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Cultura  |  10 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: Tres amigas

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Tres amigas

Auria Plaza

Leonor, puntual como siempre, con su aire elegante y sobrio, casi ni la dejo descargar la cartera y el portafolio sobre la mesita de la entrada porque ya la tenía abrazada. Recién me percato de cuánto la he extrañado

–¿y el niño? –Me pregunta.

–Lo va a tener mi mamá toda la tarde en su casa y Rafael está de viaje.

–¿Hablaste con Elena? ¿Va a venir? –Hay ansiedad en su voz y en un susurro dice con tristeza– No contesta mis llamadas.

–Sí. Quedó de venir a eso de las siete. Tendremos tiempo de hablar las dos.

En la pared de la sala un cuadro, no es más que una fotografía ampliada. Mi marido, protestando en su momento, se burló de lo ridículo de habernos gastado tanto en los muebles y la decoración del apartamento para colgar semejante adefesio. Es la foto en blanco y negro de nosotras tres muertas de risa el día de mi compromiso.

Leonor, a la izquierda, fue la más seria de las tres. Imponía cordura cuando nos peleábamos. Elena, la del medio, era la más revoltosa y rebelde. Por supuesto yo soy la de la derecha, Marta, la mandona, según ellas.

Los años transcurridos desde cuando fue tomada la foto y hoy, obviamente nos han cambiado. Es tan doloroso crecer. Estuvimos muy unidas hasta hace unos seis años cuando nuestra muralla fue derribada. No sucedió de un golpe, sino de a poco, sin darnos cuenta. La primera fisura fue mi noviazgo. Al principio salíamos los cuatro, pero no era lo mismo. Las conversaciones se hacían serias, las risas reservadas. No era divertido. Luego empezaron a hacer programa Leonor y Elena, pero las dos solas no funcionaban. La una demasiado formal y la otra… bueno Elena era pura pimienta, risa y desenfado, llamando la atención siempre. Así se quedara callada, algo difícil en ella, su presencia se imponía. Sus 1.70 sin tacones, cabellera a mitad de espalda y que siempre estaba revoloteando como llamas danzantes de una fogata de campamento, boca pintada de rojo, con una dentadura de publicidad de crema dental era la atracción de miradas de hombres y mujeres.

Los preparativos de mi boda nos hicieron creer que todo volvía a su cauce, pero no, las aguas corriendo por este río eran distintas. Mujeres con otros derroteros. El matrimonio para mí, la Corte Suprema para Leonor y Elena, en sus propias palabras, «vivir la vida» y en las mías, un desperdicio de belleza, juventud y talento.

–Tengo la mesa dispuesta para el té, pero mejor lo dejamos para cuando llegue Elena; por ahora nos tomamos un par de vinos –dije, mientras me dirigía al bar tomando dos copas y una botella de Casillero del Diablo.

–¿Qué ha sucedido? ¿Qué se hicieron esas mujeres de la pared? –Hay nostalgia en la voz de Leonor– Recuerdo cuando nos fuimos las tres a estudiar a Bogotá, alquilamos un apartamento en Chapinero Alto. Derecho, Bellas Artes e Ingeniería no eran muy compatibles, las diferencias de caracteres se iban notando cada día más, pero no nos preocupaban, más bien nos producía risa, nos apoyábamos y no era que la una fuera extensión de la otra. Son muy distintas, decían, cómo pueden llevarse bien. Para ellos era un misterio, para nosotras lo más natural del mundo. Ya graduadas regresamos a luchar por nuestros sueños. La capital no nos separó, lo hizo la cotidianidad de nuestro propio terruño.

–Vidas diferentes. Tu carrera. Mi hogar. Elena se dedicó a la pintura, al Performance Art, a viajar. Nos descuidamos. Dejamos de sacar tiempo para juntarnos a tomar un café, a cambiar impresiones.

–Hablando de Elena siempre fue muy apasionada, extremista. Pero no puede abandonarlo todo. Está bien que haya decidido cambiar, pero no de esta manera.

–Yo no podía creerlo cuando me contaron que andaba sin maquillaje, con la cabeza cubierta y promoviendo la construcción de una mezquita aquí en Armenia, apoyada por los grupos islámicos de Cali y Medellín.

–Me he considerado libre pensadora, sin prejuicios. No sé bien, si este asunto en el fondo tiene que ver con mi formación católica rechazando otra religión, o con honestidad, me preocupa mi amiga, su bienestar.

–Pues claro que nos preocupa. Seguro está confundida. Si sigue en esto, su carrera como artista se verá afectada. Cerró su estudio. Se ha enloquecido.

–Ya debe estar por llegar. Esperemos a ver qué nos dice. No podemos ser tan severas sin haberla escuchado primero. Serenémonos y más bien recojamos la botella y las copas, es nuestra amiga y seguramente en esta etapa el alcohol está fuera de su vida.

Un silencio pesado cae como un telón de tafetán oscuro. Sentadas en el sofá, miramos por la ventana cómo el gris de la noche va reemplazando los colores del atardecer, de los que ni nos percatamos enfrascadas en nuestro problema. Los cambios son imperceptibles, suceden delante de nosotros y cuando nos damos cuenta, el tiempo, que no espera, ya está pintando otro paisaje, contando otra historia.

