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Cultura  |  16 agosto de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Notas de la peste V

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EL MALESTAR CLAUSTROFÓBICO

Por Enrique Barros Vélez

Hoy amanecí afligido. Hasta percibo la acción de estar respirando, los latidos alterados de mi corazón y la opresión muscular en mi pecho. Y el estar inhalando profundo, como asustado. Soy consciente de la anormalidad que estamos viviendo. Eso me ha convertido en alguien esquivo e inconforme con la monotonía de las horas en esta estéril ociosidad. Me aterra tener que sobreponerme a diario de mi inutilidad en este aislamiento. Empecé leyendo muchos libros que había dejado postergados por mis labores habituales. Al quedar suspendidos mis compromisos laborales pude dedicarles muchas horas, y días, y semanas, hasta cuando consideré que hacerlo por obligación no era placentero, lo cual desarmó el andamiaje que sustentaba mis renovadas inquietudes literarias. Entonces encontré una variante afín: la cultura audiovisual. Durante un tiempo estuve viendo lo mejor del cine y la televisión, hasta cuando advertí que esto tampoco me interesaba tanto, pues empezaron a aburrirme sus tramas reiteradas. Ambas posibilidades perdieron entonces su atractivo, convirtiéndose en bagazos de mi fallida evasión intelectual, con lo cual mi vacío interior se creció enormemente. A este limbo emocional se le sumaron ansiedades, temores e incertidumbres que me impiden tranquilizarme. La alternativa de distraerme contemplando el paisaje exterior no me resulta muy atractiva, pues las calles están prácticamente deshabitadas, sin indicios de actividad en ella. Entonces con desagrado acepto que nos atrapó el tedio en nuestras jaulas de oro. Debido a este incontrolable malestar mi reloj biológico se desequilibró. Durante el día me provoca dormir un poco más y en la noche me desvelo, lo cual me obliga a continuar inmerso en este pequeño y traumático fin del mundo, pensando en lo confuso que es y en lo confundidos que estamos; en lo aterrador que será nuestro futuro y en lo aterrados que estamos; en lo atemorizante que está el ambiente y en lo atemorizados que estamos. Y así paso gran parte de la noche activando ese funesto fantasma emocional que luego, durante el día, me doblegará, me martirizará y me horrorizará, pues mi sistema nervioso asimila dócilmente sus nefastas confusiones y me sobrecarga con sus espectros de intranquilidad, estropeando entonces mi obstinado empeño en creer que de esto vamos a salir bien. Que todo será cuestión de tiempo. Que habrá que tener paciencia. A pesar de todo…

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