• VIERNES,  03 MAYO DE 2024

Cultura  |  25 abril de 2021  |  08:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuento del domingo: Castillo de ilusiones

0 Comentarios

Imagen noticia

Auria Plaza

Su aire de chico malo y fanfarrón la cautivó desde el primer día en que llegó al colegio. Cuando el profe dijo:

–Muchachos, este es Sebastián Caicedo, viene trasladado de la capital, sin transición. Irene te puede dar los apuntes –dijo, señalándola.

El resto de la clase se rio y una voz no identificada: “of course la nerd, ¿quién más?” Al tiempo recibió de su mejor amigo un WhatsApp. Él también estaba deslumbrado.

Sebastián, en menos de una semana, se había integrado al grupo de los populares y en un mes era el novio de la chica “top”. Entre los deportes y la rumba tenía poco tiempo para dedicarle al estudio. Al principio se juntaron un par de veces, en las horas de descanso, pero era muy disperso y la muchacha terminó enviándole los apuntes por correo electrónico para que se pusiera al día por su cuenta.

Se acercaban los exámenes finales y de pronto, al pasar cerca, como al descuido, Sebastián le susurró:

–Dicen que tú y Esteban son los guaus en matemáticas, ¿me puedo unir a ustedes para estudiar?

Irene, disimulando su turbación, se hizo la desentendida y sin voltear la cara le contestó:

–¡Claro! Ponte de acuerdo con él.

Dos días después, Esteban le avisó que llegarían como a eso de las seis. Ella se cambió tres veces de blusa, se soltó el cabello, se lo volvió a atar en una cola. Se puso sus jeans nuevos y un poco de lápiz labial. Se sentía enojada consigo misma porque, lo que siempre había detestado, ahora le estaba dando importancia. Ah… si, el envase, lo de afuera. Ser súper fashion. ¡Dios! De pronto el timbre y se olvidó de todo, cuando al abrir la puerta Sebastián le estampó un beso y con un ¡Hola! alegre mirando alrededor exclamó:

–¡Hey! En esta sala puede vivir una familia y sobra espacio. No sabía que tus padres tenían tanta pasta.

–Bueno… Más o menos como todos, vamos a un colegio privado, ¿no?

Irene se sentía incomoda, no sabía cómo actuar. Le desconcertaba verlo tan desparpajado, como si ella y él fueran viejos amigos. Menos mal que Esteban llegó y se fueron los tres al dormitorio. Se escuchaba la música de Martina Soessel y a la segunda canción le pidió si podía cambiarla. Desconectó el celular y, con el mismo cable, puso el de él con su playlist diciendo:

–No importa qué onda tengas, mi música te va a gustar.

Después de matemáticas fueron historia y biología. Realmente el muchacho estaba colgado y necesitaba prepararse. Afortunadamente para él, Irene estaba acostumbrada a estudiar con Esteban y que Sebastián se les uniera no era problema ¿o tal vez sí?... La chica ahora se la pasaba oyendo a Rihana y cantando todo el tiempo la misma estrofa: “At first sight I felt the energy of sun rays/I saw the life inside your eyes/So shine bright tonight”. En el colegio el trato era el mismo, sin embargo, cuando lo volteaba a mirar en clase él le sonreía seductoramente.

Pasaron los exámenes y Sebastián, optimista con los resultados, invitó a Irene y a Esteban a celebrar. Era viernes, fueron a tomar cerveza y en el bar Esteban se enredó con unos amigos y los dejó solos. Ellos se fueron al centro de la ciudad a una discoteca. Sebastián era mayor de edad y además conocía al portero. El lugar era casi un antro, pero a la muchacha le parecía el paraíso. La penumbra fue cómplice de muchos besos. Se sentía embriagada y eso que no había tomado ni un solo trago. Bailar era el pretexto para que la tuviera en sus brazos. Perdida la noción del tiempo, él la bajó de la estratosfera:

–Es tarde, tus padres se van a preocupar –tomándola cariñosamente del brazo, la condujo a la mesa para recoger la chaqueta y la cartera.

Esa noche, Irene no pudo dormir evocando cada beso, las pocas palabras que cruzaron, las manos de él en su cintura o jugueteando en su espalda, su olor mezcla de colonia y transpiración; el sabor de su saliva, el roce de la mejilla en la de él, que la lastimaba deliciosamente. Se acarició con los dedos el lado de la cara donde se sentía un ligero ardor.

