguida clientela.

–Ahora lo estoy haciendo desde mi casa. El atelier lo tengo cerrado y pensaba vender el local.

–No, no. La casa es tu santuario. Es mejor que el negocio esté aparte –le dice Magdalena con énfasis, mirándola con admiración–. Perdona. Me estoy metiendo en tu rancho, pero es que, para mí, donde vivo es tan privado.

–Sin embargo, me dices que use mis amistades.

–¡Aja!… eso es otra cosa.

–Tengo una curiosidad ¿Cómo me encontraste?

–Andaba buscando en E-Bay un Birkin de Hermès y te encontré. M&M no podría ser otra que mi vieja compañera.

El juego de ajedrez del mundo parece que ha reunido a estas dos mujeres para una partida en el tablero de la vida. Ambas saben mover las fichas y será un juego muy interesante ver cómo ellas, vueltas a reunir, sorprenderán a ese ambiente pacato acostumbrado a etiquetar.

–Eres la última persona que esperaba ver, te creía en Europa disfrutando del viejo mundo. ¿Por qué Argentina y ahora Colombia?

–Europa perdió su encanto y Buenos Aires es una ciudad con cultura europea. Además, ya estaba un poco cansada de ser la segundona de los modistos famosos.

–Ese era tu sueño, trabajar para ellos.

–Pues fíjate qué equivocada estaba. Llegar a trabajar en los talleres de los famosos fue un largo y duro camino. Una vez allí te das cuentas de que eres una obrera de categoría. Tus ideas, si las toman en cuenta, no logran el crédito. Todo es de ellos, algunos ni siquiera recuerdan cómo te llamas. No te voy a negar que ganaba y vivía muy bien. Sin embargo, me hubiera gustado más el glamour de tu carrera. Siempre te seguí por las revistas y las redes.

–Ya ves, no fui previsora como tú. Viví y gasté sin pensar en el futuro.

–Eso no importa ahora. Si te decides, saldremos adelante. No dejaremos que los años acaben con las ilusiones. Construiremos nuevos sueños.

–Me gusta tu optimismo. Por hoy ya hemos bebido demasiado vino. Dejaré el auto aquí y pediré un taxi. Te dejo en tu hotel y nos vemos mañana. Te invito a almorzar en mi casa.

Marcela no podía dormir, la conversación con su amiga de juventud la ha dejado muy pensativa. Le llama la atención su deseo de involucrarse en la aventura. Era claro que Magdalena estaba bien en lo económico y no había nada que no supiera hacer diez veces mejor que ella en este punto de su vida. Su ofrecimiento era muy generoso. Tiene que averiguar por qué lo hace.

Mientras tanto, en el hotel, a Magdalena un sinfín de pensamientos inconexos revoloteaban por su cabeza. Si bien era incapaz de hilvanarlos, tenía la sensación de que se había apresurado. Su intención cuando fue a verla era reencontrarse con una vieja amiga, tener una charla agradable y nada más. De pronto se halló haciendo confidencias y como si fuera poco ofreciéndose a financiar un negocio. De todas maneras, no tenía nada que perder, su fortuna era sólida y la inversión era poca. Era mejor que irse a vivir a Barranquilla como una jubilada.

«Cada día es un nuevo día» –pensó Magdalena y se levantó más animada– «Me podía haber quedado en Buenos Aires. Es una ciudad que me gusta, lo malo era el vacío de las horas muertas. Por eso me vine. Es injusto tener que demostrar que eres alguien, en especial a ti misma. Ya lo he demostrado cientos de veces y ahora no importa, no obstante, sin el trabajo me siento un cascarón vacío. Cuando vi a Marcela derrotada como yo, encontré la oportunidad de volver a vivir. Fue un pálpito y lo seguí. Siempre he sido impulsiva».

–Me tengo que dar prisa –dijo, tenía esa costumbre de hablar sola.

Los días siguientes transcurrieron como un torbellino, entre las idas y venidas a las oficinas de sus respectivos abogados para los trámites legales, la adaptación del taller de costura en boutique, el traslado de las prendas y accesorios, los almuerzos con las amigas de Marcela que se sentían halagadas de conocer a Magdalena. En realidad, estas dos mujeres no habían tenido tiempo de bostezar. Marcela, un poco incómoda, ya que siempre brilló con luz propia, tendría que acostumbrase a sentirse un poco eclipsada por su amiga. Las dos eran bien distintas, siempre lo fueron. La una, reservada y cuidando siempre la apariencia. La otra, extrovertida, espontánea, caribeña al fin de cuentas.

–¡Uf! Estoy muerta –dijo Magdalena, arrojando los zapatos al aire, y sentándose de cualquier manera en el sofá– Yo no sé tú, pero lo que es yo, lo único que quiero es una copa de vino y que nos quedemos un rato aquí a conversar.

–Desde la noche que nos vimos he querido preguntarte por qué estás sola. Hablaste de tu vida profesional pero no de la sentimental.

–No hay mucho. Me casé dos veces y, entre la ilusión y el fracaso, periodos de amor que eran más una alianza contra la soledad. El primer matrimonio fue como las medusas, burbujas iridiscentes muy bellas, pero dañinas. El segundo matrimonio fue muchos años después; vivía en París y conocí a un hombre mayor, viudo. Nos quisimos con un amor sereno y así vivimos como esas parejas burguesas que nada los altera. Él tenía una fábrica de textiles, dejé la casa de modas para la que trabajaba y me convertí en diseñadora de telas por puro gusto. Pensamos que envejeceríamos juntos. Un infarto me dejó sola, no soporté seguir en París y me fui para la Argentina. Ya hablé mucho de mí ¿Y tú?

–En realidad, no tengo historias que valgan la pena mencionar. Me dediqué por completo al trabajo, cuidando mi reputación, no había lugar para aventuras y tampoco sentí la necesidad. Hoy, mirando atrás, creo que toda mi pasión la puse en mi carrera para hacerme un nombre y nunca he sentido indispensable la compañía íntima de nadie. Mi intensa vida social me bastaba para sentirme feliz.

–Umm eso no va a cambiar –dijo Magdalena levantado la copa–. Ahora quiero que brindemos por la amistad y el futuro.

–¡Brindo por eso! Y a descansar. Mañana tenemos mucho que hacer.

La luz entra a raudales en el atelier. Desaparecieron las mesas de cortar, las máquinas de coser y la parafernalia de un taller de costura. El refinamiento de la distribución de los maniquíes y los colgadores de los vestidos le dan una atmósfera elegante al lugar. En el fondo el ambiente aterciopelado del boudoir dedicado a la lencería es íntimo y acogedor. Todavía hay mucho por organizar, los sillones de la salita de recibo desaparecen bajo un amontonamiento heteróclito de prendas. La pared del fondo hornacinas con luces donde se exhiben carteras y zapatos. Un mostrador-vitrina de madera de cerezo con bijouterie.

Marcela con una mirada de intensidad desconcertante recorre el lugar, no se explica cómo se ha dejado arrastrar por el entusiasmo de Magdalena. Lo que en principio era un negocio online se ha convertido en una boutique también.

–Hemos vuelto la rueda del tiempo –dice Magdalena sonriente y alegre.

–¿De qué hablas?

–Recuerdas las clases de historia de la costura. En la edad media los judíos solo tenían el derecho de vender ropa usada. Ahora nosotras, después de estar en la industria de la moda, volvemos a uno de los negocios más antiguos.

–Las cosas que se te ocurren.

–Amiga, estamos en el negocio del futuro y tendrán de M&M por muchos años.

El Caimo, agosto 2021

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