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Cultura  |  13 septiembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo

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La diecinueve

Por Libaniel Marulanda

¡Qué verraquera! Cuarenta y cinco minutos de espera, parado aquí en esta maldita esquina tan peligrosa y nada que aparece el doctor y el vendedor ambulante ese, que hasta paisano debe ser, con su cantaleta: “Ojo a la bailarina cubana que baila cuando se le da la gana, que es a comprar, a llevar, a adquirir en promoción, el sicodélico, el de lujo, el de moda, el canchis canchis, el que se impone, el aceitoso, el de colores…”. Y un gran deseo de orinar que me va invadiendo y una angustia de esperar y esperar y mirar el reloj y nada que se aparece el doctor. Pero no demora en llegar. Seguro. Cuando venga, santo remedio a mis males y hasta podré hacerme invitar al café de la esquina y echar una miada. Si la cita hubiera sido más abajito, pues por lo menos podría estar hablando con todas las amistades del gremio y tal, porque para chismes, la diecinueve. Eso se para uno y al momentico llega un amigo y le suelta el rollo: “Que careperro el garrotero se piratió con el Combo de Simeón y dejó metido a Lucho y Lucho tuvo que echarle el cuento al Capitán Valencia y lo piensa dejar de planta…”. Además, en la diecinueve venden unas empanadas a cinco pesos, así de cipotudas.

