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Cultura  |  14 febrero de 2021  |  04:27 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

El yoyo en mi infancia

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Un texto de Gilberto Zuleta B. Publicado originalmente en el libro Recordar es jugar. Un proyecto del grupo Café y Letras Renata.

Uno de los juegos más populares del mundo, lo disfrutamos en la infancia y adolescencia. Lo jugábamos grandes y pequeños. Eran de plástico o de madera, y de diferentes colores.

Se le enrollaba un cordón o piola en la ranura profunda del centro y sosteniéndolo de un dedo se hacía bajar y subir. Con buena concentración y técnica el juego era agradable y entretenido. La diversión del momento, pero también se convertía en peligro cuando no se sabía lanzar y se aporreaba a la persona cercana o se quebraba algún objeto cercano.

Había yoyos grandes y pequeños. El que yo tenía era pequeño y de plástico, pero mi hermano mayor lo cambió por uno grande y de colores que alumbraba al lanzarlo.

Yo tenía una amiguita de quinto grado; era Yuri, la niña de mis distracciones, de sonrisa agradable y mirada dulce, con quien participé en varios juegos: el trompo, el Balero, el lleva lleva, el burro y al escondite.

Después apareció el Yoyo y al verlo jugar por la televisión, nos llamó la atención y empezamos a practicar. Luego hacíamos concursos y apuestas entre nosotros al que mejor figura realizara.

La mamá de mi amiguita le enseñó cómo amarrarse la cuerda en el dedo índice de la mano derecha y el impulso que el yoyo debía coger para que bajara y subiera sin hacerle daño a nadie.

Después de practicar, aprendió el truco del “dormilón”, que es como si el Yoyo quedase dormido en el extremo de la cuerda. Otro compañerito aprendió hacer la “mariposa”, un rodamiento prolongado, con facilidad lo subía, y le hacía volteretas aéreas. Los demás, hacíamos “el columpio” y “la media vuelta”. Era divertido para nosotros y los observadores como las señoras y señores, que viéndonos jugar, pasaban ratos de esparcimiento.

Nos ubicábamos en la esquina más cercana a la casa de Yuri para que la mamá la dejara salir y como en todo juego, no faltaba el incidente que en éste caso le tocó a mi amiga. Cuando se amarró la piola en el índice de la mano derecha, ésta se le fue apretando al dedo sin darse cuenta.

Una de las señoras que observaban el juego vio cómo el dedo se le estaba poniendo morado y le dijo: "mire niña cómo tiene ese dedo de morado". Yuri se asustó demasiado, por eso la llevamos al hospital donde le hicieron la curación, pero siempre le quedó morado, porque la sangre no le circulaba.

Cuando regresó a casa, la mamá, quien ya se había enterado de lo sucedido, porque los compañeritos chismosos le pasaron la información, la cogió a chancletazos diciéndole: "yo le enseñé muy bien cómo se amarraba esa piola en el dedo, y no tenía por qué dejar que se le hinchara".

Alcancé a contar siete chancletazos y los gritos de Yuri.

La señora Carmelina, su madre, nos dijo con un acento agresivo: "Aquí no vuelvan por la niña. No confío en ustedes. Se acabó el jueguito culicagaos".

Yuri jamás volvió a jugar Yoyo.

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