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Cultura  |  04 abril de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Sergio Muñoz Bata

XXXVIII. NOTAS DE LA PESTE: UNA SOLEDAD CONJUNTA

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Enrique Barros Vélez

He regresado de caminar y desde mi balcón contemplo la noche recién llegada. Veo lucesitas de diversos tamaños e intensidades, desordenadas y esparcidas entre los numerosos altibajos de las montañas. La mayoría de estos agujeros de luz proceden de lejanas viviendas o de los altos y apretujados edificios que conforman el paisaje urbano. Cada una evidencia la presencia de una familia o de una persona solitaria. Contemplo entonces con detenimiento esos resplandores provenientes de una multitud anónima que se ha refugiado de la noche. Tal vez se sienten tan solos e ignorados como sus vecinos, que muchos ni siquiera conocen, mientras hacen parte de una inquietante panorámica de luces y espesas sombras. Nuestra sociedad es cada vez más insensible e impersonal debido a las extensas jornadas laborales, a las distancias y a los múltiples compromisos que dificultan la consolidación de estrechas relaciones interpersonales. Sentirse solo es una sensación angustiosa, pues necesitamos compartir nuestro tiempo, ser escuchados y sentir que le importamos a alguien. Pese a estar rodeados de miles de personas, y a estar en la era del Internet, cada vez estamos más aislados, más incomunicados, inmersos en nuestros pensamientos, refugiados en nuestros móviles, sin relacionarnos con otros durante días.

La pandemia viral ha generado una epidemia de soledad y aislamiento social. En especial entre los adultos mayores y, más específicamente, entre las mujeres (Un 31% sufren de ansiedad y un 36% de depresión) y las personas de bajos ingresos (el 36% sienten ansiedad y el 46% depresión). Ahora ellos viven más solos, ya que no se les permite reunirse con amigos y esto les causa ansiedad. Están aislados, viven bajo constante riesgo, están ansiosos, están solos y no perciben claramente cuándo terminará la pandemia. Para ellos socializar es muy importante porque así logran mantener su calidad de vida, su salud mental y a menudo su función cognitiva. Esta epidemia es un problema incluso para quienes estaban solos antes de comenzar la pandemia, pues nos ha mostrado que la soledad se deriva en gran parte de su prevención, convirtiéndose en un inevitable lastre para la sociedad contemporánea, en un efecto colateral que amenaza la salud pública. Esta soledad también tiene efectos físicos, pues puede causar enfermedades cardiovasculares y de hipertensión y contribuir a deteriorar las capacidades cognitivas, hasta generar demencias prematuras.

Y mientras miro esos lejanos resplandores, integrados con la oscuridad de la noche, pienso en mi familia más cercana a la que no he podido visitar desde hace poco más de tres meses, en mis amigos, hoy distantes, y en las personas sin acompañante que a diario me encuentro disfrutando su estadía en parques, cafés y restaurantes, quienes han debido acostumbrarse a sentirse bien en su propia compañía, consigo mismas. Y en todos los ciudadanos que además de haber sido formados en la individualidad ahora deben incorporar la nueva carga que conlleva la prevención: el aislamiento obligatorio. Y aunque parezcamos estar integrados nos estamos deshaciendo emocionalmente como comunidad, así le estemos encubriendo esta realidad a la multitud condescendiente con la indiferencia y el ahogo emocional.

Conmocionado por esta confusa situación, por momentos me asalta la extraña e inquietante sensación de estar siendo observado desde algunos de esos distantes agujeros de luz, donde numerosos ojos desesperados podrían estarme espiando, amparados en el relativo encubrimiento que les confiere la oscuridad. Mientras, inevitablemente, puedo ser parte del supuesto y enigmático duelo visual que podría estarse dando entre entrometidos ubicados en extremos opuestos del escenario…

Febrero 27 de 2021

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