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Cultura  |  19 abril de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Mirada de una niña en los años 50

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Mirada de una niña en los años 50

Un texto de Gloria I. Suárez N. Publicado originalmente en el libro Recordar es jugar. Un proyecto del grupo Café y Letras Renata.

Mi niñez: tiempo maravilloso, pasó muy rápido, todo fue felicidad con experiencias inolvidables como los “juegos infantiles”.

Algunos que no podía jugar por ser niña los aprendí mirando a mis hermanos y a otros varones. En algunos juegos como el trompo, las canicas o bolas, el futbol, yo era la juez. En compensación por acompañarlos los niños nos ayudaban a armar las casas de las muñecas y aceptaban ser el papá con tal de hacer valer el imperioso machismo, desde pequeños. Claro era la cultura en el entorno de las familias de la ciudad.

También jugábamos niños y niñas porque a la mayoría de los varones les recomendaban cuidar a las niñas, aun cuando ellos fueran más pequeños.(ja… el machismo).Y eso para nosotras estaba bien. Lo importante era jugar. En mi caso siempre fui líder en nuestra cuadra, las mujeres (niñas) éramos mandonas en todos los juegos, incluso con los varones, ellos cargaban los juguetes y ayudaban a armar lo que fuera.

Pintábamos la golosa, armábamos columpios en un árbol del patio de alguna casa, se buscaba lugar para cancha de futbol, el arco lo hacíamos de palos asegurados con cabuya, ya fuera piso de tierra o pasto. Éramos niños y niñas de un vecindario muy unido y creativo.

En cada casa había mínimo dos infantes. Cuando nos reuníamos a jugar el grupo era de 15 o más, entonces se pactaban reglas por conocimiento del juego o se creaba un acuerdo, gracias a Dios vivíamos entre familias respetuosas y educadas. Así fuimos creciendo y formándonos. Disfruté al máximo mi niñez aprendiendo y jugando Ahora soy adulta mayor y recuerdo tanta felicidad que tuve en mi niñez gracias a mi familia, amigos y vecinos.

Disfrute de la golosa:

Aclaro. Vine a saber que también se llamaba rayuela cuando llegaron de Manizales mi tía y mi primo a visitar a mi abuela. Ellos con la buena noticia de que permanecerían un mes en nuestra casa, nosotros como chiquillos que éramos nos pusimos a jugar de inmediato, fue cuando me enteré que nuestra golosa era la misma rayuela que conocía mi primo en Manizales. Nuestro primo era hijo único y más pequeño, por lo tanto no sabía mucho de juegos.

Para mis hermanos y yo fue un goce enseñarle a saltar lazo, jugar con canicas, montar en bicicleta, a las escondidas, al trompo, a la pirinola y otros, entre ellos la golosa que recuerdo me divertía por la diferencia en el nombre, mi primo decía rayuela y nosotros golosa y como éramos mayoría nos impusimos y así le llamábamos.

Entre todos acuciosamente la dibujábamos pensando que así nos rendiría más el tiempo de juego; en medio de risas y comentarios nos demorábamos más, porque yo en mi afán de mandona y perfeccionista la hacía repetir varias veces por que quedaba las líneas y cuadros quedaban torcidos y de diferente tamaño. Finalmente todos queríamos era jugar y se imponía el deseo de saltar a la golosa aunque estuviese torcida.

Para evitar esa demora, con el transcurrir de los días y con ayuda de los mas “grandecitos” nos ideamos un molde en un papel grueso, con todas las de la ley (con medidas y todo) que se convirtió en una responsabilidad de todos los del grupo, especialmente del que se encargaba de guardarlo hasta la próxima jugarreta. Era un “goce”, tantos acuerdos y autoridad. Ese fue el legado de la visita de mi tía y mi primo.

José Mario aprendió a jugar rápidamente y disfrutamos al máximo su visita.

Lloramos cuando llegó el día que se regresaban a Manizales, mi primo decía: “no me quiero ir”, le rogaba a mi tía diciéndole que se quería quedar.

Como siempre nuestra abuelita nos hizo desaparecer la tristeza, sabiamente dijo que nos llevaría a Manizales.

Y así fue pasaron meses, hasta que por fin viajamos y llegamos a casa de nuestra tía. Allí sí que gozamos, la casa era enorme, pero mi mayor sorpresa fue cuando mi primo sacó de su escondite el papel grueso con la borrosa golosa con la cual nos habíamos divertido en Bogotá, y aun más, José Mario había cambiado, de ser un niño callado y solo, ahora se mostraba alegre y extrovertido, incluso jugaba y gozaba más que nosotros.

Que maravilloso evocar cómo fueron nuestros juegos, por esta razón y con el programa RECORDAR ES JUGAR me siento adulta mayor y muy felizzzzzz transportándome al pasado.

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