• LUNES,  29 ABRIL DE 2024

Cultura  |  23 marzo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Juegos de Ayer y de Siempre Legado de una Generación Recursiva

0 Comentarios

Imagen noticia

Un texto de Carlos Alberto González Quitian. Publicado originalmente en el libro Recordar es jugar. Un proyecto del grupo Café y Letras Renata.

Bienvenidos al mundo de los juegos por que “Recordar también es Jugar”. Juegos que perdurarán en nuestra memoria y en el tiempo, fueron labrados por nuestras manos, la imaginación y la energía de nuestros movimientos, crecieron con nuestros albores y se fortalecieron con nuestra capacidad de asombro y espíritu aventurero. Retozos creativos colectivos, construidos en la cotidianidad como herramientas lúdicas para combatir la soledad, la rutina y la austeridad. Estos son algunos que afloran del baúl del recuerdo, buena parte callejeros.

El Trompo de Madera. Los había grandes y pequeños; marranas, pipiolos, el Sedita, el Brincón, el Bailarín, el Cascador y el trompo Puchador. Se Jugaba entre dos personas o más en una calle a lo largo o al través. Se arreaba un trompo señuelo desde el centro hacia un lado y otro de la vía, propinándole topetazos con el trompo lanzado y si no se conseguía, se intentaba recogiendo el trompo en movimiento del piso con la pita o la mano.

Cada quién tiraba para su lado, ganaba quién llevara el trompo señuelo a su costado y si lo lograba, le propinaba al trompo del contendor severos golpes llamados ”secos”, con un trompo especial pesado y afilado en su herrón para que fueran más contundentes los impactos. El número de “cascadas” era previamente determinado por los jugadores o también se apostaba el propio trompo. Si el espacio para jugar no era suficiente, se demarcaba un cuadrado o un círculo con un guijarro o tiza y se jugaba a sacar trompos de la zona demarcada. Los que se sacaban se convertían en propiedad de quien los sacara.

Otro Juego era la Coca o Balero. Dos elementos de madera unidos por una pequeña cuerda: un cabo y una coca en cuyo centro había un orificio para introducir el cabo. Se jugaba a los “emboques o encholadas”; una vez realizado el emboque, se tenía derecho a las revueltas utilizando el tiro con la pita más corta. Si se perdía la encholada se perdía el turno y ganaba el que primero llegara a 21 o 51, según fuera el número de participantes y el tiempo que se dispusiera para el juego.

Un Juego divertido era el Yo-Yo. Dos círculos macizos de madera unidos por un pequeño tubo interno, que luego con la llegada del plástico se hizo más común. Se enrollaba con una cuerda o pita para que él mismo de forma autónoma se desenrollara y enrollara con el empuje y movimiento de la mano. Se podían hacer con él figuras y balanceos como el péndulo, el mecedor, la torre, la media vuelta, la vuelta entera o infinidad de vueltas horizontales que se contabilizaban, el corre-corre lanzando el Yo-Yo por el piso, o el Yo-Yo mordelón cuando se frenaba adhiriéndose a la falda o al pantalón.

Construíamos lo que la imaginación nos prodigaba, creamos carros con tubinos y carretas de madera vacías del hilo de la abuela e hicimos tractores; los había raudos y veloces o lentos y de fuerza para atravesar barreras y vencer obstáculos de acuerdo al estiramiento y torsión que se le diera al eje de caucho que atravesaba el carretel. Jugábamos con arcaicas ruedas de madera o con aros de los desechos de llantas de los automóviles, dándole velocidad con una vara que servía a su vez de acelerador, dirección y freno.

También hacíamos Patinetas y planchones con tablas de madera. Como eje utilizábamos listones con ruedas de acero en sus bordes llamadas balineras o ruedas esferadas, con los que se competía a través de carreras o se llevaba el mercado de la tienda con el impulso logrado con una pierna.( La otra se colocaba sobre el artefacto). Con los carros se necesitaba un copiloto para impulsarnos apoyado siempre en nuestra espalda, los carros tenían timón de cuerdas y un freno en las ruedas traseras, proveniente de la suela de caucho de un zapato viejo o de un retazo de un neumático. Cada uno le imponía su sello de diseño o distinción propio de su imaginación.

Le sacamos jugo y lustre a la madera, utilizamos pequeños bloques y ruedas simulando volquetas y camiones; jugamos hasta el cansancio realizando trabajos de ingeniería, cargábamos y descargábamos repetidamente los carros con materiales de piedra o arena del patio o de la calle. También jugamos con elementos torneados como la Pirinola con apuestas de centavos, caramelos o cerillas. Pon una, Todos ponen y Toma todo, este último el mejor premio… y luego de nuevo el ¨cace¨ para otra ronda.

