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Cultura  |  27 junio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Cuento: Diciembre sin ti

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Este texto hace parte del libro "Tedas cuenta que no hay nada que amar", y se publica con autorización de la familia del escritor Gustavo Rubio.

Unas calles deambuladas más por los ojos que por los pies, una pena girando a solas, pena de no saber nada ni querer saberlo, los pasos en retirada como desprendiendo o dejando caer gotas de soledad, una mirada y era como si bastase que las calles emergieran, navidad en el vientre, nada de razonamientos y acaso en los ojos unos ojos claros de muchacha entera, cómo verla, era caminar sin rumbo, alcanzar las calles desde el dolor y apresurarse por nada viendo las calles de Armenia rodear con su pobreza las escasas tiendas donde los vestidillos, los sacos para lucir el veinticuatro a medianoche en una fiesta, lanzarse al comercio, tomar un jugo parados o sentados en cualquier bar, fumarse un cigarrillo como lo hago ahora, hoy veinticuatro, las muchachas compran, compran las señoras sus calzoncitos amarillos, argüir que la memoria nos falla y volver por el dinero, compramos una botella más de aguardiente, el personaje dando una vuelta alrededor de la cabeza, todavía no lo encuentro, su nombre se me nubla, podría llamarse como a mí me dé la gana, pero le pongo un nombre justo ahora que lo veo sentado en el cafecito de la calle 18, lo llamaré René, un René que se moría de las ganas de ver a su amada como premio de navidad, regalo que no obtuvo porque así es la vida y las cosas de la literatura, y también las de René, estudiante universitario, defensor de las malas palabras y de poemas con sentido pedagógico antes que literario, creyente excelso del amor y que un día desventurado tuvo la torpeza de enamorarse de Mechi la foquita, una monita que estaba más buena que todas las buenas y que estudiaba algo en la universidad, muchacha de belleza tan terrible que incluso llegó a hacer decir a su propio padre que la iba a pedir por mujer y hacerla madre de sus hijos nietos y que por tales palabras casi lo mata la madre de Mechi, señora de acendrado patrimonio social y que consideraba las tradiciones como el hecho inviolable por excelencia; el padre burlón y dicharachero soportó con estoicismo los celos sin remedio de su esposa, y el viejo no volvió a decir me quiero casar con mi hija.

Sin embargo, cuando Mechi comenzó a invitar a René a la casa el padre parecía receloso, y dejó de parecerlo cuando instaló un pequeño observatorio en la alcoba, corría un poco la cortina y se hacía el pendejo leyendo las noticias del mundo y las tiras de Condorito, por momentos los muchachos comprendían lo tramado por el viejo y con una sonrisa lo compadecían, pobre viejo, está enamorado de mí, sí, está enamorado de ti, pobrecito.

Al comienzo René no entendía el significado de las palabras de Mechi y no llegó a comprenderlas porque él, con el correr de los días, también se atragantó de celos y no podía soportar que ella dijera que Julio Iglesias era muy bonito o que tan papacito para que René explotara, guardara silencio y no hablase más de Las mil y una noches, no recitara más en el oído de la muchacha El soneto a Teresa que adoraba ella, tanto adoraba ese poema que con el tiempo se llamó Soneto a Mechi, y cuyo autor era un tal René, el mágico.

De ese modo pasaron varios meses y el viejo anochecía cada vez más celoso, René ya no hablaba de la furia de verla cada vez con más amigos y amigas raras, todas ellas vestidas a la moda exhibiendo las piernas con esas putas minifaldas, entrando y saliendo de discotecas meneando la cola, y el pobre René habló con su suegra y ella dijo ésa muchachita se está tirando las tradiciones, la pondré en su lugar, tranquilo mijito, y una tarde de vientos leves llamó a su hija y le dijo pórtate como una muchacha responsable, a tus años es muy feo que andes mostrando la cucaracha cuando te sientas, se te ven los calzones cuando te inclinas a besar a René, aunque creo que ese muchacho es bobo de remate, yo de él ya te hubiera hecho el favorcito, lo juro, pero Mechi era tan bella que con una sola lágrima hacía palidecer al más inhumano ser sobre la tierra, y eso hizo la muchachita y la madre le pidió perdón por tanta mierda que una habla.

