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Cultura  |  08 agosto de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuento de domingo: Más allá del ocaso (Primera parte)

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Auria Plaza

Marcela Martínez Madrigal discute con el empleado del almacén de telas. Su cara enrojecida por el disgusto y la vergüenza trata de esconder el enojo. Con disimulo mira alrededor para descubrir si hay gente observando. Sabe que para su negocio sería fatal si descubrieran que tiene dificultades financieras.

–Señorita Marcela, si no puede abonar a la cuenta no me está permitido fiarle más.

–¡Imposible! Nunca me han negado crédito. El dueño sabe que tan pronto mis clientas me paguen vendré a ponerme al día.

–Lo sé señorita Marcela, siempre he estado a sus órdenes. Me da mucha pena con usted, pero son las instrucciones del dueño.

–No se preocupe, vuelvo mañana –responde la mujer, tratando de conservar la compostura, esboza una sonrisa amable y se despide.

Con paso apresurado se dirige al banco Mercantil del Sur. La secretaria le pide que se ponga cómoda, el gerente la atenderá pronto. Marcela, mientras es recibida, repasa el discurso que ha preparado para exponer, sin sonar necesitada, por qué quiere una línea de crédito.

No pasó mucho tiempo cuando se abrió la puerta y un hombre cuarentón se dirige a ella:

–Es un gusto verte ¿Qué te trae por aquí? –con un gesto le indica que pase y se siente.

–Para mí también es un gusto, hace tiempo que no te veía ¿cómo estás?

–Bien… muy bien. Dime ¿En qué te puedo ayudar? ¿Sigues siendo la diseñadora famosa o te estás retirando?

«Si le digo que el negocio está malo, no creo que sea buena idea, mejor me limito al libreto que traía» Con voz suave:

–En realidad lo que quiero es darle otro aire al negocio. Dejar el diseño exclusivo y dedicarme a la confección en pequeña escala.

–Para eso hubieras aceptado la propuesta de esa cadena de almacenes hace algunos años ¿Cuándo fue?

Marcela titubea, le dan ganas de mandarlo al carajo. Se mira las puntas de los dedos para calmarse.

–Tú sabes que siempre he sido independiente y no me ha ido tan mal. Lo que ahora quiero es un nuevo reto. Marchar con los tiempos: comida rápida… ropa prêt-à-porter…

– Lo que deseas hacer es un riesgo, sobre todo como se encuentra la economía del país. Deja esa aventura a las nuevas generaciones. A tu edad, disculpa si soy rudo, tendrías que estar pensando en jubilarte.

–¿Qué problemas tienes con mi edad? Uno es tan joven como se siente. Tengo la experiencia y la energía. Lo que en este momento necesito es financiación y para eso estoy aquí. He sido buena cliente del banco por muchos años…

–Es cierto, pero si vemos –el gerente mira un documento que tiene en el escritorio– los números han cambiado mucho en los movimientos de los últimos años. No tienes CDTs como acostumbrabas, ni ninguna otra inversión.

–Si tuviera dinero en reserva no estaría aquí pidiendo una línea de crédito. Veo que el banco no está interesado en hacer negocios conmigo. No te quito más tiempo. Buenas tardes.

Se levanta y se aleja, dejando tras de sí a un hombre asombrado por la brusquedad de quien siempre ha sido de buenos modales. Ella tiene cita con una amiga para almorzar y no quiere perder el tiempo con el gerente que se nota no va a pasar nada. Quiere ir a casa a cambiarse los mocasines por zapatos de tacón alto y repasar el maquillaje. Viste falda negra amplia, blusa blanca clásica con los dos primeros botones abiertos que dejan ver un collar de perlas que hacen juego con sus aretes, lo que está bien, lo único son los zapatos demasiado informales.

Marcela llega al restaurante y desde la puerta observa a Virginia, su amiga, que siempre la ha acompañado en muchos de sus avatares. Es una mujer hermosa de unos cincuenta años muy cuidados. Ella sabe que está pasando por una crisis económica; sin embargo, durante el almuerzo, la conversación fue intrascendente y sólo al final, cuando el mesero retiró los platos, Marcela fue directo al tema:

–Somos amigas desde hace muchos años. Hoy, quizás no tenga un plan divertido. Te llamé porque quiero hablarte de la oportunidad de un negocio. Estoy buscando un socio inversionista y pensé que te podía interesar. Quiero montar una pequeña industria de confección para vender a los almacenes prendas económicas y de buena calidad.

–¡ay amiga! Yo ya no estoy para negocios. Tú deberías hacer lo mismo. A nuestra edad debemos dedicarnos a nosotras: el gimnasio, el spa con sus masajes y terapias de rejuvenecimiento. A gozar la vida, viajar. Lo de trabajar ya no es lo nuestro, es el momento del dolce far niente.

Decepcionada, no está acostumbrada al rechazo. Había cometido equivocaciones de las cuales se recuperó y siguió adelante. Siempre era ella la que decía no. Vivió como quiso, con un estilo de vida de socialité. Conocía el poder de la moda, se codeaba con embajadores y directivos de multinacionales y sus esposas. Tal vez le faltó visión para darse cuenta de que el mundo estaba cambiando. Lo que no supo fue planear su vejez. Es más, nunca se había visto como un adulto mayor, ni pensó en una jubilación.

