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Cultura  |  27 diciembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

"Aquí se forman hombres...Sin marihuanita"

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Apuntes al azar de rufinistas 1970.

Atrás quedó la frase lapidaria “AQUÍ SE FORMAN HOMBRES” como recordatorio para los estudiantes sobre el tipo de educación recibida en el colegio Rufino José Cuervo, y que tallada en mármol gris, fijada en la base del muro ubicado en la mitad del patio, saltaron una y mil veces en clases de educación física, que cual garrochistas, y terminados los ejercicios, sujetaban el mástil donde permanecía izada la bandera.

La vieja campana colgaba al lado de la entrada, justo sobre una de las cisternas en donde alguna vez el vice-rector, Elmer Zuluaga, impecable en su vestir e implacable en su decisión, arrojó lo que hoy puede ser una dosis personal de marihuana seca, que camuflada en el cesto de papel higiénico por un acosado en el excusado, fue hallada en los muros que separaban los baños por un rufinista “zanahorio”, y dio origen a un sorpresivo alboroto.

En aquella época el más vicioso tomaba aguardiente o cervecita, y el más perdido, extraviado o liberado escondía “mariguanita” en los matorrales de los potreros convertidos en canchas de fútbol, debajo del colchón o entre las medias, hasta cuando escondido en los parajes solitarios de esta tierra, o en la llamada Sinagoga, pudiera volverla en humo.

El alboroto ocurrió en el recreo de la tarde. El vice-rector, de pie, justo debajo de la campana, tomó en las manos algo parecido al llamado “pastelito”, consistente en el pedazo de papel enrollado, envuelto o apretujado en que se apuntaban datos, respuestas, y que puestos a circular en los exámenes, significa aún hoy, en el léxico del estudiante rufinista: soplar. Tal parecía el hallazgo del pastelito: una invitación a soplar, a volver humo la mariguanita.

Con qué delicadeza desenrolló el Elmer Zuluaga aquel tesoro, con qué lentitud se deleitó en su descubrimiento nuestro Sherlock Holmes. Y con qué sed, con qué ansias y desesperanza, miró alguno cómo se desperdiciaba aquel néctar con el cual hubiera viajado a las estrellas para olvidar los problemas hogareños, del estudio y del mundo.

Arremolinados, que digo, subidos unos sobre otros, amontonados para mirar sin oportunidad de tocar la preciosa sirena que tenía prisionera el “malvado” vice-rector, vieron cómo los profesores llegaron para reforzar sin bastones ni armas con balas de caucho o descargas paralizantes, a formar un muro humano que separara a Elmer de los rufinistas, y seguros de su autoridad, pedirles que formaran en fila de inmediato.

Porque entonces, sí mandaban padres y profesores, que puestos de acuerdo, conseguían que se cumpliera la célebre y lapidaria frase del muro.

Elmer Zuluaga cruzó por en medio de las filas desconsoladas, como general que pasa revista a sus tropas, que con ojos desorbitados observaban cómo sus manos desmenuzaban el contenido del hermoso envoltorio de hojitas que doradas como el sol, despertaban en quienes gustaban de estos “toques”, y por simple acto reflejo, recuerdos de su olor, y los efectos de una aspiración. Hubo lágrimas que aparecieron por efecto sicológico; conjuntivas enrojecidas ante la yerba condenada al sacrificio en aras de la educación, la disciplina, y las sanas costumbres.

Al fondo de la cisterna fue a parar aquella dosis, aquel “sueño sicodélico” que nunca pudo cumplir el fin para el cual lo destino la naturaleza, pero que significó una tragedia para algunos rufinistas aficionados a la mariguanita.

Elmer Zuluaga culminó su tarea cuando ordenó a Camilo, uno de los vigilantes del colegio que trajera baldados de agua, los necesarios hasta hacer desaparecer las semillas que sobrenadaban en las aguas lluvias empozadas del desaguadero. Cumplida la orden, murmuro: “Aquí se forman hombres…sin mariguanita…”, y regresó con caminar orondo a la rectoría.

Los más sanos (“zanahorios o caballos”), y los apasionados consumidores de la mariguanita, rieron apretando los dientes en medio del silencio, porque así lo exigía la disciplina y el respeto a los profesores, cuando un rufinista, tal vez solapado y sicodélico visitante de la Sinagoga, aprovechó la ausencia del vice-rector para dejar su vocecita de protesta, lamento ahogado por el miedo, como lapidaria frase para el recuerdo: “la cagaron guevones… ¡Cómo es que se la dejaron pillar, malparidos! ¡Como estaba de bonita la mariguanita!”.

Luis Carlos Vélez Barrios. Septiembre 1972. Rufinista 1970.

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