Durmió un par de horas y se despertó alelada, con el sol de la mañana filtrándose por las cortinas, sintiendo ante el nuevo día la perspectiva de su gran amor. Recordó lo que su cuerpo no había olvidado, tenía su olor en la piel. La llamaron a desayunar y ella se levantó alborozada. Sin bañarse y en pijama se sentó a la mesa. Deseaba compartir con sus padres lo feliz que se sentía.

Sebastián ignoró a la muchacha las pocas semanas que quedaron de curso. Como siempre andaba con los de su barra muy relajado y de bromas. En clase los ojos de Irene lo seguían con discreción y él como si nada. Ella se cuidaba de no encontrarse con Sebastián delante de Esteban, para que éste, que tan bien la conocía, no notara su esfuerzo para que no descubriera que estaba enamorada.

Llegaron las vacaciones, ahora si lo perdería para siempre. Pensó en enviarle un mensaje de texto, no soportaba el silencio, no obstante, su orgullo la sostuvo, no era cosa de andar rebajándose. Se inventó un virus con sinusitis para disimular sus ojos y nariz enrojecida de tanto llorar. No dejaba que Esteban la visitara con el cuento de no contagiarlo. Su amigo se iba de viaje a la costa y no era cosa de estropearlo a última hora.

Ya no tarareaba diamantes en el cielo y en vez de Rihana era TINI “sé que por un tiempo voy a navegar sin rumbo…Lo tenía que olvidar.

Era una tarde cualquiera, estaba sola. No quiso ir de vacaciones con sus padres. Vestía un short de algodón blanco y una blusa camisera de florecitas; el cabello suelto todavía húmedo. El timbre de la casa sonó varias veces con insistencia, tenía la música a bajo volumen –en ese momento se oía Justin Bieber con 2U el tema que hace David Guetta–. De pronto recordó que la empleada se había tomado la tarde libre. Descalza corrió a abrir. ¡No podía creer! Era él.

–Hey! Espero no dar lata. Pasaba por aquí.

–¡Hola! –no pudo articular más palabras. Le hizo señas de que pasara.

–Es una linda casa la tuya –hablaba como si eligiera las palabras cuidadosamente–. Jamás vi una casa que me gustara tanto.

–Aquí nací y crecí, no me veo viviendo en otra parte.

–Debe ser bonito saber que hay un sitio para ti –dijo con tono ausente–. En cambio, nosotros nos hemos mudado más de una docena de veces, así que nunca tuve…

Se interrumpió al darse cuenta de que había hecho un comentario demasiado íntimo. Se metió las manos en los bolsillos y se quedó mirándola. La muchacha al fin reaccionando le dijo:

–Ven… siéntate –indicándole un sillón de la sala.

–Ya me había acostumbrado al cole. Esto de las vacaciones me pone down.

Irene captó su tristeza y al ver que seguía parado, lo tomó ligeramente de la mano y lo condujo hasta la cocina, donde había un comedor diario de mesa de roble reluciente.

–Estaremos mejor aquí. ¿Qué quieres tomar? –le dijo mientras abría la nevera.

–¿Sabes? Te extraño.

La muchacha callada no acertaba qué decir. Por un lado, quería recriminarle su indiferencia en las últimas semanas, por el otro, tenerlo cerca era suficiente. Escucharle decir que la extrañaba era más de lo que había soñado. Para poner sus pensamientos en orden se ocupó de sacar de la nevera una jarra con jugo, dejándola en la mesa, fue al aparador por los vasos.

–Espero que te guste el jugo de guanábana.

Cuando ella se inclinó a su lado para servir, él, tiernamente se volvió a besarla. La boca de Irene tembló y al instante le entregó sus labios. No se dijeron nada. Ella se sentó y Sebastián le buscó las manos. Esa tarde transcurrió muy rápido. Vieron una película y cuando volvió la empleada de su asueto les preparó una cena sencilla. Se siguieron viendo todos los días. A veces iban a comer helado, al club a jugar tenis o nadar. Las más se quedaban en casa escuchando música, su tema favorito era Perfect de Ed Sheeran. Lo bailaban muy suavecito, mientras él, amorosamente, le cantaba al oído con una voz desafinada pero que a ella le parecía de barítono: “I found a love for me/Darling, just dive richt in and follow my lead/Well, I found a girl, beautiful and sweet/Oh, I never knew you were/ The somenone wainting for me”.

