El día 21 de diciembre es el solsticio de invierno. Este año coincide con la gran conjunción.

Desde principios de mes alisté los viejos binoculares que heredé de mis padres. Desde nuestra infancia los empleamos para observar el cielo nocturno.

El sistema solar me ha intrigado toda la vida. Astros girando en torno al sol, describiendo orbitas elípticas de distintos tamaños. Están dispuestos en orden, desde el más cercano al sol, hasta el más lejano. Y las orbitas yacen en un mismo plano. ¡Dios mío! Nuestro bello planeta tierra recorre su órbita en un año; mientras que Júpiter y Saturno, lo hacen en 12 y 29 años respectivamente.

Pensar que el 21 de diciembre a las 5 de la tarde ellos tres van a estar dispuestos en una misma línea recta es espeluznante. Esa es la gran conjunción.

Por eso estuve muy juicioso todas las noches, divisando hacia el suroeste, al atardecer. Pero las nubes me impedían observar la esfera nocturna.

Al menos tenemos el internet. Así que me conecté con un observatorio astronómico y pude verlo todo.

¡Magnífico! Salí al jardín con los viejos binóculos de mis padres y solo veía nubes, regresaba casa y me sentaba en frente al portátil y allí aparecía todo. ¡Magnífico! Júpiter y Saturno, muy juntos. El uno un poco borroso, por ser gaseoso, el otro con sus lunas adornándolo. Era maravilloso. Volví a salir al jardín.

Porque la vivencia de verlos a simple vista es insustituible. Allí estaban, por fin en medio de una ventanita que se abría entre las nubes, pude verlos. Parecían uno solo y brillaban. Tomé los viejos binóculos y los enfoqué. Pero aparecía una luz fragmentada en pedacitos como diamantes.

Tengo que llevar los binoculares donde un psicólogo-pensé-, tienen una aberración.

Los regresé al vetusto estuche de cuero y volví a guardarlos.