El mundo de Marcela se acaba de derrumbar. Su recorrido de hoy se lo ha demostrado. Todavía piensa que le queda una carta por jugar, su amigo de siempre Javier Vallejo, es un hombre muy rico. Ellos tuvieron hace algunos años una relación corta que terminó en amistad.

El lugar está casi vacío, es temprano para los que buscan la diversión nocturna. Javier, de unos sesenta años, está sentado en un rincón como quien quiere un poco de privacidad. Es bajito, pasado de peso y con una incipiente calvicie. Toma whisky en las rocas. Marcela se acerca a la mesa, se saludan de beso en la mejilla.

–He ordenado gin & tonic para ti.

–¿todavía lo recuerdas? – le pregunta mientras piensa para sus adentros «No importa cuántas veces he rechazado a este hombre, siempre acude a mi llamado. No se merece que le salga con el mismo cuento. Será mejor que le diga la verdad. Que estoy a punto de declararme en bancarrota».

–¿Qué tienes? Estás tan seria, no pareces tú.

–No es nada, sólo que no sé por dónde empezar.

–Para qué son los amigos, anda dime lo que sea –le toma las manos con dulzura y mirándola a los ojos–. Empieza por el principio. Querida, vamos, me asustas.

Luego de que Javier escuchó a Marcela dijo sin pensarlo:

–Querida mía, tú sabes que siempre te he amado. No tienes ninguna necesidad de estar pasando por apuros. Cásate conmigo, sé mi compañera y nada te faltará. Hasta puedes seguir con la idea del taller si te entretiene.

Marcela no considera que depender de un hombre sea una solución. Se va a su casa deprimida. La compasión que creyó ver en los ojos de Javier la disgustó; odia el haberse convertido en un objeto de lástima. La humillación en el almacén, el banco y con Virginia no fue nada comparado con lo que sintió cuando su amigo, del que siempre recibió admiración, le propuso matrimonio.

No puede aceptar que su vulnerabilidad la hubiera visto como si por fin le había llegado el momento de poseerla. Ni su cuerpo ni su espíritu le avisaron que llegaría a esta situación. Se siente joven, sin embargo, lo acaecido es una muestra de que los otros solo ven a una mujer mayor que no tiene que pensar en nuevos emprendimientos porque ya le llegó el ocaso.

De regreso a su casa, se mira en el espejo de la entrada y la imagen que le devuelve es la misma de esta mañana, la de siempre. Un rostro cansado y pensativo le dice que tiene que resignarse a esa nueva Marcela. Se rebela, no se imagina sin confianza en el porvenir.

Piensa en el pasado. De ella dijeron que inspiró grandes amores; también se había enamorado alguna vez. No quiere terminar como los viejos, rodeados de fotos de otros tiempos con recuerdos borrosos. Piensa que la pobreza y la enfermedad son cosas muy feas y no se cree con fuerzas para enfrentarlas. No se ve viviendo en una habitación sórdida. Es más, no se la puede imaginar, es algo indefinido. No puede visualizar un lugar al cual no piensa llegar jamás.

Hace un balance de lo que tiene: le queda su casa, el local del taller de modas, las joyas, las obras de arte, los muebles, los closets llenos de ropa de calidad, accesorios, carteras de marca. Tendría que trabajar en el desapego absoluto. Quedarse con lo básico y retirarse a un pueblito a morir de tedio.

Fueron unas semanas de mucha actividad. Marcela, decidida a darle un rumbo diferente a su vida, pone a la venta en E-Bay, Gotrendier y en Mercado Libre todo su vestuario. El aviso de ropa de segunda, acompañado de fotos de vestidos de fiesta y coctel, con otras de ropa menos formal, además de accesorios y bisutería, le darán la liquidez que necesita para seguir adelante con su plan.

La suerte no es amiga de los fracasados, a la suerte hay que provocarla y es lo que ella está haciendo. No se va a quedar con los brazos cruzados. Siempre fue una luchadora.

Su siguiente movimiento será viajar al sur y visitar un par de pueblos que alguna vez conoció, en donde el costo de vida es más bajo. Se dedicaría a escribir un libro de diseño de modas, un sueño postergado por falta de tiempo. Tiene un cuaderno lleno de apuntes con textura y color, historia del vestido, técnicas de costura y anécdotas del oficio; inclusive el método de corte y confección que ha usado en su trayectoria como diseñadora.

Se encontraba muy atareada revisando un pedido y a la vez pensando cual sería el próximo paso, cuando recibió la llamada de alguien que dijo ser una antigua compañera de la universidad Pontificia Bolivariana de Medellín.

–Han pasado tantos años desde que me gradué…

– …Te voy a refrescar la memoria. Tú soñabas con tener tu propio atelier y yo diseñar para un modisto famoso.

–Todas teníamos sueños parecidos.

–Ya, pero sólo tú y yo éramos M&M. ¿Recuerdas que te regalé un pendiente con una M y yo llevaba otro igual?

–¡Magdalena Mendizábal!

–La misma que viste y calza.

Marcela no estaba de humor para ver a nadie y menos en este momento de su vida a una antigua compañera. La mujer insistió tanto que al final quedaron de verse en un bar. La última vez que supo de ella fue por los periódicos que hablaban de los éxitos de una colombiana en Nueva York. De eso hace muchos años. Ya ni se acordaba cómo era.

Continuará el próximo domingo.

El Caimo, agosto 2021

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