Esteban regresó muy triste porque el chico que conoció en Taganga, y por el que había alargado las vacaciones se volvió a su país y ni siquiera mantendrían contacto. Con las historias tórridas se enteró Sebastián de que su amigo era gay. Irene era la única que lo sabía.

 

Sus padres conocieron a Sebastián, nunca la habían visto enamorada y estaban asustados. Un día su madre le dijo:

–Espero que se estén cuidando.

–Mamá no lo hemos hecho, pero sí sería buena idea que me llevaras al médico.

 

Para celebrar el cumpleaños de Irene sus padres organizaron un fin de semana en la finca con los amigos. La muchacha tenía pocos, su universo eran su novio y su mejor amigo y ellos se encargaron de invitar. Fue muy divertido, pero al mismo tiempo agotador. Definitivamente ella era una solitaria. El domingo por la tarde uno a uno se marcharon. La finca quedó tranquila. Sus padres se retiraron a descansar y ella hizo lo mismo. Sebastián y Esteban decidieron quedarse un rato más en la piscina y dar cuenta del Flor de Caña.

 

Irene despertó y no sintió ningún ruido a no ser el cri-cri-cri de los grillos y el croar de las ranas. Tenía sed y bajó a buscar un vaso de agua. Afuera las luces estaban prendidas y fue a apagarlas. La escena la dejó inmóvil. Desnudos Esteban acariciaba a Sebastián, lo besaba. No quiso ver más y al dar la vuelta tropezó.

–¡Espera! ¡Espera! –gritó Sebastián, corriendo tras ella.

–Soy una pichurria ¡Lo sé! –lloriqueaba Esteban– ¡Perdóname, amiga! –Quiso abrazarla y ella lo rechazó con brusquedad–. Tú sabes…

–…¡Deja el show! –lo interrumpió Sebastián– y mejor te vas.

Irene no pronunciaba vocablo. Con todo el cuerpo rígido, catatónico, escrutando la oscuridad, mientras el espíritu se le escapaba. Con gesto femenino se cubrió la cara, un cúmulo de sensaciones la embargaba, dolía y necesitaba controlarse. Su castillo de ilusiones, construido con arena en la playa, se lo había llevado esa ola gigantesca llamada deslealtad. ¿Cómo no lo vio venir? La embargó una sensación de estar o no estar, como si despertara de una pesadilla.

La voz de Sebastián la sacó del shock, era otra haciendo el esfuerzo. Por fin, con palabras que brotaban de las entrañas, y que no las reconocía como suyas, quizás estaban programadas en su subconsciente le dijo con voz firme.

–¡Un momento! ¿Quién eres tú para dar órdenes? Ninguno se va. Tampoco te voy a pedir explicaciones, lo que vi para mi es suficiente…

–…Tienes que escucharme –con su sonrisa seductora interrumpe Sebastián–. Lo que viste no significa nada.

–No me importa que seas gay o bisexual, lo único que tu comportamiento ha demostrado es que no eres la persona de la que me enamoré.

–Irene, amiga. ¡Perdóname! –Es Esteban que interviene– Estuve muy mal, no sé qué me pasó, quizás fueron los rones.

No había luna y no se alcanzaba a ver el rostro de la muchacha que hacía un esfuerzo enorme para mantener la calma. La piscina brillaba levemente iluminada por sus luces interiores y por la rapidez con que los jóvenes salieron de ella, dejaron la superficie irisada. Irene, con la vista clavada en las ondulaciones, para evitar tener que mirar a los muchachos, con el corazón apretujado de dolor y el cerebro que estaba en plena actividad buceando la mejor manera de salir con dignidad, les habló con voz controlada.

–Los dos han traicionado mi confianza, pero los tres haremos un esfuerzo para mostrar normalidad. Mis padres no pueden enterarse; no añadiré a mi decepción el sufrimiento de ellos por culpa mía. Alisten sus cosas. Ahora mismo les digo a mis padres que ustedes se tienen que regresar.

 

 

El Caimo, abril 2021

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net