Por: María Cristina Restrepo Sierra

En estos tiempos de confinamiento y COVID-19, ver las calles de Armenia vacías, los establecimientos comerciales y colegios cerrados, los andenes completamente deshabitados, lleva, inevitablemente a pensar en la estrecha interrelación, e interdependencia entre los espacios físicos y las personas que los habitan. Gris y desolada, así se ve la ciudad sin sus habitantes. Pero también salta a la vista una consecuencia del no tránsito de personas en las calles: la limpieza y ausencia de basuras en las aceras, y en las esquinas donde están ubicadas aquellas grandes canecas metálicas instaladas por la Empresa Amable, que en lugar de resolver la problemática de basuras, la han acentuado en los últimos años. Ésta fue una desacertada acción, que tristemente ha convertido los principales andenes del centro de Armenia en espacios poco amables. Al tener un tamaño sobredimensionado, pero, paradójicamente, haber sido pensadas para arrojar residuos y envolturas pequeñas, dichas canecas han sido tomadas por los armenios como una especie de contenedores, y ante la ausencia de campañas de educación ciudadana por parte de la Empresa Amable, se ha asumido que son para arrojar todo tipo de basura.

Hay muchas historias en torno a esta recurrente problemática. Por ejemplo, la de varios establecimientos comerciales que, pese a contar con un servicio de recolección de basura todos los días, y justo en frente de su andén, mandan a uno de sus empleados a llevar las bolsas a otra cuadra cercana, donde haya una de estas canecas. Allí son dejadas con actitud indiferente, si es que tienen suerte de encontrar la caneca vacía, o si no, las ubican en el andén, donde fácilmente las bolsas son abiertas, y la basura, regada. O el caso del vecino (presente en muchos barrios y sectores de Armenia), que trae su bolsa de basura doméstica, y pese a que la caneca esté completamente llena, y haya residuos regados, la deja allí, desencartándose del asunto. O las personas que pagan a algún habitante de calle por deshacerse del material de construcción sobrante de la obra que están realizando en casa, sin importar dónde sean arrojados dichos escombros.

¿Y cuál es el desenlace ante cualquiera de estos tres casos?, que se constituyen en sólo algunos ejemplos fortuitos de las múltiples posibilidades que acontecen día a día en Armenia. Pues todo termina en andenes y esquinas repletas de basura. Varias de estas situaciones son bien conocidas por Luis Enrique Díaz Reyes, un operario de barrido de Empresas Públicas de Armenia que hasta el año pasado tenía asignada la ruta de alrededores del Parque Sucre.

Un hombre con total entrega hacia su trabajo, que siempre llegaba con una sonrisa y la mejor voluntad a realizar su labor. Se convirtió en un aliado de varios establecimientos y edificios de este sector, pues de forma decidida y respetuosa le hablaba a las personas sobre la importancia de conocer y respetar los horarios de recolección de los camiones de la EPA, y usar adecuadamente las canecas ubicadas en las esquinas de los andenes. Él nos hizo sentir a varios integrantes de esta comunidad que teníamos una responsabilidad colectiva, volver más limpio y bello nuestro entorno inmediato.

En su actitud se leía una firme convicción de dejar huella, es una de esas personas convencidas de que el mundo no es tan grande como parece, y, en consecuencia, todos estamos en la capacidad de cambiarlo, a partir de acciones transformadoras.

Fuimos testigos de cómo Luis Enrique recogía día a día la basura regada en los andenes de este sector, usando su escoba y recogedor, y, además, los estregaba con agua y jabón, a tal punto de cambiar radicalmente el aspecto de los adoquines, que por tantos desperdicios regados, se habían tornado visiblemente curtidos. Presenciamos cómo esta labor constante de limpieza venía acompañada cada día de un saludo cordial, y de una oportuna invitación a cada vecino para hacer parte de la labor de volver más limpia y bonita la ciudad. Este operario de barrido ha asumido de forma tan apasionada su labor que también ha hecho las veces de educador ciudadano, las calles se convirtieron en su tablero, y su escoba, en tiza. Con estos implementos de trabajo, y su buena actitud, nos enseñó que todos podemos ser ciudadanos en ejercicio, mejoradores de nuestro entorno.

Lastimosamente Luis Enrique fue cambiado de zona el año pasado. Nos encantaría volver a contar con él en el sector de los alrededores del Parque Sucre. Ojalá pueda retornar, para continuar aquí esta importante tarea de transformación del entorno, y de las conciencias de quienes habitamos esta zona. Procesos como éste merecen ser implementados en toda la ciudad, en aras de obtener resultados perdurables y permanentes en el tiempo. Sin embargo, sabemos que en este momento cumple una tarea igual de importante en otro sector de la ciudad, en el que seguramente también dejará huella.

Hay personas que dicen que el mundo va a seguir igual después de que pase la emergencia ocasionada por el COVID-19. No creo lo mismo, tendremos que adaptarnos a vivir bajo nuevas condiciones, entre ellas, la asepsia y la limpieza individual serán más rigurosas, así como el aseo y la disposición de basuras probablemente se convierta en una mayor prioridad por parte de los gobiernos. Habrán cambios a nivel individual, con una subsiguiente repercusión social, uno de ellos, espero, sea un incremento en la necesidad de pertenecer más a un lugar, y de querer mejorar a partir de acciones ese mundo que cada uno de nosotros habita (entiéndase mundo como barrio, empresa, colegio, ciudad). Ojalá disminuya el virus de la indolencia y se propaguen más las ganas de ser ciudadanos en ejercicio, como Luis Enrique, quien con sus acciones contribuyó significativamente a mantener limpio un sector de la ciudad, se convirtió en un educador ciudadano, y a partir del amor materializado en trabajo, hace honor al lema de la EPA: “ser un héroe por Armenia”.