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Cultura  |  01 agosto de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuento de domingo: La pareja fantasma

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Auria Plaza

Otro día en este inhóspito mundo. El gris canoso del poco pelaje del gato, que un día llegó medio muerto de hambre a quedarse, es el mismo color con el que amaneció el cielo. La mata de iraca, que era lo único vivo que había en este monte árido, fue arrancada por el vendaval de anoche cansada de luchar. En el horizonte desteñido se alcanza ver el árbol seco, miserable que desde que murió mi mujer no volvió a dar fruto. Todo es yermo, sólo el graznido del chamón interrumpe el silencio agobiante.

Antes en este páramo sembraba cebolla larga, papa y zanahoria suficientes para el sostenimiento de la casa y hasta sobraban unos pesitos para ahorrar. Un día fui a tierra caliente de paseo y allí conocí a la mujer de mis sueños. Nos enamoramos y aceptó venirse a vivir conmigo. Con los días la casa fue cambiando: cortinas de colores, colcha de crochet, manteles bordados, parterres de flores a la entrada, una huerta. Me admiraba verla tan hacendosa, cada día la amaba más. Cuando se acabó el torbellino de los cambios, ella empezó a languidecer. Extrañaba el calor de su tierra, bañarse cuando iba a lavar la ropa al río. Decía que era igual a la fridericia florida que con tanto ahínco quiso sembrar en el patio: por más esfuerzo que hiciera era una mujer trasplantada sin poder echar raíces.

Cada día se retraía más. En lugar de su vestimenta colorida empezó a usar colores oscuros, con poncho a toda hora, sentada al frente de la chimenea. En asunto de amores no rechazaba, pero se volvió fría. Un sábado bajé al pueblo a llevar la cosecha de papa, me entretuve con los amigos y entre una cerveza y otra se me fue la tarde. Llegué ya de noche a la casa y encontré su cuerpo sin vida. Se marchitó como la fridericia lejos de su amado Magdalena Medio.

Ese páramo fue el culpable de arrebatarme al amor de mi vida. Ya nada tenía sentido. Abandoné los cultivos y la desolación lo cubrió con su manto de tristeza. Hoy sé que es el final, lo presagia el viento. Me siento en la mecedora a esperarla. Sé que vendrá a buscarme. Me enterraron a su lado y en las noches los lugareños nos ven paseando por el pueblo tomados de la mano. Somos la leyenda del amor eterno. No obstante, también los viejos les recuerdan a los jóvenes que no se debe buscar en otro lugar lo que tenemos en casa.

El Caimo, Agosto 2021

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