Cuando llegó Elena nos saludamos con afecto; sin embargo, flotaba en la ambiente incomodidad, nosotras que siempre nos lo contamos todo, no sabíamos que decir. Quise hacer una broma para romper el hielo.

–Pensé que vendrías con el hiyab.

–¿Por qué? Me sorprende que tú también pienses que hay que usarlo siempre.

–Bueno, no negarás que esa es la idea en el mundo –interrumpió Leonor– de que las mujeres musulmanas tienen que llevar la cabeza cubierta.

–También creerán en el estereotipo de que las mujeres veladas son sumisas e incapaces de defender sus derechos.

–Ay querida –volví yo tratando de no meter más la pata– no te imagino sumisa, no dejo de negar que cuando me contaron que te habías convertido a la religión islámica me sorprendió.

–Pues a mí también si me lo hubieran dicho hace unos años, me hubiera reído y supongo que quieren saber por qué. Todo empezó después de una noche de rumba. Cuando desperté en unas sábanas todas arrugadas y sucias no sabía dónde estaba, me di vuelta y mi cara quedó frente a una puerta cerrada por donde se colaba la claridad del amanecer, más que un cuarto era un cuchitril. Me senté en la cama, no recordaba nada. Cuando me acostumbré a la semipenumbra vi mis ropas tiradas de cualquier manera en un rincón. Hasta dónde llegaste Elena (me dije), quise levantarme y todo el cuerpo me dolía. El cuarto olía a vómito, a sexo, a humedad y sabrá Dios a que más. Percibí a un hombre contemplándome con expresión de gozo. ¡Qué noche, nena… qué noche! Decía con voz brumosa y aliento aguardentoso. Como pude me vestí y salí corriendo de aquella pocilga. Me sentí avergonzada. La bohemia me estaba arrastrando, había que poner orden a mi vida. Una profesora de la universidad me invitó a una charla sobre el islamismo y luego me quedé conversando con la persona encargada de la conferencia. Esto es más o menos la historia.

–Podrías irte a un retiro espiritual zen, yoga o a una desintoxicación –la que habla es Leonor– ¿por qué elegir el islam? Una religión tan tradicional y donde la libertad de la mujer es cuestionada.

–Es curioso; te sorprende mi elección, pero no te sorprende que hubiera caído tan bajo, como acostarme con cualquier tipo, andar borracha y drogada. ¿O es que acaso mi degradación como ser humano es preferible?

–No, no es eso –me apresuro a contestar–. Perdónanos. Tienes razón, debíamos de haber hablado contigo cuando nos llegaron rumores de tu vida vagabunda. Leonor y yo tampoco nos habíamos vuelto a ver. Conozco muy poco del islam y lo que se oye es que son terroristas. Ya… ya… sé que son los fanáticos. Los cristianos también lo fueron en su época.

–Lo que pasa –dice Leonor– es que a mí eso de las religiones llámense judaísmo, cristianismo o islamismo, por nombrar a las tres monoteístas, me traen sin cuidado. Supongo que te enamoraste del conferencista.

–¡Ay Leonor! No es tan simple. No me he enamorado de nadie. Ha sido una decisión cuidadosa, lo he estudiado muy bien. Mi vida estaba vacía, sin sentido y al convertirme he conseguido la paz. ¿Por qué es tan complicado de entenderlo? ¿Tú qué piensas Marta?

–No quiero ser simplista, pero creo en el dicho: religión, política y futbol no se deben mezclar en la amistad. Además, el que tengamos vidas disímiles, o que pensemos diferentes no es obstáculo para seguir siendo amigas. Cicerón decía que la fuente de la amistad es la semejanza, yo no estoy de acuerdo, nosotras sobrevivimos a pesar de ser distintas. Prefiero a Aristóteles cuando dice que para que se dé una amistad es necesario que haya reciprocidad de sentimientos. Hemos evolucionado, pero siempre hemos podido hablar de cualquier tema, en especial de asuntos emocionales y eso nos ha hermanado. Lo importante es que persigas tus sueños. Construir una mezquita te hace feliz, adelante. Si en algo, como amiga, te puedo apoyar cuenta conmigo.

–No es construir la mezquita lo que me hace feliz, es la paz espiritual que he encontrado. ¿Recuerdas el día de la foto? –mira el cuadro de la pared– yo midiéndome tu anillo de compromiso y prometiéndonos que siempre estaríamos unidas. La verdad es que eres una sentimental al tener ese cuadro ahí estropeando la decoración de tu bello departamento.

–Lo mismo dice Rafael.

–Te voy a traer un cuadro que pinté de las tres hace un tiempo como el símbolo de nuestra amistad. Va a quedar mejor, es moderno. Espero que nos sigamos juntando.

–Yo vengo también ese día –exclama Leonor con convicción–. No importan las ocupaciones, no tenemos que esperar a que algo suceda para vernos.

Nos quedamos conversando hasta tarde para ponernos al día. Recuperar el tiempo perdido, por más esfuerzo no es posible, lo que sí podemos hacer es un nudo a ese lazo que tenemos y que no se nos vuelva a desatar. Se cambian gustos, actitudes o formas de entender la vida, sin embargo, nuestra amistad si la cultivamos, podemos lograr que mejore con los años como los buenos vinos.

El Caimo, enero 2021

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