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Columnistas  |  08 mayo de 2024  |  12:00 AM |  Escrito por: Alberto de la Espriella

Anticorrupción, discurso eterno

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Alberto de la Espriella

Por: Alberto de la Espriella

Siempre agradeceré el espacio inapreciable que generosamente me ha permitido Miguel Ángel Rojas, cuando aún podemos ejercer la libertad de expresión en medios independientes como El Quindiano. Para mí constituye una válvula de escape a la presión emocional que me generan las paradojas negativas que, tal vez, solo se dan en la potencia mundial del absurdo, del sainete jurídico, del circo político, agobiándonos y sembrando desesperanza en el tiempo escaso que nos queda, para ser y sentirnos buenos colombianos.

Solo aquí, en el país paradójico, un “ex-zar anticorrupción”, -supuestamente condenado y no me explico por qué no está entre las rejas-, ejerce como abogado defensor de un funcionario corrupto de la UNPD, sirviéndose el primero de las artimañas jurídicas que otrora le fueron efectivas, para pedir un principio de oportunidad a favor de su cliente a cambio de ‘cantar’ en convenientes estrofas, la canción escandalosa a que apunta ser este caso de corrupción administrativa en escalas mayores.

Lo que me indigna de su primer canto es que “salpica” y acusa a personas de la Alianza Verde, partido con el cual simpaticé desde un principio, hasta que un grupo resolvió apoyar al Pacto histórico y, tal como en los discursos partidistas de todos los pelambres, se abanderaron en la lucha contra la corrupción. Gente joven, nueva, preparada sociocultural y académicamente para cambiar algunas de las tantas realidades absurdas… excepto Iván Name, político de oficio, quien, al ser incluido en la dirigencia verde, empezó a generarme dudas y desencanto respecto al carácter ideológico y pragmático de esta organización.

“Caras vemos, corazones no sabemos”, es una recomendación de la experiencia que a menudo pasamos por alto, quizá influenciados por aquello de que una buena imagen se hace más creíble y convincente. Al mirar el rostro angelical de la doctora Sandra Ortiz, por ejemplo, uno nunca imagina a una astuta delincuente institucional dirigiendo una organización instrumentada para comprar al poder, sea en la rama que fuere. O, tras la actitud paternal del popular y bonachón Olmedo en las entrevistas televisadas, encontrar un cerebro criminal que, sin escrúpulo alguno, se burla del pueblo guajiro y de su tragedia, mientras se enriquece a costa de los recursos destinados para resolverla en una de sus partes fundamentales, como lo es el líquido vital.

Desde mucho antes de reconocerme como ciudadano, -en el mandato de la transformación nacional liderado por Carlos Lleras-, todos los gobiernos se han comprometido con acabar la corrupción, pero el gobierno que llega, resulta ser más corrupto que el anterior. Ejemplos de los últimos veinte años: del proceso pacificador de la seguridad democrática, que enriqueció al prófugo Luis Carlos Restrepo y de Agro-ingreso seguro, pasamos a los negocios de Odebrech con Santos y Vargas, a los billones ‘abudineados’ en la administración naranja de Duque.

Ahora, en el gobierno del cambio, la corrupción continúa en apogeo ascendente y lo peor es que al muerto no hay quien lo llore: hasta el Contralor en funciones resultó ser campeón en inteligencia burocrática; una maestría en falsedad de documentos públicos y privados es su único título, otorgado por la corruptela política. Están desvelando “el tapao” corrupto de la Procuradora y su rosca. A la Fiscal, estrenando cargo, ya la demandaron y tendrá que emplear el tiempo en su defensa, lejos del caso. Los congresistas descaradamente amansados con un óbolo oficial de casi 45 millones de pesos mensuales, van a mirar para otro lado. ¿Y las altas cortes? ¿Será que consejeros y magistrados tendrán que comer callados?

Anticorrupción, una palabra que antes advertía, inspiraba respeto y hasta causaba algo de miedo, ahora es un término que, como todo lo censurable en nuestra patria, se volvió paisaje, bandera vieja y desastada que suele resucitar para que la agiten en épocas electorales. Los gobiernos siguen robando y con la institucionalidad no pasa nada. Solo la corrupción camina en este país y nosotros, los de a pie, debemos cerrarle el paso a cualquier costo. Que no nos gane la sensación de impotencia y, lo que es peor, la indiferencia.

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