Jugamos a las Canicas, a cubrir la mayor distancia, al toque, o pipo y cuarta, y a sacar bolas de un recuadro trazado previamente con una tiza. Las canicas las había de vidrio, de color sólido, transparentes o multicolores, también las había de acero y algunas de madera o de semillas.

Jugamos con las Tapas de latón aplanadas y machacadas, a las que se les hacía dos orificios en el centro, o si había en el costurero un botón de abrigo bien grande, también servía para construir el famoso “Zumbador o Zumbambico”.

Consistía en atravesar en la tapa o botón por los dos orificios centrales, una cuerda a la que se le daba torsión para que luego al estirarla, el objeto produjera un especial sonido y por el efecto del movimiento se enrollaba y volvía a desenrollar de forma autónoma. Desafortunadamente, si se utilizaba una tapa afilada, podía ser peligroso pues su borde podía causar accidentes.

También con tapas jugamos a la “Vuelta Colombia”; le dábamos peso vaciando en ellas parafina y las identificábamos con números o iniciales de los ciclistas de nuestra época. Efraín Forero, Ramón Hoyos, Jorge Luque, Pajarito Buitrago, Martín Emilio, todos ellos de diferentes regiones de Colombia. Tenían apodos como el Zipa, el Aguila Negra, Cochise, el Jardinerito, Condorito, el Tigrillo, el Marinillo, etc. Hacíamos largas carreras en los bordes de las aceras de la calle, con metas volantes y Final de Carrera. En la competencia se permitía darle topes al contrincante para sacarlo del bordillo del andén o se cayera, con lo cual tenía que devolverse a la meta volante anterior que hubiera cruzado. Esta vuelta también se hacía con canicas.

Jugamos a los dados, al parqués, a las damas chinas, a la estrella y a la escalera, a las Cartas de la baraja española, en reuniones informales de entretención, con amigos y familia. Jugamos con Cauchos, Ligas y Cáscaras de naranja, también con Bodoques de papel impulsados por el aliento con tubos como bodoqueras, para pegarle a un objetivo. Otros más atrevidos, jugamos con Caucheras hechas con horquetas de palo de guayabo y resortera con cuero de badana. Jugamos con ellas al tiro al blanco, o también nos servía de defensa; siempre dispuesta en nuestros bolsillos.

Jugamos con guijarros y piedras al Tiro al blanco, a darle a los troncos y a las latas vacías de cerveza. También hicimos con los empaques metálicos de salchichas o leche condensada, Teléfonos de comunicación al estirar y utilizar la vibración de la cuerda que atada al centro de las latas, transportaba las ondas sonoras.

Jugamos a las postas, a la lleva, a piedra papel o tijera con las manos, a los Indios y vaqueros, a los policías y ladrones, a soldados libertados, a la estatua, a ponchados y al Yermis con pelota. Los más callejeros, jugamos con las monedas a la Mayor pared, tirando centavos para quedar lo más cerca posible a ella, y a los Cinco Huecos; un conjunto de hoyos escarbados en la calle o en areneras en el parque. Se apostaba plata, ganaba quién primero logara conseguir 21 puntos o al número más cercano, denominado por alguno de los tiradores como el “Plante en mínimas”. Se jugaba con monedas de 1,2,5 y10 centavos. Hicimos juegos de laberinto y obstáculos con canicas o con tablas al Cucunubá, tablas a las que se les hacían múltiples huecos dándole diferentes valores numéricos a los orificios.

Jugamos con las fichas del Yazz a recogerlas del piso o de la mesa mientras la bola que se tiraba estaba en el aire, también al dominó, al trique y a los rompecabezas de números y de figuras, jugamos a la Lotería con dibujos de objetos y animales, jugamos también al Bingo. Coleccionábamos figuras de álbum de caramelos y chocolatinas, y también trozos de filminas de las películas, las que apostábamos tirándolas a la pared o la mesa y ganando aquellas que quedaran superpuestas.

Jugamos al Ahorcado adivinando en un papel las consonantes y vocales de la palabra en secreto escogida, jugábamos al aire libre en la calle o en los potreros a las “Banquitas”, con improvisadas porterías en el piso con los sacos, chaquetas o chamarras, igual al futbolito de salón con rústicas tablas y muñecos hechos con trozos de madera pintados con los colores de nuestros equipos favoritos.

