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Cultura  |  14 febrero de 2021  |  02:22 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

La realidad de una noche de viernes

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Este texto es inédito y se publica con autorización de la familia del escritor y poeta Gustavo Rubio, fallecido en el año 2020.

A la  realidad no necesita razones, le basta con un pretexto. Goethe.

Una forma de la realidad ocurrirá esta noche, dijo Lucas, sentado en medio de las dos mujeres; José me miró, no sin extrañeza. Yo estaba en esa época en plena rebelión, en choque permanente con las nociones de verdad. No me gustaba la palabrita, me parecía impostada, construida con fines utilitarios y mezquinos, a pesar de la suficiencia teórica. Salimos de la cafetería, siete de la noche, hora de ir a la discoteca, de bailar en la penumbra, en la no identificación del otro; el ruido, los olores, el humo, el alcohol. Por vez primera estaba contento, deseoso de dejar tirados en una borrachera, los requisitos verdaderos de mi vida entera.

Isabel, la amiga vestida de rojo, quería otra cosa, en todo caso no salir ebria; Lucas prometió pocas copas, más perros calientes con cerveza, y mucho baile. Cruzamos varias calles, vimos muchos rostros e innumerables mercancías, llegamos al escenario de luces multicolores. Tomé del brazo a Isis, ya conocía su horror por los laberintos, su beneplácito por las sombras, su capacidad de entregarse una vez probaba el licor.

los ocho escalones, aprovechamos la mesa desocupada. Vasos, cigarrillos, la botella de brandy, Lucas e Isabel, Fernando e Isis, y José que buscaba novia. Escenario de lujo, sin duda; ese el rumor de quienes asistieron, hace veinte años, a su inauguración.

Tuve un dolor esa noche: mi mujer esperaba en casa; serví trago doble, repetí, fumé, pensé en estatutos y códigos de la verdad, pensé en gramáticas, en formas y procedimientos del discurso válido, eché a un lado prejuicios, tomé la mano de Isis y caminamos hacia la pista; recorrimos el sinuoso espacio del primer nivel, deteniéndonos botella en mano para no perder detalles de pasillos largos y oscuros, apenas alumbrados, de paredes adornadas con la serie Las Momias del pintor Oscar Herrera; tomamos un largo trago, Isis se desnudó ya casi somnolienta, yo intenté hacerlo, faltaban dos niveles, preferí dejarlo para más tarde.

Algo terrible pasó: casi borrachos una hora después, al lado de una columna estaban las imágenes holográficas de cuatro gramáticas, una la de la religión, otra la de la historia, una más la del pensamiento, y la última la de los poetas. Sentí pavor, Isis se arrodilló: las holografías transmitían no información sino emociones; desde luego, y desde entonces, ya no pienso y luego existo, ya siento y existo realmente. Propuse a Isis que no bebiéramos, que se pusiera la ropa, que

esperáramos a los otros. No entendió, como era de esperarse, mejor, señaló con su dedo, es que miremos las olas de las pasiones en la holografía religión, mira esa recta de la moral infinita que diseñó san Agustín, mírala bien porque a mí me produce algo raro en las axilas; yo sentía esa gramática en los cojones, en el bajo vientre, de modo que bebí un trago y otro y le roce los senos a Isis, ella mandó su mano a mis testículos y los apretó con salvajismo; en esas estábamos y aparecieron por fin Lucas e Isabel: habían visto holografías del pensamiento, y lo cierto, dijo Isabel, es que ahora el que piensa es el cuerpo, es decir, nuestros cuerpos dirigen a ese yo que piensa. Isis exclamo Eureka, yo acabé la botella de brandy de un trago.

rastras nos movilizamos del escenario; clareaba el nuevo día. Mi gramática preguntó por ese yo de años atrás, quién ese llamado Fernando, y yo respondí cosa de tragos, de locura alcohólica. Nos derrumbamos en el prado del parque. Dormimos. José apareció con una negra casi desnuda, una negra que despertó imaginarias envidias.

Tal vez nos despedimos, tal vez hablamos de gramáticas y de retóricas; tal vez anduve calles con la sorpresa de verlas por vez primera. Me senté, creo, en una cafetería, alguien me trajo un jugo, y mientras lo bebía una frase apareció, concreta y sola, la gramática es un extremo, la sensación otro. Anduve otras calles, reconocí la casa donde vivía mi esposa.

Chucho el malo.

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