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Cultura  |  14 febrero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: Cansado de vivir

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Cansado de vivir

Por Auria Plaza

Mi amigo está ahí ¡Qué vaina! Ni siquiera se despidió. ¿Qué le podía haber dicho? Seguramente las razones para que no lo hiciera serían tan buenas como las de él para no seguir viviendo. Ya no cazaremos más conejos y la escopeta tirada a su lado es una verdad que me deja perplejo. Quiero espantar el moscardón que se le posa en la mano. ¡No, no lo toques! Me gritan. ¡Ay hermano tuviste el coraje de apretar el gatillo! La vejez te asustaba. Ser uno más del paisaje de los sábados en la plaza del CAM, te parecía patético. Ni por el putas termino así, decías chupando el cigarrillo. ¡Míralos! Si parecen indigentes, con la desesperanza pintada en las camisas desteñidas por la miseria.

Un olor a tierra fresca, mojada. Una ligera neblina se quedó detenida en el cafetal. Hay un hombre entre los arbustos en flor; parece una rama tronchada por el vendaval de la noche anterior. Los trabajadores del campo van apareciendo, se acercan, miran silenciosos. Son muy pocos, no es época de cosecha. Un joven, a quien todavía la fatiga no lo ha alcanzado, reacciona y grita:

–¡Hay que avisar a la policía! –y empieza a marcar en su celular.

–Es José María –dice uno. Me las pillo hasta donde doña Mercedes. Él se estaba quedando allí.

–Te acompaño, le aviso al patrón.

Se va formando un círculo, y el hombre tirado en el medio; se agrupan más curiosos, empiezan a comentar:

–Pobre… estaba tan solo. De verdad hay un momento en que uno quiere parar, el corazón siente el cansancio y ya no queda nada.

–Siempre rezongaba a la hora del desayuno, las cosas ya no son como antes, refunfuñaba.

–Desde cuando le dijeron que dejara de joder con su música, que se pusiera audífonos como todos, el cucho se fue apagando.

–Con tal de que no empecemos a oírlo cantar “Nadie es eterno en el mundo ni teniendo un corazón”

–Se la buscó que lo vistaramos nosotros primero, los chulos se quedaron sin comer.

Llega Mercedes, con la respiración entrecortada por el esfuerzo de la carrera; es una mujer sin edad, robusta y de ademanes bruscos. No parece sorprendida.

–Los últimos días andaba callado, tristón. No hablaba con nadie. Se iba al fondo del patio, detrás del corral de las gallinas, con su radio de pilas, el de siempre y cuando la canción era de su gusto se ponía a gritar. Ayer justo se le escuchaba “si el destino cruel hacia un abismo nos tira vemos que todo es mentira y que no hay amigo fiel”. Nos está echando piedra, dijimos. Andaba muy cascarrabias; esta mañana no quiso tomar café, y cuando lo vi con la pilcha pensé: este nos deja, se va para Armenia.

Los mirones han aumentado, aparecen de los otros tajos. Siguen los comentarios. Todos lo conocían. Llevaba muchos años trabajando en la zona. Hasta nos parecíamos. Los mismos ojos tristes, la piel arrugada y quemada por el sol. La misma soledad. La pobreza, después de haber trabajado tanto. Prendo un cigarrillo y los recuerdos se agolpan. Éramos jóvenes, se ganaba bien; el sábado a mediodía, después de cobrar el jornal, empezaba lo bueno… la cantina: música, mujeres y aguardiente. El domingo por la tarde regresábamos pelados pero contentos. Ahora, después de pagar el alojamiento y la comida, si acaso queda para un par de cervezas en El Caimo. Vuelta al vacío de las horas y al silencio.

Cuando llegó la policía al levantamiento del cadáver, nos fuimos marchando, algunos hasta contentos; la monotonía había sido rota y tendrían algo para contar cuando volvieran a casa. Otros, perdido el interés y yo… abatido con mis pensamientos a cuestas. La vida continúa, se dicen los unos a los otros “volvamos al trabajo”. ¿Para qué? Interrogo al viento. Lo hago tan bajito, solo yo me oigo. Esta es una vida de mierda. Ya el campo no es el mismo. Miro alrededor caras ausentes y no es por lo de hoy, son las de siempre. Antes la música lo invadía todo acompañando la charla dicharachera; no faltaba quien cantara lo que habíamos estado escuchando en los cafés el fin de semana: “amor de mis amores, reina mía que me hiciste que no puedo conformarme”; estaba el otro más romántico que entonaba “Nuestro Juramento” y con Julio Jaramillo nos ilusionábamos, nos entusábamos. El chisme de quién estaba enamorado de quién, se seguía después de las cinco. Nos sentábamos en el patio a afilar el machete, a escuchar la radio campesina y los más osados coqueteaban con las muchachas, algunos con suerte lograron esposa, familia. José María y yo nos quedamos solos por pendejos, pensamos que la parranda iba durar toda la vida. Vivíamos el presente sin pensar en el porvenir. Ahora escucho “Añoranza” y el alma se me arruga. Empiezo a tararear “Grato es llorar cuando afligida el alma/ no encuentra alivio en su dolor profundo. Son las lágrimas jugo misterioso/ para calmar las penas de este mundo”. Mi corazón sigue llorando. Ahora sí me he quedado solo.

El Caimo, febrero 2021

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