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Cultura  |  07 febrero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

XXX. Notas de la peste: Música y religiosidad

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MÚSICA Y RELIGIOSIDAD

Enrique Barros Vélez

Estaba escuchando música cuando unos sonidos callejeros empezaron a entorpecer su apreciación. La mezcolanza de sonidos de afuera con los de adentro causaban estridencia. Sali al balcón y vi a dos muchachos con camisetas deportivas, pantalonetas de dril, tenis y cachuchas con largas viseras. Nos estaban ofrendando unos cánticos religiosos con una grabadora grande, que uno de ellos sostenía en su cabeza. No eran músicos instrumentales ni tampoco cantantes. Eran solo unos creyentes. Mientras el aparato expandía a todo volumen los bellos cánticos religiosos, uno de ellos contaba a viva voz que eran peregrinos, que se la pasaban recorriendo ciudades para pregonar la palabra de Dios, y que, por el momento, y debido a la pandemia, habían tenido que detenerse en la ciudad. Y que aquí no tenían ningún familiar, ni amigo, que les diera posada o los socorriera con alimentos o elementos básicos para su supervivencia. Mientras, como fondo musical, escuchábamos: “entre tus manos confío mi ser. Hay que morir para poder vivir. Entre tus manos está mi vida, mi Dios. Entre tus manos confío mi ser…”. Y agregó que debido a esto estaban recurriendo con humildad a nuestra caridad cristiana, pues estaban hambrientos y desprotegidos y no tenían dinero para costearse un refugio. Que Dios nos recompensaría por el auxilio que les brindáramos. De pronto el otro muchacho, que permanecía en silencio, se acercó a la fachada del edificio y recogió unas ayudas que les lanzaron. El vocero siguió pidiendo ayudas, mientras escuchábamos nuevos cánticos: “Entre mis ojos no te puedo ver, pero sé que estás aquí,,,”. Decepcionado al advertir que sus súplicas no estaban siendo recompensadas con la generosidad esperada cambió el rumbo de su prédica. Nos recordó que somos unos bendecidos, que lo tenemos todo: salud, techo y familia. Y que compartir nuestra ventura con desposeídos sería una forma caritativa y amorosa de acercarnos al señor. Nuevamente cayó algo sobre el andén y el otro muchacho se afanó en recogerlo. A pesar de la conmovedora belleza de sus cánticos sobre la fe, el amor, los sacrificios y la bondad, no recibieron nada más. De nuevo comprobé que nosotros no practicamos esas enseñanzas humanitarias. Si lo hiciéramos seríamos más condescendientes los unos con los otros y, quizás, nos sentiríamos menos aislados y solos. Seríamos menos infelices. Pero en nuestro medio el sentimiento religioso no es el resultado de una concienzuda búsqueda interior. Aquí simplemente se hereda. Y no sustentado en la fe, sino como parte de la identidad, o creencia, familiar. Además, generalmente esa afiliación religiosa es socialmente mayoritaria, con lo cual se logran o afianzan ciertos vínculos. Y como una de sus exigencias es la de “Oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”, muchos fieles asisten a ella solo por cumplir con el requisito ―por disciplina― desestimando el alcance de las enseñanzas que allí se imparten, las cuales enfatizan la necesidad de compartir y de amar al prójimo, pues eso, en la práctica cotidiana, no da réditos económicos. Esa práctica vivencial solo es practicada entre grupos sociales o económicos similares, solidarizados en su pobreza o en su riqueza, convirtiendo al conglomerado social en una disgregada colmena urbana.

Cuando los muchachos consideraron que su petición había sido claramente expuesta apagaron el aparatejo y se quedaron en silencio unos minutos, mirando hacia el edificio, a la espera de algo más. Pero nada más les cayó de arriba. Sus rostros reflejaron la decepción. Tanta prédica, tanto llamado a la solidaridad, tanta súplica, para ser recompensados con tan poco. No dijeron nada más, se miraron y emprendieron la retirada silenciosa. Les tocó irse, desvalidos y decepcionados, con su música para otra parte… Noviembre 18 del 2020

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