Una noche el viejo los vio agarrándose las turmas, acariciándose las bellotas sin pudor, besándose y haciendo discurrir la lengua entre los pliegues profundos, con tanto ardor y beligerancia que se levantó de su observatorio y en segundos destruyó la camisa de René, quien indefenso para responder el ataque huyó de la casa comiéndose los mocos que le sabían a café tostado, la nariz rota y todo tan triste, tanto, que el incidente marcó la vida de los enamorados, Mechi fue obligada por los padres a desistir de sus amistades pornográficas, a dejar de ir una semana a la universidad, permanecer en casa y odiar los poemas de ese cretino de tu novio, que seguramente ya no vas a volver a ver, sentenció el viejo, y no tienes permiso para andar por la ciudad, dijo la señora, pero al cabo de dos meses le fue absuelta la pena, permutándosela por caminar sola, tan sola que perdió la sombra y el prestigio del calor del sol y la humedad de la luna, y su rostro fue más bello y también su piel que la costumbre misma se echó a un lado para permitir que la Mechi viviera un poco.

eso cuando diciembre apareció en la ciudad la sonrisa de la muchacha había cambiado de parecer, ya no era una sonrisa a lo Shakira o a la de cualquier vedette, sino que era una sonrisa tan estrecha como una calle de barrio o pasillo de condominio alquilado, una sonrisa que cerraba los labios y se ponía a mascar chicle para expulsar luego un escupitajo enorme como un reloj de pared, era un lamento que barruntaba minucioso esperas y detenciones, era la ciudad donde te niegan todo, eso pensaba René, sentado tomando cerveza en el café de la 18, e imaginando que eso podría ser la sonrisa de su amada y cómo podría ser su venganza, entonces sé que fuiste a la universidad y me encontraste medio muerto, tomando tinto en la cafetería y acompañado del dolor de no verte, la vi con su paso de morir a la distancia, grité Mechi Mechi, corriste al impulso de mis lágrimas, imposible que pudiera verte, el abrazo llegó en diciembre, justo al primer día, ambos se retorcieron los sabores de la boca y resquebrajaron las hilachas de la sangre que rodaba escéptica y la mordedura de mi lengua y no me muerdas amor que con qué como, y saber al día siguiente que sería el último de sus vidas, ya no se verían, ella habría cambiado tanto y con su cambio las calles y la gente corriendo en navidad tras un regalo y vos andando solo, René, tú andando y creyendo verla al doblar una esquina, preguntándote si habrá salido de la mano de sus padres, no, seguramente no ha salido ni saldrá, y si la quieres tanto por qué no vas a buscarla.

René no sabía por qué no iba a buscarla, ese asunto es del narrador, esto es, de quien escribe, pero al final lo sabrán ambos porque así se ha decidido este relato. En literatura las sorpresas van de la mano del narrador, él señalará las razones de que no busque a Mechi sino en el centro de la ciudad; dos días habían transcurrido desde el instante en que Mechi fue a la universidad, dos días definitivos; vamos a explicarlo: Mechi fue una niña que cuando nació ya estaba arrepentida de venir al mundo, se sabe que en vez de prorrumpir en llanto explotó en carcajadas, que amasó la primera cagada de su lindo culito en su bella carita, bella carita que enloqueció de amor al cura Alfonso el día de su bautizo; Mechi no creció como las demás muchachas, no asistió a la escuela a aprender algo, ella iba porque sus padres la golpeaban y la acusaban de ser devota del demonio, no gustó jamás de reuniones sociales y cuando celebraron su primera comunión le confió al cura Alfonso que su único pecado era el de creer en la virginidad de la virgen, pero el cura no le creyó porque estaba enamorado de la virgen Mechi, bien pueda comulgue mijita, dijo, y ella comulgó.

Con el correr del tiempo aprendió a leer tan rápido y de tan corrido que leyó la Biblia y se enteró con precisión de matemático que Magdalena era una auténtica puta y Jesús un tipo tan loco que cuando dejó de serlo lo crucificaron por idiota, a nadie se le puede olvidar que un buen político es aquel individuo que traiciona a sus amigos, pero no, le contó a su padre, él prefirió todo lo contrario y mire cómo terminó; de ahí en adelante dejó de tragar más cuentos y se dedicó a cagarse en los libros sagrados, se limpiaba el culito con las páginas del catecismo del padre Astete, recibía las clases en el colegio Nacional metiéndose el dedo más largo por su húmeda virginidad de niña linda hasta el momento en que sentía que se le iba a venir el mundo encima por su rajita adornada de pelitos de colores, y ese era el momento en que pedía permiso para ir al baño, profesor.