Par empanadas, una gaseosa y queda uno full. Pero ni siquiera puedo darme el gusto de empacar algo porque si bajo hasta la diecinueve y me levanto las quince barritas con alguna amistad para la tanquiada, seguro que llega el doctor y traque Mandrake hombre a la lona quedo paleto con lo de la coloca y yo tanto que he esperado por ese verraco puestico. Y pensar que hubo full agite en el estudio y hasta el bajista se emputó y se fue y casi no lo hacemos volver. Claro que al final la cuña salió monocuca. Algunos manes aquí en la diecinueve me batieron escama: “¡Huuy! Qué tronco de cuña… cuánto aflojó el doctor ese por semejante vitrinazo… seguro que por ahí veinte lucas debió aflojar, porque si a Evaristo y Azael, por un saludito pendejo para el hijo de él, en el lonpley ese donde están retratados comiendo crispetas en el parque nacional, les tiró como quince, cómo sería a vos…”. El doctor no llega y pensar que el Hohner tres coronas lo tengo empeñado porque para eso que ni un bailecito en dos meses y ese puto disco sonando en todas las emisoras y yo ganándome cuatro pesos por cada uno de los que declare vendidos la disquera y estas horribles ganas de orinar y si voy al café de la esquina a lo mejor pasa en el carro del Instituto, no me ve aquí y sigue de largo y ahí sí quedo mamando y después de esperar una hora y cinco largos minutos esta vejiga se me va a reventar. El café de la esquina es bacano: ponen buenos temas en la rocola, que por cierto tiene más años que Matusalén. Y esa colección de consignas, letreros y hasta clasificados en el orinal: “Si quiere vivir sano, cuide lo que tiene en la mano”, “Patria o muerte, E.L.N.”, “Yanquis Go Home”, “Rusos fuera de Afganistán”, “Luis es marica”, y otros tantos que ya ni se entienden y ese peculiar olor a amoníaco en los baldosines por los que corre un tímido chorro de agua, que alguna vez debieron ser blancos y que hoy están amarillentos como las teclas de ese piano que tocaba en el Cream-taberna-discoteca-restaurante, más conocido como el palacio del dedo, en donde iba a almorzar el doctor todos los días con las hembritas que se tramaba. Es desesperante estar aquí en esta esquina. Nada que llega el doctor y estas ganas de orinar. En hora y media que llevo aquí, es la tercera vez que el tombo de la otra esquina raquetea a un paisano y dos ya se han bajado de billete. El otro le mostró como una placa y el hombre quieto en primera base y hasta se despidió de mano. Esas pintas sí se rebuscan como gallo tuerto en basurero por estos lados. Le dan raqueta a todo el que tiene cara de menso y empaque proleto y los ratas bajando humanidad de lo lindo a una cuadra de aquí, mientras las viejas de la veintidós venden vareta, bazuco y pepas y ellos ahí frescos con su inmensa capacidad humana como dice la tele, que a la hora de la verdad para todos hay y si alguno se cae, pues a bajarse de un día de sueldo para desencochinarlo que para eso está de moda. Y yo espere y espere al doctor que posiblemente estará muy ocupado en esas jodencias del Instituto o de la política, porque eso sí, el hombre mantiene de camello hasta las tetas. Antier no más fui a la oficina del Centro de Administración Pública y la secretaria, vieja antipática que cree orinar agua de colonia me mandó esperar en la sala de recibo y a las dos horas descubrí con piedra que el man se había ido por la otra puerta, la que da a los parqueaderos del sótano. Se vino la noche encima y toda esta mano de gente, a lo mejor tan vaciada como yo, que camina como en las películas de Chaplin, desmierdada. Y esta maldita llovizna que parece chuzarle a uno la cara o como decía ese cantante de tangos que trabajó conmigo, tan chicanero como todos los argentinos que conozco: “mientras tanto la garúa se acentúa con sus púas…”. Este oficio es muy duro a ratos. A la hora del té es mejor un camellito donde paguen cumplidamente, con prestaciones y todo, aunque tenga uno que marcar tarjeta y estar uno por ahí todo el día con veinte o treinta jefes encima, jodiendo porque sí, porque no y porque tal vez. Tengo un amigo que subió como palma y bajó como coco porque el doctor que le consiguió el empleo resultó ser de rosca universal y mató a un mensajero del que estaba tragado, en su apartamento y el rollo salió en el periódico escamoso ese que venden por la tarde y todo el mundo convencido de que mi amigo también era de ese paseo y al hombre le dio pena y quedó con la fama de que participaba en las actividades extraoficiales de su palanca y por eso no volvió. Ni siquiera pasó la carta de renuncia. A veces pienso que no debería cambiar de oficio. Es lo mejor que sé hacer y ya le tengo el tirito cogido, resulta fácil y se pasa bueno cuando hay trabajo, pero el problema son estos malditos meses de enero a mayo. Se pasa cable, porque son largos y duros. Por ahí en abril ya tiene uno todo empeñado en la prendería de Jaime y si de chiripa le sale un bailecito, a joderse y alquilar todo para poder cumplir el contrato y sacar algún billete para ir sobreaguando. Hasta tengo una amiga que se encaleta en una finca que tiene un tío en Calarcá, mientras pasan estos meses de cable. Y desde la finca de Calarcá, escribe cartas para un redactor de farándula pero las manda a través de un hermano que