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Cultura  |  08 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Notas de la peste XVII Está anocheciendo

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ESTÁ ANOCHECIENDO

Por Enrique Barros Vélez

Para mi molestia y descontrol está anocheciendo. El tránsito lumínico del atardecer al anochecer me afecta emocionalmente, pues en pocos minutos el día agoniza y se transforma en una sombra llana, sin volúmenes ni texturas. A partir de entonces la oscuridad impone silencio e inactividad, como si parodiara a la muerte. Aunque trato de aceptar la normalidad de este hecho cotidiano, no puedo ser indiferente ante su agonía y defunción. Es un temido ritual, una venda que me enceguece y me atemoriza. Bajo su sombra todo desaparece, incluyendo el extenso paisaje del horizonte. Las formas se transfiguran en siluetas, los edificios lejanos en volúmenes fantasmales y la vegetación en masas compactas. La iluminación pública, y de las viviendas, son apenas algunos resplandores de vida. También se escuchan ladridos de perros y ruidos mecánicos lejanos producidos por los automotores que aún circulan por la avenida Bolívar. Esta aparente muerte revive nuestro temor viral ya que nuestra fortaleza emocional está debilitada por el prolongado aislamiento. Y acrecienta mi malestar por su vacío enigmático y su total oscuridad que me llevan a pensar en el significado de la vida o en su intrascendencia. Meditaciones existenciales que el aislamiento, la oscuridad y la soledad tornan más severas al atizar nuestros atávicos temores a la fugacidad y a la finitud de la existencia, promoviendo una confrontación entre mis argumentos lógicos y los prejuicios derivados de la soterrada amenaza viral. Así enfrento cada noche mi inevitable batalla interior.

La pandemia, con su creciente número de contagios y muertes sin distinciones sociales, ni de edades, ni de favorabilidades, tiene en las enigmáticas noches su gran representación escénica. Éstas son el escenario ilimitado de aquello que para nosotros es innombrable, temido, incluso inaceptable como un paso obligado que tendremos que dar en el futuro. Es el gran telón que reemplaza el horizonte y oculta cualquier indicio de vida. Así como la noche es la culminación natural del día, la muerte es la clausura definitiva del periplo vital. Silencio, oscuridad, invidencia, inactividad, esa es la noche, pero también esa es la muerte. Su acecho nos recuerda que así como hemos tenido la oportunidad de vivir también estamos sentenciados a morir. Es una amenaza, es una advertencia. Una certeza que alimenta el temor colectivo a contagiarnos y, tal vez, a pasar entonces a ser parte de esa penumbra nocturna. Algunas noches, mientras la contemplo, pienso en mi madre y me pregunto qué tanto de esa oscuridad la está representando. Qué ínfima parte de esa noche está destinada para que desde allí ella siga siendo parte del todo y de la nada. Así la recuerdo y la percibo cerca de mí. Desde la infinita y enigmática oscuridad cósmica.

Cuando la noche ya se impone espero que el día siguiente me sorprenda con la grata noticia de que por fin se terminó esta prolongada amenaza de la pandemia, que durante tantos meses nos ha dividido, aislado, distanciado, marginado y que, como si esto no fuera suficiente, nos sigue amenazando con cubrirnos subrepticiamente con su acechante y temido manto de oscuridad letal…

Armenia, Septiembre 18 de 2020

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