Y fueron los años cruzando como si siempre estuviese viajando en bus destartalado, hasta el raro momento de una noche en que vio a su padre en calzoncillos, parado frente a su cama y angustiado no se sabe de qué, y lo vio inclinarse y meter la mano por entre las cobijas y manosearle la cerradura de su paraíso sin que ella le hubiera entregado alguna llave o le hubiese dado permiso; ella lo acercó sin pecado porque el pecado no existe, según le había dicho el padre Alfonso, así que su padre la hizo no sólo mujer sino su mujer esa noche y muchas otras noches hasta que se cansó de maltratar la virginidad de Mechi, pero ella tuvo que levantarse a orinar y limpiarse con papel higiénico su mojada rajita y el viejo le canturreaba princesita mía y se lo metía muy cerca del cogote, o por lo menos ahí lo sentía en noches en que llegaba muy borracho y lo amó hasta el amanecer cuando la madre los pescó dándose el último polvito y simplemente tuvo un acceso de ira, desgraciado llamó a su marido y pocos días después la madre ni se acordaba del suceso e instó a su hija para que consiguiera novio.

Mechi lo estuvo pensando varios días preguntándose quién podría amarla como se ama al padre y la respuesta no tardó: de pronto tuve que aguantarme las ganas de matar a ese desgraciado que viene a visitarla, un flaco de mierda que ni tendrá para invitarla a cine, pobre de mi muchacha tan enamorada de mí y, no obstante, sin amarme desde aquella madrugada en que se decidió que no más, y tener que vigilarla desde este cuartucho con sabor a pulgas y los celos que me alborotan, algo habrá que hacer, qué joda.

Pero quien se las ingenió y fraguó el plan fue la misma Mechi. Invitó a su propio padre a encuellar a René y romperle las narices para que no volviera; sabiendo del amor que René sentía por ella fue a buscarlo, lo atrajo de nuevo hacia sus brazos sin pecado concebidos, le endulzó la boca con sus besos de chocolatina y menta y lavados fríamente con crema dental colgate, lo embrujó con el perfume que anuncian por televisión y con esa minifalda de dios mío bendito que la hacía irresistible porque mirarla resultaba tan incómodo como no hacerlo.

Por eso a René le pareció un milagro verla de nuevo ese primero de diciembre en que apareció en la universidad con su minifalda de terciopelo negro y una camiseta a rayas azules y se emocionó tanto que no pudo sospechar lo que traía en la cabeza la astuta muchachita, e incluso ni yo mismo que escribo o narro; sólo puedo escribir que entre el ramillete de opciones, Mechi se las ofreció todas menos una, la de que volviera a su casa.

Le anunció que de ahora en adelante nos vemos en el centro de la ciudad, le indicó los lugares y las horas en que podemos vernos, y se marchó de inmediato moviendo la cola como una minifalda.

René caminaba a diario pero eran vanos sus esfuerzos: deseoso de abrazarla y de comérsela a besos, no hallaba cómo inventarla en medio de la gente ese veinticuatro de diciembre, de pronto la veía parada en una esquina esperándolo y el pobre corría como loco que escapa de la urbe, otra vez la vio mirando vitrinas en la carrera 14 pero obviamente no era ella sino el espejismo que produce la ansiedad, se decía a sí mismo me estoy volviendo loco, pero el sí mismo le respondía que no era para tanto, y se sentaba horas enteras en aquel cafetín de la calle 18 a esperar a Mechi, repetía Mechi mechi mechi, unas veces con mayúscula y otras con barbaridades hasta que se moría de cansancio y se iba a su casa.

René camina perezosamente hoy 23 de diciembre, tiene en los ojos un no sé qué de amargura, ya la esperó muchos días, la gente cruza por su lado, Mechi, van de compras, Mechi, caminan acremente y preguntan por precios, Mechi no compra nada, Mechi es de hierro, acerada piel que me persigue, ay mi amor ay mi pena, mi yo eres tú Mechi, si hay un regalo para mí es sólo verte y nada más que verte, y así va René, mi personaje, que habla a solas como un maniático o como un escritor que desanda su nostalgia usando a ese otro que es René, y René, a su vez utilizando al autor para desandar su nostalgia por Mechi, y Mechi dónde estás nos preguntamos ambos y nada podemos respondernos porque apenas nos hemos inventado.

(Extraído del libro de cuentos: “TE DAS CUENTA QUE NO HAY NADA QUE AMAR”. 2008)

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