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Cultura  |  27 diciembre de 2020  |  12:34 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Es como bailar sin música

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Un texto de Guillermo Salazar Jiménez.

“El fútbol es la única religión que no tiene ateos”, lo leyó de Eduardo Galeano al tiempo que fue a abrir la puerta después de escuchar el timbre. Con la camiseta roja del América, el equipo amado, esperaba a 4 amigos para ver el encuentro de la gran final contra el Santafé, pero jamás los imaginó verlos llegar con tambor, corneta y banderas.

Están locos, apenas hay espacio en la sala para los 5, les dijo sonriente, pero lo cierto es que estamos de celebración en mi apartamento y no en el estadio. Por la pandemia la fiesta en las tribunas se acabó, convirtieron nuestras casas en estadios.

Uno de los amigos afirmó que sin las barras la fiesta del fútbol resentía el rendimiento de los jugadores en la cancha y no tenía comparación el sentimiento de abrazarse para cantar los goles, mejor dicho es como bailar sin música.

Cierto, expresó otro de los hinchas, los jugadores en la cancha son la orquesta pero nosotros en la tribuna somos los que le imponemos al partido la melodía, la música y el baile.

A través de la música y el baile los jugadores aprenden a valorar su trabajo y a querer la pelota. Las tribunas vacías que vemos en las transmisiones por televisión sirven para medir el valor económico que representa para los dueños de los equipos y como estrategia para ocultar y silenciar problemas de nuestra triste realidad social. También para constatar el amor que profesamos por nuestra camiseta.

“En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”, lo leyó del cartel pegado a la bandera que ondeaba. Lo escribió Giorgio Agamben en Profanaciones, libro citado por Carlos Ramírez que hace honor a los rojos fieles. Hoy disfrutamos la fiesta como televidentes, la cumpliremos como si estuviéramos en el estadio, con igual júbilo vamos a cantar los goles.

Al ver a los equipos alineados en la grama, los 5 hinchas se pusieron de pie y entonaron el himno del América: “…oye, lo que quiero decirte, /fechas hay en la vida /que nunca podemos /jamás olvidar… aquel 19 será, /el recuerdo que en mí vivirá /ese día que feliz, tan feliz…” Aquel 19, melodía de Alberto Beltrán, que se transformó en nuestro himno desde aquel miércoles 19 de diciembre de 1979 cuando quedamos campeones, afirmó el anfitrión, y desde entonces voy sin falta a la tribuna sur.

Definitivamente el fútbol es una fiesta donde cada actor cumple una función bien o mal, improvisa para ser aplaudido o fallecer en el intento. Los jugadores e hinchas nos conmovemos hasta las lágrimas, pero no es lo mismo llorar en la tribuna que frente al televisor y cada vez que la mechita gana, empata o pierde siento renacer la esperanza y aplaudo la tenacidad de los jugadores. Estoy con Bill Shankly: “El fútbol no es cuestión de vida o muerte, es mucho más que eso”.

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