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Cultura  |  04 abril de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Un domingo cualquiera

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“Sólo cuando se ha recuperado el orden natural, el individuo siente

que se le ha quitado un peso de encima y puede seguir con sus

asuntos sin que nada del pasado lo maneje o lo limite”

Bert Hellinger

 

Por Auria Plaza

La rutina de todos los domingos: almorzar en casa de mamá. Luego los hombres miraban el partido de fútbol y las mujeres jugaban cartas e intercambiaban chismes, excepto yo, que me acomodaba en la hamaca con los periódicos; medio escuchaba los comentarios de los unos y los otros.

Cuando nos avisaron que el próximo domingo, no solamente nos cambiarían el menú, sino que, aparte de la familia, estarían compartiendo con nosotros un antiguo amigo de papá y sus dos hijos, lo primero que pensé fue: adiós hamaca y ponerme al día con lo que sucede en el mundo. Como si fuera poco tendría que levantarme temprano, ya que me tocaba comprar las flores en la mañana y poner la mesa.

Mi madre, pálida y demacrada, se notaba muy nerviosa. En toda la semana la había visto muy poco, parecía como si hubiera estado esquivándome. Le pedí que canceláramos el compromiso para que descansara. Lo que me respondió me dejó preocupada.

—Mire mija, los que nos visitan son como de la familia.

—Ya sé mamá, cuando papá vivía, Luis y sus hijos nos visitaban con frecuencia. De hecho, a mí me caían muy bien y no entendí por qué dejaron de venir.

—Así es. Además de socios eran los mejores amigos –me dijo casi con rabia o sarcasmo, no supe exactamente, pues estaba muy rara.

—Está bien mamá, no hablemos más. Solo quiero que estés tranquila.

Me daba miedo que volviera a enfermarse. Recuerdo sus cambios intempestivos de humor: pasaba del llanto a la indiferencia absoluta, de malgeniada a cariñosa. Desde hacía algunos años se veía tan bien. Esperaba que no hubiera tenido una recaída.

El domingo llegó y el almuerzo transcurrió en un ambiente muy tenso. A pesar de la alegría de mis hermanos de volver a encontrarse con sus antiguos amigos y de intercambiar entre ellos anécdotas, no lograban animar a mi mamá y a Luis. Mis cuñadas parloteaban como si tuvieran miedo de que se colara el silencio.

Mi madre no pronunciaba sino las palabras necesarias, cuando cumplimentaban los platillos que ella ni tocaba. Por mi parte, si no fuera porque no había visto a mi mamá así desde que murió papá, habría disfrutado de la visita. Los Márquez Ramos eran agradables y educados.

Después del postre, mi mamá nos pidió que pasáramos a la sala, donde nos servirían el café. Todo esto era muy raro, pero no nos atrevíamos a preguntar nada.

—Por favor pónganse cómodos. Lo que tengo que decirles es muy delicado –empezó diciendo mamá–. Ustedes saben que vengo haciendo terapia, han visto libros de Hellinger por toda la casa y hemos hablado del tema. Ha llegado el momento en que ustedes sepan la verdad.

La interrumpimos en un alboroto que no se entendía nada, pues todos hablábamos al mismo tiempo.

—¡Cállense! Déjenme continuar ¡Es importante!

Había tanta angustia en su voz que enmudecimos.

–Invité a Luis hoy con Carlos y Julio, no sin antes pedirle perdón por haberle echado de esta misma casa, después del funeral de Alfonso. No obstante que yo le ofendí mucho ese día, respetó mi ruego de silencio. No pidió nada y siguió haciéndose cargo de la responsabilidad, que era de mi marido, que en paz descanse.

–Mamá ¿de qué estás hablando? –pregunta mi hermano mayor, desconcertado.

–Déjame continuar –le respondió mamá muy seria–. Ya es hora de que en la familia no existan secretos, por el bien de todos y para que podamos ser felices. Lo que tengo que decirles no es fácil y solo hay una manera y aquí va: ustedes son hermanos de Carlos y Julio. Su padre antes de morir me lo confesó. Tuvo una relación con una mujer que falleció cuando los niños estaban muy pequeños. Para poder justificar su presencia de vez en cuando en casa y por si alguien los veía en la calle, le pidió a Luis que dijera que eran sus hijos.

El silencio era absoluto. Parecía que nos hubieran descargado un paralizante cerebral. Nos mirábamos alelados. Mi madre, después de soltarnos semejante bomba, suspiró y empezó a llorar suavemente.

Mis hermanos y yo corrimos a su lado a abrazarla, teníamos mil preguntas para hacer. No sabíamos por dónde empezar. Mis cuñadas tan sorprendidas por la noticia no atinaban qué decir. Mi madre retomó la palabra:

—Queridos míos, yo estoy bien y espero que ustedes también. No juzguen a su padre y honren siempre su memoria. Yo ya le perdoné.

Luis y sus hijos (tomaría tiempo pensar en ellos de otra manera) quisieron retirarse, pero mi madre les dijo:

—No, no tienen por qué irse. Entre todos nos iremos ajustando a esta nueva realidad y de a poco aprenderemos que las cosas son así por alguna razón. Carlos y Julio, ustedes son hermanos de mis hijos y todos los que forman parte de mi familia tienen un lugar en mi corazón.

–Gracias Matilde –un Luis muy emocionado se acercó a mi mamá y le extendió la mano. Mi madre se puso de pie y lo abrazó.

–Soy yo la que tiene que agradecerte. Fuiste un buen amigo y guardaste el secreto para protegernos. Sé que tus hijos han sabido la verdad desde muy chicos y nada dijeron porque para ellos…

–…tú has sido nuestro padre –dijo Carlos el menor, dirigiéndose a su padre–. Asimismo, Matilde, desde que te conocimos te hemos tenido cariño. No niego que nos dolió mucho que no quisieras saber de nosotros a partir del funeral y sobre todo no volver a compartir con el resto de la familia.

–Lo entendimos y teníamos la esperanza de que algún día todo saldría a la luz –Dice Julio–Tú eres una persona muy noble, mi papá siempre nos lo ha dicho. Además, trató siempre de justificar lo injustificable; nos enseñó a perdonar a tu esposo por tenernos ocultos, no tenemos ningún resentimiento y me da mucha alegría que todo quede claro.

El fútbol y las cartas quedaron olvidados esa tarde. Después de la conmoción empezamos a preguntar de la vida de ellos y a contarles de nuestras novedades. Definitivamente no fue un domingo cualquiera y, en adelante, en la mesa se pondrían tres puestos más.

El Caimo, abril 2021

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