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Cultura  |  07 febrero de 2021  |  12:25 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Cuento: Carmen y la Poltrona

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Este texto es inédito y se publica con autorización de la familia del escritor y poeta Gustavo Rubio, fallecido en el año 2020.

Por: Gustavo Antonio Rubio Guerrero.

La llegada del contador Vélez nos indispuso. Había otras tareas, y olvidamos su presencia rauda rumbo a su cuarto; su lema, mi mujer, acarició el gato y la dueña de casa me miró con un no sé qué de ironía; se vivía en familia, se gastaban bromas, se jugaba al dominó y las damas chinas, hacíamos fiestas e invitábamos a los amigos más cercanos.  
Una ciudad donde las cosas parecían tener curso normal, esa Armenia que ostentaba el título de ser la más limpia, la más serena y pacífica, la más sibaríritica. La ciudad donde algo pasaba.  
Después que hubo llegado Vélez, aparecieron los médicos Ana María y Fernando; se sentaron en un lado de la poltrona, a mí me dio un beso Ana María y otro mi mujer, Fernando saludó, se disculpó por tener algo y se fue; la dueña dijo que tal vez no habría energía esa noche, había que comer temprano y eran las cinco de la tarde. Yo me levanté a leer un libro para explicar a los alumnos, mañana muy temprano, por qué es importante leer.  
Leí buen rato, luego el timbre invitó a comer. Todos estaban en la mesa cuando me senté, Zulema ni me miró, se había enfadado por algo. Allí pude decir buenas tardes a Claudia, especialista en desordenados mentales, que casi siempre citaba a Freud, lo mismo que a Jung y a otro que no recuerdo. Claudia se sentó frente a mí, al lado de una mujer que fue presentada por la patrona, dije Roberto Luís mucho gusto y ella Cármen Navas, periodista de temas femeninos. Ana María dijo que tuvo que atender dos pacientes o más de lobos, pero ella se hizo la boba para que no la tocaran; las cosas que pasan dijo Vélez, y se mandó un bocado de arroz con huevo. Sus carrillos adquirieron tal hinchazón que miré a Zulema, pero Zulema se levantó y prendió la radio. Se escuchó la voz de las noticias, algo como vestir de atrocidades la información. Luego el comensal número ocho, un industrial abandonado que vino a probar fortuna, le sirvieron la bandeja, y mientras fue a lavar sus manos, oímos un ruido en el cuarto de la dueña.  
La señora nos miró no sabiendo qué hacer, se despojó de la cuchara y salió a ver qué pasaba. Claudia quiso acompañarla pero un ademán de la señora le indicó lo contrario; el gato dormía plácido en la poltrona, Ana María prendió la vela y cambió el dial del radio por una voz de baladas dulzonas. Fernando imitó la canción y Cármen dijo que ella conocía al que cantaba. Después alguien sacó el dominó y volvimos a escuchar el ruido de vidrios rotos; dije a Zulema que era en nuestro cuarto, ella se levantó preocupada. Sin mirarme partió a saber qué ocurría.  

Jugamos siete, con cuatro fichas cada uno, apostamos botella de brandy para los dos primeros y nos dimos a la tarea de pensar por qué jugábamos dominó. No pudiendo empezar porque Zulema no aparecía, sugerí que comenzáramos. El asunto consistía en los dos que ganaran más juegos durante tres horas. Ana María parecía novia de Fernando y ambos se sentaban juntos, Claudia jugó la ficha seis-dos y ganó la partida, Cármen puso dos dedos en sus labios y Vélez barajó de nuevo, tomamos las fichas y en la radio una voz anunció Derby, ya lo probó o qué.  
Dirigí la mirada al pasillo, unos metros más allá de la poltrona, por donde marchó Zulema e imaginé que dormía ahora. Sonó el teléfono, Cármen habló de chivas y de bueno señor, muy a las ocho para hablar de a mujer y sus derechos, sí, ya investigué y creo que va a ser muy buena la entrevista. Nosotros esperamos que Cármen hablara para continuar el juego, y nada que aparecían las dos mujeres; llegó la luz y vimos las paredes llenas de retratos, el gato volvió de su sueño y la televisión con sus telebobelas.  
Ganó Claudia y el segundo fue Vélez. Nos levantamos de la mesa. Yo fui a ver qué pasaba con Zulema. Llegado al cuarto, no pude abrir la puerta. Se hallaba cerrada por dentro. Di tres golpes de horror, grité Zulema ábreme. Nada. Me conformé con quizás se durmió o sigue peleada conmigo. Volví por el pasillo de aquella casa de huéspedes, me senté en el sofá desocupado para enterarme de cómo iba el mundo y contradecir al industrial en sus apreciaciones económicas; dijo, no sin mirarme un poco triste, que Colombia era enorme y bella y Armenia un paraíso en ciernes, un paraíso hermoso. Yo repliqué que Armenia seguiría siendo la ciudad más mediocre del país, Ana me miró espantada, Claudia hizo lo mismo, Fernando sonrió y Vélez agregó que Roberto no estaba equivocado. Cármen dijo que la educación si estaba muy mal.  
A eso de las once apagamos el televisor y nos fuimos a dormir; insistí en la puerta de Zulema pero ella no abrió desandé mis pasos y me tiré en la poltrona, no tenía donde dormir esa noche. Más tarde apareció Cármen con una cobija. Se acostó a mi lado, preguntó por Zulema, le expliqué lo que sabía; tenía miedo, no quería volver a su cuarto. A mi lado las curvas insinuantes de Cármen, esa bata de dormir. Dijo ahí te dejo la cobija, me voy a dormir. Imaginé que Cármen no se iba, no podía hacer otra cosa. Sin embargo la hice conocida: viajó conmigo años atrás, entre carreteras floridas y casas viejas donde pasábamos las noches; fuimos amantes tal vez, comimos en los mejores hoteles, nos desnudamos en las playas e hicimos el amor diciéndonos palabras obscenas, celándonos como perros de aduana, e intentar de nuevo este instante en que Zulema duerme.

Dormí con el gato. No quiso el animal dejar su puesto en la poltrona. En la mañana me duché deprisa, comí el desayuno, decidí despedirme con un beso de Zulema, entendí que no quería, qué pasa, no dijo nada. Cuando regresé la gente almorzaba. Preguntaron por la patrona. Dije estuve en el colegio toda la mañana. Habían tirado la puerta, el cuarto estaba solo, ninguno la había visto desde anoche; como todos, a excepción de Zulema, debíamos trabajar, dejamos en manos de ella el asunto. Esa tarde nos fuimos como si nada hubiera ocurrido; Claudia, Cármen y Ana María hicieron tertulia un rato, Cármen dijo que había oído cuchicheos y pasos en la sala. Claudia, ya entrada la noche, y yo vuelto de la calle, dijo ante todos los comensales, que la patrona ni siquiera había llevado un pañuelo.  
Zulema prendió las velas y el radio de pilas; comimos sin la palabra dominó ni la apuesta. Al rato llegó la patrona, la presunta desaparecida. Dijo no haber avisado de su ausencia por la premura del accidente que costó la vida a su hermano, ayer tarde en Calarcá. La llamaron a las once y ella salió sin más. Zulema sigue enojada. Cármen no cesa de exhibir sus piernas largas, su belleza inmejorable. Seguramente tendré que dormir con el gato esta noche, en la poltrona.
 

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