• SÁBADO,  27 ABRIL DE 2024

Cultura  |  14 febrero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: El paraguas de Ángela

0 Comentarios

Imagen noticia

Cuentos de domingo

El paraguas de Ángela

 

Por Juan Felipe Gómez

Parecía que iba a llover y Ángela tenía que ir al supermercado. Desde hacía algunas semanas necesitaba harina, leche y huevos para preparar la torta de bienvenida a su hermana mayor. Había pospuesto la salida varias veces. Los andenes mojados son peligrosos, se decía para justificarse. Pero ese era el día, Susana llegaba a las seis, tenía que salir. Empezó a buscar, sin mucho empeño, el paraguas. El apartamento era pequeño, apenas para una pareja de enamorados, de amigos, de compañeros o de hermanas, sí, de hermanas solteronas. Susana volvía después de vivir cinco años en el exterior cuidando ancianos.

El paraguas estaba detrás del sofá. Ángela lo tomó, fue hasta la ventana y vio que empezaban a caer las primeras goteras. El supermercado estaba a sólo cuatro cuadras del edificio. Faltaban diez minutos para las tres. Tenía el tiempo justo para ir, comprar lo que necesitaba, volver, hacer el amasijo, meterlo al horno y tener una buena torta poco antes de las seis. Bajó los tres pisos del edificio con el paraguas colgado en el brazo. El portero estaba concentrado viendo una telenovela en un pequeño televisor. Ángela tosió a causa de una corriente de aire frío que llegó hasta el corredor de entrada al edificio. Salió al andén y se quedó parada unos segundos. Aunque veía las goteras que caían en el asfalto, no sentía ninguna sobre ella. Eran goteras grandes y caían muy separadas. Se aseguró de llevar el dinero en el bolsillo, se inclinó un poco, contó cuatro billetes y cuando levantó la cara sintió caer una gran gotera en su frente. Le cayó como caen las mierdas de los pájaros que se posan en las cuerdas de energía. No se molestó en secarse, dejó que la gotera caminara por su entrecejo y fuera por un lado de su nariz hasta la boca.

Empezó a caminar y pensó en su hermana. Cinco años son cinco años. Espero que todavía le gusten las tortas de casa, pensó en voz alta. La ciudad y el cielo eran de un mismo gris. Las goteras aumentaban y Ángela todavía no abría el paraguas.

Antes de la tercera cuadra, escuchó gritos y silbidos. Provenían de un corrillo en el que sobresalían los paraguas. Cuando se acercó, escuchó dos voces femeninas que lanzaban insultos seguidos de gritos de dolor. Pensó seguir de corrido, el chisme no era lo suyo. Pero al bordear el corrillo, que estaba en pleno andén, alcanzó a ver lo que todos los curiosos estaban disfrutando: dos muchachas se sujetaban del cabello y cada tanto una daba un jalón, provocando el grito de la víctima y el bullicio del corrillo, integrado en su mayoría por hombres con paraguas. Nunca había visto algo así y abrió sus ojos tanto como pudo. El par de muchachas -Ángela calculó que tendrían entre los 16 y 18- debían llevar un buen rato en el bochornoso espectáculo, pues se les notaba el cansancio. Si Susana llega a ver algo como esto, le da un ataque. Por qué estarán peleando, pensó en voz alta. Un señor de bigote que estaba junto a ella le dijo: pues por qué más va a ser, por un hombre… Por un hombre, claro, repitió Ángela en voz baja. Pensó en el último novio que había tenido, en el apartamento, en su hermana que llegaba a las seis y a la que tenía que prepararle una torta de bienvenida. Se alejó del corrillo dando varios pasos hacia atrás. Eran las tres y media y el aguacero ya se había desgajado por completo.

Los antiguos empleados del supermercado la conocían bien, las cajeras le tenían aprecio y los empacadores la atendían con la mayor amabilidad, pues les dejaba buenas propinas. Pero el supermercado había cambiado de dueño y todo el personal era nuevo.

Ángela entró empapada y con el paraguas colgado en el brazo. No se percató de que había nuevo personal y que todos (también los clientes) se quedaron mirándola. Fue directo a la zona de los refrigeradores y tomó dos cajas de leche. Un muchacho de seguridad la siguió. Cuando llegó a la parte donde estaban las harinas, puso las dos cajas de leche en el suelo y empezó a buscar una marca especial. El muchacho de seguridad la miraba desde el inicio del pasillo mientras ordenaba a una de las aseadoras que secara las goteras que Ángela dejaba a su paso. Una mujer que entraba a un supermercado empapada, con un paraguas colgado en el brazo, que no se sirve de una canasta para cargar los productos que escoge, y que además parecía hablar sola, no podía parecerle menos que sospechosa al muchacho nuevo. Habló por el radioteléfono y la siguió mientras se dirigía a la caja haciendo equilibrio con un panal de huevos, dos cajas de leche y dos paquetes de harina en las manos. Y el paraguas colgado en el brazo.

Ángela puso los productos sobre la banda transportadora de la caja y empezó a hablarle a la muchacha sin mirarla. Pensaba que era la misma de siempre y empezó a referirle detalles de su vida. Le contó lo que había visto antes de llegar al supermercado. Las muchachas de ahora son tremendas, sentenció. A la cajera sólo se le ocurría decirle sí, sí señora… El muchacho de seguridad le hacía señas de que la mujer estaba loca. Ángela seguía relatándole cosas como que no le gustaba la lluvia, que tenía que apurarse a preparar una torta, que su hermana era una solterona empedernida que llegaba a amargarle la vida, que sería bueno añadirle veneno para ratas al amasijo de la torta…

La cajera le dio el total de la cuenta y sólo entonces Ángela se percató de que no era la misma muchacha de siempre. Miró alrededor del supermercado y no vio las caras conocidas que siempre tenían una sonrisa para ella. Se le ocurrió que había equivocado el camino y había entrado a otro supermercado. Recorrió otra vez el local con la mirada hasta que se encontró con la cara del muchacho de seguridad que le preguntó si se encontraba bien. Estoy bien, le dijo, pero estaría mejor si los porteros de los edificios fueran atentos, si las muchachas de ahora se supieran comportar, y si los paraguas no fueran tan difíciles de abrir.

Cuando Ángela salió del supermercado ya la lluvia había parado. Miró al cielo que se despejaba y vio cruzar un avión. Bajó la mirada y vio su reflejo en un charco del andén. Recordó que de niña disfrutaba jugar en el patio con sus muñecas después de la lluvia. Desde su cuarto, a través de la ventana, su hermana siempre la miraba.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net