vive en Estados Unidos, en donde camella de mesero en el barrio de Queens, el de la colonia colombiana y en ellas cuenta que está tumbando bolos en los griles de Nueva York, Las Vegas y Miami. Y nada que llega el doctor y pensar que ya es de noche y el hambre se sumó a las ganas de orinar y pensar que el éxito en este maldito gremio es como una lotería. Ahí no más está el mancito ese que llegó de San Gil, con una mano adelante y otra atrás, de donde había tenido que salir pitado porque lo expulsaron de la U. en Bucaramanga y se tuvo que ir para el hotel mama, pero como le tenían dos pilines a la pata, de la inteligencia del ejército, dizque porque lo habían seguido cuando estuvo pintando letreros contra el MAS en Bucaramanga, se tuvo que venir para acá. Y qué. Llegó y un amigo que es familiar del hombre le regaló unos pesos y hasta le tocó comprar una pinta en el mechero de la plaza España, para empezar a buscar trabajo, a hacer antesala y el hombre busque y busque y nada, hasta que una noche entrompó por allá en el norte en una fiesta de intelectuales de esos de gafitas redondas y barba meticulosamente descuidada y el hombre se los comió a carreta. Que el folclor urbano, que la superestructura, que la caracterización del país, que la trova cubana, que la coyuntura, que la expresión concentrada de las condiciones económicas concretas, que tal y pascual y se los tramó y con otra pinta que tampoco sabía un culo de música y otros dos que sabían un poquito, armaron un grupito y empezaron a presentarse en una parte y en otra con su carretica del culto al atraso y a la aguapanela. Trabajaban baratísimo, gratis, y hasta estuvieron escarbando dizque para “enriquecer de elementos temáticos” la chirimía esa. Todo eso lo hacían buscando que los oyeran y lo consiguieron. En un año batieron los máximos registros de ventas. Un poquito más y me estallo, pero confío en lo que me dijo el doctor: “Esté como un soldado al pie del cañón y demóreme o no, espere hombre, espere…”. Este oficio es ingrato. Ver al loco David, por ahí andando a tropezones, con un tiple de clavijas de palo porque la guitarra la debió dejar empeñada por un almuerzo, hablando solo en la diecinueve porque todo el mundo le saca el cuerpo, metido dentro de un vestido que hace algunos años fue el uniforme más pintoso que tenía su grupo, cuando estuvo en los Estados Unidos con la onda del Rock, en su época de oro. Ver a David, semejante concertista de guitarra clásica, compositor, arreglista y cantante dizque arrastrando un bollo con una piola, es deprimente y le dan a uno ganas de tirársele al primer bus que pase. Todo porque dizque la música Rock necesitaba que el ejecutante metiera vareta, se empepara, empacara perico y dizque le jalara a la meditación yoga y no sé cuántas mariconadas más. Y por andar en esa onda quedó el hombre parpadiando como sapo en tomatera. Y el doctor nada que llega y estas ganas de orinar ya no me las aguanto. Hasta tengo el presentimiento de que me va a salir calceto. Claro que cuando fue al estudio y oyó la mezcla, se puso serio, trascendental y como si estuviera en campaña política, me ofreció un puesto “con el que pueda satisfacer sus necesidades primarias, de tal manera que pueda asumir con mayores bríos y sin sobresaltos económicos esa interesante tarea musical que consigue exitosamente reafirmar nuestra fe en los altos destinos de la patria, su identidad cultural y sus más caros valores”. La idea de la cuña esa fue de Andrés que siempre ha sido tan oportunista y lagarto y a decir verdad la cosa fue tiesa porque resultó más enzorrador echar la cuña que grabar el paseo vallenato, ese que hablaba de la mujer que se pisó para Panamá con otro bacán y ese agite sentimental del hombre que le ponía serenatas en el valle. Todo eso valió huevo, pero el vitrinazo ese: “Para el doctor Lisandroarauuujo un emocionado abrazo con nuestro sincero sentimiento de amistad y gratitud por la ayuda que le dispensa generosamente a sus paisanos…”.Claro que el negro Aldinever, como siempre que abre la boca, la iba cagando cuando añadió casi encima: “Ayyy hombeee!”. Poco elegante el final, pero el doctor se emocionó cuando Andrés, que siempre ha sido tan oportunista y lagarto le contó, como quien no quiere la cosa, la cosa queriendo, que en un disco próximo a salir al mercado le habían echado un saludo. Dejando la vejiga aparte, lo que más me duele y me empiedra es la bronca que me hacen los músicos de la diecinueve, que viven verracos dizque porque no les gasto ni un guarilaque con la plata que debí ganar con el vitrinazo que le di al doctor Lisandroaraujo. Y yo esperando y esperando que venga el tal doctor ese y me concrete lo del puestico en el Instituto o donde sea, porque este oficio es muy bacano pero se ha putiado y ahora hay conjuntos vallenatos hasta en los entierros y hasta el rebusque de las cuñas metidas en medio de la música se ha ido desvalorizando; no como antes, que cualquier mafioso le tiraba a uno un billete grande por nombrarlo a él, a la hija, a la moza o al hijo, estudiante de derecho.

Bogotá, junio de 1983

Tercer puesto, Séptimo Concurso Nacional de Cuento Departamento Administrativo del Servicio Civil, Bogotá, 1983.

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