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Columnistas  |  31 mayo de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Jhoan Camargo

Ya hemos comido sapos

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Jhoan Camargo

Antes de seguir leyendo me gustaría que fuéramos más allá de los egos, cosa difícil, más allá de las conveniencias, más allá de las diferencias, de las pasiones, de lo decente e indecente; me gustaría que fuéramos más allá de la decepción y el pragmatismo, la conveniencia y pensáramos en lo fundamental. Vistas las cosas en caliente, con la coyuntura encima y las pasiones a flor de piel, se ha suscitado –más que una discusión– una guerra bizantina, esto es, que una vez Fajardo fuera de la contienda electoral, Colombia está sumida en dos extremos y da igual quien gane.

¡Un momentico! Las cosas no son tan sencillas como lo anterior. La segunda vuelta, lamentablemente, no estriba solamente sobre dos posturas políticas, aquí hay más en juego. Reducir los hechos que van a acontecer a partir de aquí hasta el 17 de junio no son simples campañas por la derecha y la izquierda, se trata también de una contienda por discursos y hechos históricos de vital importancia.

Me he tomado el atrevimiento y tiempo para enunciar una serie de elementos que considero importantes con el único propósito de que lo lean quienes votaron por Sergio Fajardo, no para convencerlos ni para insultarlos –cosa que quienes me conocen saben que me sale natural–, lo hago para que complejicen más, si se puede, los argumentos que los mueven a quedarse por fuera de tomar partido para la segunda vuelta y con meridiana esperanza, que consideren su postura por demás respetable.

No se tratará solamente de Duque (Uribe) y Petro. personalizar la campaña a estos apellidos es desconocer los sentidos, las intenciones, las visiones de país que ambos candidatos –para bien o para mal– defienden y por lo tanto, reducen a los sentimientos que ellos como sujetos nos despiertan, lo que debería ser algo más complejo e incluso pragmático.

¿Qué entre el diablo y escoja? De ninguna manera son lo mismo. Duque representa un gobierno que tiene tras de sí muertes; que ha sido cosa probada sendos actos de corrupción como el proceso en el legislativo para la reelección, que tiene a decenas de funcionarios en la cárcel, pero lo más peligroso, que ha demostrado un blindaje e impunidad que asquea. Por su parte Petro se muestra como un tipo peligroso, más que inteligente –a mi parecer– astuto, lo cual no veo como una cualidad; un hombre con el manto del mesianismo en la espalda, pero que por lo menos es vulnerable a la justicia. Hay garantía de que si se equivoca se le puede castigar como lo demostró el procurador, es un hombre que está obligado a la concertación porque él mismo y su caudal no se basta para llegar.

Hagamos memoria. Desde el principio Petro habló de concertar una alianza amplia, en la universidad Javeriana en Cali les pidió: ¿nos unimos? Fajardo también ha pecado de prepotencia y es un defecto esperado en cualquier sujeto que crea que puede manejar este país que es un caballo loco y desbocado. De ahí que suene absurdo ese argumento de que por no votar por Fajardo ahora se miran las consecuencias. No, el voto no se obliga, el voto se consigue con el convencimiento, así como se ufanan ciertos votantes al decir que Fajardo sí podía en segunda y Petro no, así mismo nos podríamos ufanar quienes votamos por Petro y compartíamos con él la posibilidad de un frente amplio. Fajardo ha pensado que acercarse mucho a otros que le son diferentes le pueden ensuciar la camisa blanca que siempre luce y ese purismo le ha costado, incluso, ganarle a Petro por escasos votos.

Congruencia sobre lo fundamental. La popularidad y fortaleza de Fajardo y su discurso se dio sobre ideas muy claras. La decencia, la lucha contra la corrupción, la transparencia, el manejo limpio de los recursos, la permanencia de los acuerdos de paz, ¡la paz misma! De ahí que resulte inconsecuente que algunos votantes decidan irse por Duque, independientemente de que como sujeto me parezca arlequinesco, por su postura, incapacidad de ser auténtico, contradicciones, cinismo… Lo que él y su partido defienden en muchos aspectos es clara y sustantivamente contrario a los bastiones de Fajardo y su coalición.

Ya hemos comido sapos. Hay más puristas que yo, pero he de confesar que aún con el asco y la tristeza que tenía, hace cuatro años voté por Santos en segunda vuelta porque sentía que el país estaba entre la espada y la pared, la posibilidad de un acuerdo de paz mediocre, lacerado, malherido, traicionero… pero al fin acuerdo, al fin paz. Los gobiernos no son solo personas, son procesos que se gestan y pueden ser de largo aliento. Muchos votantes fajardistas están en sus primeras elecciones y aún tienen –y envidia me da– una desazón romántica por ver a su candidato tan cerca y tan lejos de la contienda, ese dolor dura días, por su puesto, pero rápidamente hay que reponerse y tragar sapos en aras de que, así no comparta la idea, entre los males, el menor. Porque, reitero, no se trata de escoger entre dos propuestas totalmente ajenas a la visión políticas de los verdes, simple y llanamente a muchos les molesta Petro, su arrogancia, su sobrades, su victoria, pero más allá de eso hay elementos en común, darle la presidencia a Petro no es darle un premio, es darnos la oportunidad todos los que tenemos más de dos dedos de frente y repudiamos lo que representa el uribismo de un país diferente, no en cabeza del deseado, pero sí del más cercano a nuestras necesidades y preocupaciones.

Hace cuatro años voté por Santos y a día de hoy no me arrepiento ¿Se arrepentirán ustedes de no haber sido capaces de comerse su sapo? Antes de continuar defendiendo posturas y resaltando las diferencias, enfriemos la cabeza, demos un paso al costado para respirar y releer las propuestas de ambos candidatos. Hay muchísimo en juego: la salud, la educación, el agro, la transparencia, la paz, la decencia… pero sobre todo la posibilidad esperanzada de una nueva Colombia, quizá no tan buena, pero sí esencialmente diferente donde el sentir de la coalición tiene gran cabida.

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