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Cultura  |  13 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Adiós a Graciela Echeverry: madre, maestra y amiga

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Gloria Chávez Vásquez

Por la profesora Maria Elena Osorio me enteré del fallecimiento de Graciela Echeverry (19 de febrero 1949) el domingo 8 de noviembre pasado. Malena le rendía un breve pero sentido homenaje con tres bellas fotos, en su página de Facebook.

De pronto vino a mi mente el recuerdo de aquella chica de 16 años con quien compartí el cuarto de bachillerato en el Colegio de la Sagrada Familia. Y como en la amistad y en el cariño no existe el tiempo, este se desbordó para concentrarse en aquellas fotos, en la persona de Chela, su “nombre tibetano” que significa guía, y con el que todos sus amigos la conocían. En ese solo año de 1965, vivido día a día con sus penas y alegrías, amarguras y descubrimientos, Graciela, como buena acuariana, fue de verdad una amiga, en quien encontré el apoyo, la guía y hasta la comprensión que solo un espíritu excelso, como el de ella, podía brindar de adolescente a adolescente.

Siempre alegre, pizpireta, dispuesta a escuchar, abierta a la comunicación y por ende a entender todo el maremágnum que acongojaba a una joven perdida en medio del universo lectivo, de monjas insulsas y a veces crueles. A ella le resbalaba todo eso. Lo importante era apoyar a sus amigas. Con una madurez de carácter muy raro en tan temprana edad, jamás la vi enojada. Le encontraba explicación a todo los misterios. Fue ella quien me hizo entender la relatividad de la belleza y lo transitorio de la riqueza. Durante los exámenes estudiábamos en su casa, en los altos de aquella casona, color de un cruce de naranja y durazno, que era la Casa Conservadora. Al frente vivía mi abuela y a un lado estaba El fortín, el café del padrastro de mi madre.

Después de su grado y el mío (clase del 67) en distintos colegios, nuestra vida continuó por otros rumbos y cambió de tal manera que no volvimos a vernos. Hasta ahora, en las fotos de su amiga y colega. Por Malena me enteré que había sido profesora. Que se había casado y enviudado. Tenía una hija y un hijo. Había estudiado en la Universidad del Quindío, para dedicarse a la enseñanza de niños en la zona rural. Vivía en una finca de su propiedad en Purificación, Tolima, retirada, con su hija Luana. Sufrió de fribromialgia y sus derivados por largo tiempo. Estuvo hospitalizada dos días en Ibagué. Murió en brazos de su hija.

Su vida no fue fácil pero ella era luchadora y optimista. “Chela era una bacana” dice Malena. “Fue una mujer de pensamiento muy libre. Su casa vivía llena de amistades”. Su amigo Carlos Berrio escribe: Disfrutamos muchos años al son de guitarras y canciones, guaro ventiado y más. Honesta y trabajadora en la profesión más noble y menos reconocida en el mundo. Ejerció su profesión en las escuelas rurales cerca de Pueblo Tapao alejada de las chismografías de la ciudad. Nieta de Don Satisfecho, uno de los grandes patriarcas quindianos”.

Sus restos fueron cremados. Le sobreviven sus hijos, Sebastian Felipe, que vive en Brazil, Luana Simona y dos nietas. Descansa en paz, amiga eterna.

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