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Cultura  |  11 octubre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

XIII. Notas de la peste: No sólo de coronavirus muere el hombre

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NO SÓLO DE CORONAVIRUS MUERE EL HOMBRE

Por Enrique Barros Vélez

Estar un poco más de cinco meses en aislamiento obligatorio, saliendo únicamente al mercado, o a comprar medicinas, parece una pesadilla. Pero la amenaza del coronavirus seguramente nos seguirá recluyendo los meses que quedan de este año. Por ello es conveniente establecer estrategias que eviten el contagio, pero no menoscaben las relaciones humanas que rigen nuestra cotidianidad. Distanciamiento físico no puede significar distanciamiento social. Existen diversas maneras de seguir interactuando sin tener que restringir nuestros afectos. Además del impacto económico se han incrementado notablemente las patologías: la pérdida del sueño, la ansiedad, la depresión, los suicidios, los trastornos por estrés postraumático y el consumo de sustancias psicoactivas. Entre los impactos de este estrés postraumático está la confusión asociada a los temores de infección, la frustración, el aburrimiento y las pérdidas que socavan el equilibrio emocional al no poder continuar viviendo en la “normalidad” a la que estábamos acostumbrados.

Nuestro día a día transcurre en un ambiente urbano enrarecido que afecta nuestras emociones. Hemos aceptado que no debemos hacer reuniones, que ya no hay fiestas, ni tampoco teatros, ni presentaciones en escenarios musicales o culturales. Y entonces dejamos de ser manada, de ser gregarios, de estar rodeados por grupos o familiares. Nuestros vínculos emocionales se han fragmentado y por tanto nos sentimos solos, abandonados, precisamente ahora que tenemos tanta incertidumbre. La mirada social es desconfiada, el diálogo es parco y conciso y predomina un recóndito ambiente sombrío. Este desconcierto nos agita el temor y nos induce a la angustia. Y entonces, sin poderlo evitar, nos enfrentamos con nuestros demonios interiores, con los desequilibrios inconscientes que obnubilan nuestra consciencia. Y empezamos a perder el control de nuestros actos, arrastrados por el huracán de nuestras inseguridades. Y al perder el sueño pasamos gran parte de las noches pensando y repensando las causas de nuestra zozobra y desvelo. Como un gato que gira sobre sí mismo intentando morderse la cola. Y al perder el descanso liberador del sueño quedamos a merced de nuestros fantasmas. Por esto en tiempos de turbulencia aumentan los suicidios y el consumo de sustancias psicoactivas, pues están relacionados con el aislamiento, la violencia intrafamiliar, la falta de empleo, la crisis económica y, actualmente, con el incierto malestar que genera la pandemia.

La Secretaría de salud del Quindío reportó que en 2017 se presentaron 52 casos, para el 2018 se registraron 60 y que hasta el pasado 22 de mayo de 2019 se habían registrado 21. Los antecedentes son alarmantes, y crecientes, pues sugieren que podríamos tener un ambiente social muy apropiado para otra pandemia trágica. No en vano la revista Semana sentenció, refiriéndose a la pandemia: “cuando cese el paréntesis que ha sido la cuarentena se verá con claridad que la economía está devastada, que muchos perdieron sus trabajos, su equilibrio emocional, su estabilidad laboral, su economía; se verá que familias enteras han perdido toda forma de sustento y muchas ya pasan hambre, y se verá también, con desconsolada claridad que, como consecuencia de todo ello, muchos decidieron quitarse la vida. Porque, tristemente, no sólo de coronavirus muere el hombre”. La advertencia hiela la sangre…

Septiembre 10 de 2020

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