En los tiempos de descanso del juego, leímos Historietas, en el zaguán o la tienda de alquiler de cuentos o bien del tradicional almanaque Bristol o la página del periódico de los domingos para recrearnos con héroes y súper amigos. Dimos rienda suelta a la imaginación y a la fantasía. En la Semana Mayor en la que no se podía jugar, gozábamos con las estridentes Matracas o al corretear visitando el mayor número de Monumentos.

Jugamos con aros de plástico al Hula-Hula, a saltar la cuerda, en el piso a la Golosa o Rayuela; nos deleitábamos con juegos imaginarios de simulación de oficios, también a ¡que Te cojo Ratón!… ¡a que no Gato Ladrón!, y si el Gato de turno no cazaba, le decíamos todos en coro: ¡Ese Gato No Sirvió!. Jugamos a la Casita, al Papá y la mamá, al Puente está quebrado, al TinTin Corre-corre timbrando en las puertas de las casas vecinas y del barrio. Jugamos al 1,2,3 por Mí y en época de navidad a los Aguinaldos al Sí y al No, Pajita en Boca, Dar y no Recibir, Tres piés, Estatua, y al Beso robado.

Fabricamos Calidoscópios, hacíamos Títeres y marionetas, le dábamos vida a seres inertes ofreciéndoles movimiento. Imaginamos y construimos con los materiales que estuvieran a nuestro alcance, fabricamos con nuestras propias manos rompecabezas, juegos de pericia e inteligencia. Jugamos atrevidamente al Pica-Pica, esparciendo en la espalda de nuestros compañeros las microfibras del capullo de ciertas flores, o con el Pedo quimico, una cápsula compuesta por materiales olorosos del laboratorio de química del colegio.

al aire libre a Poner punto y a cumplir retos, ideando saltos, piruetas y estrategias. Jugamos a las carreras, al Tun-Tún y a los Encostalados. Armábamos y desarmábamos lo que fuera, retozamos haciendo figuras con alambre construyendo verdaderos acertijos de habilidad e ingenio y si no se disponía de alambre lo hacíamos con las pitas o la piola, y en ausencia de ellas con Figuras de papel periódico. Con él fabricamos sombreros, avioncitos que surcaban los aires, barcos que viajaban en cualquier cañada o arroyo y hasta podíamos escoger el Infierno o el Cielo con las cuatro puntas del Saca-piojos o Rasca-niguas del doblado de papel que coloreábamos; o con las tijeras, nos retábamos a sacar figurillas doblando el papel y haciendo cortes prodigiosos.

Qué decir de la Elevada de Cometa con el armazón de tirillas de bambú, cubiertas y templadas con papel sedilla o papel cristal. Las había grandes y pequeñas, en forma de rombo llamadas chulos o de múltiples puntas llamadas estrellas o panderos con sus largas colas de retazos y nudos. No nos quedábamos quietos; en casa juagábamos a Servir el Té con la colección de diminutas vajillas traídas de la China, jugamos con los objetos de la casa ofreciéndoles funciones divergentes, también jugamos al Reinado, a los Desfiles, nos disfrazábamos de Momias, monstruos y fantasmas o jugamos con muñecos de trapo recreando fantasías. Recibimos el legado de los juegos y vivencias de los abuelos, de nuestros padres y hoy tratamos de legarlo a los nietos, algo reacios, atraídos por el uso de celulares y tabletas.

Eran Juegos nacidos de la cotidianidad, con sabor a sencillez, calle y campo. Nos divertimos con los Paseos de olla y las famosas Comitivas, aprendimos a hacer Fogatas, hacer fiambres, a integrarnos y a compartir. En Navidad armábamos el pesebre con todo tipo de figuras así fueran disonantes, también armábamos el árbol de chamizos con bolas y guirnaldas, el Muñeco de año viejo con trapos desechados, nos retratamos en cámaras de cajón o con aquellas de rollos de 12, 24 y 36 fotos, que luego de reveladas se recortaban con tijeras de punta de zig-zag.

Nos inventamos quehaceres en cualquier tiempo y momento, cualquier trapo, chamizo o canto rodado servía de pretexto para un juego o para realizar un invento. Gracias a la Energía Creadora por ofrecernos a través del juego múltiples amigos, le dimos trabajo al ocio y realidad a nuestros sueños; una herencia que debe perdurar al traspasarla a nuestros hijos colmadas de capacidad de asombro, fantasías e ingenio. Hoy jugamos con el ejercicio del recuerdo; por que recordar aquellas épocas también es Juego!.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net