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Cultura  |  11 julio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuento del domingo: Una segunda oportunidad

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Auria Plaza

Sé que me busca día y noche. No me importa. Hace mucho tiempo lo tenía a mi lado y también tenía un hijo en el vientre, pero, el que ahora me busca, no quería ese hijo, y yo, que lo amaba, pensé que habría otro tiempo para ser madre. Recuerdo muy bien esas palabras. Me las dijo Andrea, una tarde de invierno, en el patio de mi casa mientras tomábamos unos tragos. Además, me dijo que no podía volver con Andrés. Lo amaba, pero también lo consideraba culpable de cómo se sentía ella: vacía, desanimada, sin vida propia, porque todo giraba en torno a él y su complacencia la llevó al aborto.

Nunca se planteó realmente si ella quería ese hijo o no. Simplemente era más cómodo dejar que él tomara las decisiones. En la relación se estaba dejando llevar y tenía que tomar distancia de todo eso, para saber qué era lo que ella quería y lo más importante, quién era realmente. La culpa no era de Andrés. Mi amiga sentía que tenía que trabajar su carácter.

–Amiga, no vayas a perderte en tu búsqueda.

–Sí lo sé. También reconozco que he sido tranquila toda la vida. De niña, nunca peleaba con nadie; fui la estudiante y la hija modelo.

–Esa personalidad tuya es muy linda. Tan transparente. Sin rollos.

–Vine a despedirme porque quiero alejarme por un tiempo de todo y de todos.

–Amiga, no puedes dejar atrás tu trabajo para encontrarte, terminar con Andrés es suficiente.

–No es solo él. Lo del aborto acabó encendiendo el revoltijo de incertidumbres, fue la chispa a una pila enmarañada de maleza seca que se ha ido formando en mí. ¡No sé quién soy! Tengo que desprenderme de mi sombra.

Hoy me encontré con Andrés. Le pregunté por Andrea y me respondió con amargura que no sabe de ella. Por un tiempo, a veces iba hasta el colegio y la observaba de lejos sin que ella se diera cuenta; también a su casa y a través de los postigos de la ventana la veía sentada en la sala leyendo o corrigiendo las tareas de los chicos. La voz de Joaquín Sabina se escurría por las rendijas, era la música que nosotros solíamos escuchar. Siempre sola. Después la casa cerrada. Desapareció. Y… ¿tú las has visto? Le dije que no, hacía por lo menos dos años que no la veía, desde que ellos se separaron sólo nos habíamos visto una vez.

Todo esto lo hablamos en la calle. Me dio tanta pena que lo invité al bar de la esquina. Era muy temprano para una copa, así que pedimos un capuchino. Conversamos mucho. De antes, de ahora, pero sobre todo de Andrea. De cómo se puede amar y no comprender. De cómo no se valoran las cosas importantes y las prioridades en la vida. Se refería –sin decirlo– a que, si él hubiera postergado sus proyectos, a lo mejor hubiera sido distinto. Que finalmente no viajó. Sigue en las mismas. No, en las mismas no, porque no la tiene a ella que era lo único que importaba y que sigue importando. No la ha podido olvidar. Se equivocó. Si tal vez hubieran tenido ese hijo estarían juntos. ¡La hubiera escuchado!… pero no. Ni siquiera le preguntó si quería el bebé. Sólo pensó en sus planes y le pareció algo tan lógico. No es que ella no contara, se sentían tan cómodos el uno con el otro. Se amaban, pero les faltó comunicación. Era como si hubieran caminado en las vías del tren cada uno en su riel y de pronto sus caminos se bifurcaron. Tal vez la vida lo puso en esa situación límite, con el corazón roto y el vacío de su ausencia, lo llevó a comprender que no solo sus necesidades eran importantes. Sus palabras suenan sinceras. Quisiera poder decirle cuánto la amo, que todo va a ser diferente. Pedirle que le permita volver a enamorarla, reconstruir lo que teníamos, pero, sobre todo, dejarle saber que puede contar con él para cumplir sus sueños.

El silencio se instaló entre nosotros. La corriente desbordada de las palabras era un lago en calma. Cada uno recordando con nostalgia otros tiempos. Yo extrañaba a mi amiga. Él al amor de su vida. No hay duda de que la sigue queriendo; es triste ver cómo por la rutina y la comodidad nos perdemos lo verdadero importante. El mesero nos retira las tazas. Pedimos una copa de vino. Por el ventanal del bar contemplamos pasar gente que va de prisa. Vemos una pareja cogidos de la mano. Una señora joven paseando a su bebé. Un grupo de colegiales. Pasa gente y más gente. De pronto vemos a Andrea… Está muy linda. Se ha cortado y cambiado el color del cabello. Lleva un libro en la mano. Alcanzamos a ver la portada. Es el libro que acaba de publicar Andrés.

–¡Anda! ¡Corre!… Cuéntale todo lo que hemos estado hablando.

–¿Y si me rechaza?

–No importa, ve.

Se levanta torpemente. Casi hace caer el asiento. El mesero nos mira. Le hago señas de que todo está bien. Sigo con la vista a Andrés. Lo veo acercarse a ella tímidamente. El corazón se me acelera. ¿Qué va a pasar…? Andrea se detiene y le extiende las manos…

El Caimo julio 2021

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