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Cultura  |  17 mayo de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Los Chamanes Jaguares de Yuruparí y el destino triste de los pueblos amazónicos

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Por: Roberto Restrepo Ramírez

La región selvática de Colombia que compone el extremo territorio llamado Trapecio Amazónico, no es el único corredor geográfico que está en peligro de contagio por el COVID 19. Sus principales centros urbanos, Leticia y Puerto Nariño, hoy son un foco grave de la enfermedad, ya que limitan con dos países que presentan una difícil situación, Perú y Brasil.

Los más probable es que el virus suba por las vías carreteables que de Leticia parten al centro y el norte del departamento de Amazonas. Y también por vía fluvial puede llegar al río Caquetá y Apaporis. Este último es la corriente que limita con el departamento del Vaupés.

En el Apaporis desemboca uno de tantos ríos secundarios de la cuenca amazónica, llamado el Pirá – Paraná. En sus riberas, y adentro ya en orillas de otros caños que le tributan, viven comunidades indígenas que UNESCO incluyó en la Lista Representativa de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, llamados los Chamanes Jaguares de Yuruparí. Su inclusión es excepcional pues, por primera vez, entraban en esa lista pueblos enteros. Ello ocurrió por una situación muy especial, sus prácticas rituales y su modo de vida en armonía con la naturaleza, de notable relación ecológica. Por eso, en aquella Lista, están inscritos con el nombre de “Conocimientos tradicionales de los Chamanes Jaguares de Yuruparí”. “Según la sabiduría ancestral, el Pirá Paraná es el centro de un vasto territorio denominado los Jaguares de Yuruparí, cuyos sitios sagrados encierran una energía vital que nutre a todos los seres vivientes del mundo”, tal cual lo consigna UNESCO, cuando decidió inscribir ese patrimonio en diciembre de 2011.

 

De llegar el COVID 19 a estas y cientos de comunidades y poblados indígenas del Vaupés, la debacle afectará a estos indígenas, como nunca se ha visto en las últimas décadas. Y destruirá estructuras familiares, cosmogónicas, religiosas y ecosóficas que componen su mundo.

Conocí esas poblaciones en las décadas de los 80 y 90 del siglo XX. Desde mi arribo, en mi condición de funcionario del llamado en ese entonces Ministerio de Gobierno, y luego como integrante de un equipo interdisciplinario del Servicio de Salud del Vaupés, comprendí que aquellas eran poblaciones que entendían muy bien el sentido integrador de los seres humanos con la naturaleza. Es lo que un teórico noruego, Arne Naess, llamó la ecología profunda o ecosofía. “En contraste con el pragmatismo utilitario predominante de las empresas y los gobiernos occidentales, abogó por que una verdadera comprensión de la naturaleza dará lugar a un punto de vista que aprecia el valor de la diversidad biológica, entendiendo que cada ser vivo depende de la existencia de otras criaturas en la compleja red de interrelaciones que es el mundo natural”. (El Espectador, Plan Profesores).

Viví con intensidad aquellas experiencias de tipo religioso. Compartí, en sus fiestas y ceremonias de las madrugadas, el valor de su chamanismo. Conocí a los payés, los chamanes sabios que no son sólo médicos tradicionales, sino que son también ecólogos eficientes. Navegué por las aguas de este Pirá Paraná y sus afluentes, como el Comeña y el Caño Colorado, donde las malocas de sus riberas no son consideradas solo como sus viviendas, sino que son los centros de ceremonia, donde sus bailes duran tres días y dos noches, con libaciones de chicha y toma ritual de yagé.

Hablé con sus jóvenes en los centros poblados y, en ese momento, años 90, ya mostraban su preocupación por la invasión de colonos, narcotraficantes, buscadores de oro y sectas religiosas que colonizaban sin consideración sus territorios.

Uno de estos jóvenes, en Sónaña, un poblado hermoso y – desde nuestro punto de vista – ensoñador, me dijo algo que hoy retumba en mi cabeza: “No quiero ser payé, quiero estudiar y ser alguien en el mundo de los blancos”.

Desde ese día entendí que la institución chamánica y el proceso de aprendizaje que garantiza la continuidad de estas prácticas, entraban en decadencia y crisis.

Diez años después, un antropólogo extranjero – quien valoró también ese territorio desde lo ecosófico – le propuso a UNESCO la inclusión. Fue un alivio para mí, saber que esta zona entraba en una Lista privilegiada del Patrimonio Mundial. Ocho años después de aquella fecha de 2011, ignoro cómo va el proceso de su salvaguarda.

Visité aquella querida región en diciembre de 2018, cuando viajé a Mitú, la capital del Vaupés, en plan académico. La desesperanza me invadió, pues el objetivo era indagar por el alto índice de suicidio de indígena joven en esa región, el más alto de Colombia. Supe que muchos adolescentes, que tomaban tal fatal determinación, provienen de aquellas regiones del Pirá Paraná, Tiquié y otros caseríos indígenas del Vaupés. Una de las causas de tal crisis es el irrespeto a los sitios sagrados. Un documental titulado “La selva inflada” comienza con una escena pavorosa, la trituración de piedra que constituye el espacio físico de aquellos lugares, donde también hay petroglifos (piedras grabadas) y muchas historias milenarias.

Retorné al Quindío sin poder visitar – por imposibilidad de transporte aéreo al Pirá Paraná – aquella región maravillosa de mis afectos y mis preocupaciones antropológicas.

veo las noticias sorprendentes del COVID 19 en Leticia y me preocupa que ese virus fatal llegue por otros caminos y ríos hasta la tierra de los Chamanes Jaguares. Aunque es de preocupar mucho más una fuente viral más agresiva. Nosotros, porque como agentes extraños, siempre fuimos y somos la peor pandemia que hayan recibido aquellos pueblos indígenas amazónicos.

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