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Cultura  |  23 marzo de 2024  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Luego de cinco años sin publicar novelas, Mario Mendoza regresa con Los vagabundos de Dios

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Un novelista con el cuerpo desbaratado y maltrecho por varios accidentes sucesivos, con un precario estado mental, que menguó sus fuerzas y su espíritu, sobrevivió como pudo al encierro de la pandemia y ahora es un náufrago inmóvil. La humanidad no cambió un ápice tras la prueba extrema que experimentó y él, en medio de ese caos, no sabe cómo retomar el rumbo, si es que aún existe alguno, después de todo lo que ha pasado.

De manera misteriosa comienzan a llegarle señales de que debe volver al corazón oscuro de la ciudad que ha alimentado sus obras. La intempestiva aparición de un viejo amigo, un bohemio músico de jazz, lo pone en marcha al recomendarlo con una joven artista que recordó en terapia, por medio de la hipnosis, su propósito al conectarse con sus vidas pasadas.

Al abismarse de nuevo, el escritor descubre que la realidad pierde su forma y que lo que cree sólido se desvanece. Sumergido en el Kairós, el tiempo sagrado, su cordura y templanza serán puestas a prueba por militares que experimentaron el horror, creyentes que esperan con fervor al nuevo Avatar, guerreros espirituales forjados tras las rejas de la cárcel, sádicos torturadores profesionales, víctimas escaldadas por un dolor que las consume y alimenta un odio atroz.

Comprenderá que “sin muerte no hay renacimiento”, que “si no hay un final no podremos tener un nuevo comienzo” y que al dejar “esa pose de escritor pulcro y cuidadoso, que calcula cada paso que da como si temiera hundirse en el abismo. Cuando quizás de lo que se trataba era, justamente, de dejarse caer en el vacío y de disfrutar el viaje por el precipicio”.

Algunos fragmentos de la novela: Un viaje revelador a los abismos de la vida

“Uno no se hunde en los infiernos con el paso de los años, poco a poco. Uno se cae en el abismo de un día para otro, súbitamente. Un día estás en la plenitud de tus fuerzas, lúcido, animado, sonriente en el espejo, satisfecho de ti mismo, y de repente a la mañana siguiente estás hecho polvo, con ojeras, acabado, adolorido y disminuido hasta el punto de no reconocerte, de no poder caminar ni mover los brazos como lo habías hecho toda la vida”.

Página 17

“La época era tan caótica, tan fuera de lugar, que ya no teníamos ni idea dónde estaba la frontera entre la ficción y la realidad. Antes esa línea divisoria era clara, pero ya no. Preocuparse por eso carecía de importancia. Por ahora, lo único importante era no olvidar”.

Página 103

“No eres nadie, no eres nada, libérate del peso de ser tú mismo. No te mires en el espejo porque solo verás polvo sobre polvo. Ahora, tampoco se trata de humillarse acá para ganar la vida eterna. Pensar de ese modo sería
tener como propósito una recompensa, y entonces detrás de la humildad estaría de nuevo el ego agazapado, escondido, haciendo de las suyas. Se trata de perder un yo para ganar un nosotros. Solo no llegaré a ninguna parte. Olvido mi yo para servir a los otros, y en ese camino de servidumbre nos salvamos todos”.

Página 138

“No hiero a nadie, jamás compraré un arma ni empujaré ni golpearé a otro ciudadano, pero eso no significa que acate normas que me parecen injustas ni que sea un individuo manso o dócil. Todo lo contrario: me declaro en desobediencia civil”.

Página 161

“Solo tenía claro que debía referirse a una extraña sensación que me estaba dejando la pandemia: lo real se había quebrado en mil pedazos y ya no teníamos un piso sólido dónde pararnos. Habíamos perdido el centro. Éramos unos náufragos que navegábamos sin rumbo fijo, sin brújula ni sextante, sin mapas ni radares. Y la única forma de narrar el extravío era volver a hundirme en el corazón de la ciudad para desentrañar sus zonas más recónditas y desconocidas”.

Página 188

Sin destrucción no hay un nuevo orden. Sin muerte no hay renacimiento. Si no hay un final no podremos tener un nuevo comienzo. Una apología del movimiento para el no ego La quietud es la presencia excesiva del yo

“Mi ciudad, me digo en voz alta con una nostalgia que me atraviesa por dentro. El purgatorio en la Tierra, el territorio de la melancolía y el olvido, la ruta peligrosa, sin pavimentar, difícil, donde no hay piedad ni conmiseración y donde la víctima se muere siempre ensangrentada y dando alaridos de terror. La zona sagrada donde Dios juega a las escondidas con nosotros”.

Página 201

“Iba a dejar esa pose de escritor pulcro y cuidadoso, que calcula cada paso que da como si temiera hundirse en el abismo. Cuando quizás de lo que se trataba era, justamente, de dejarse caer en el vacío y de disfrutar el viaje por el precipicio”.

Página 195

La ciudad es el arquetipo de los espacios estriados

“A uno le deberían aclarar de joven que el tiempo es una falacia, una ficción, y que lo que uno tiene por delante no son años, sino breves instantes, segundos muy etéreos en los cuales aprenderemos las cruentas lecciones de la fugacidad y la impermanencia”.

Página 316

“Quedarse quieto implica primero conseguir dónde dormir: una casa o un apartamento, una habitación, una residencia o un inquilinato donde uno pueda pernoctar. Luego hay que comprar ciertas cosas: una vajilla, unos cubiertos, unos vasos, una cama o un colchón, un asiento, unas cobijas. Y esa sensación de estar ahí, en un lugar fijo, ancla la identidad, la atornilla, la deja anquilosada. Según ese maestro caminante, ahí empieza el sufrimiento, cuando creo que debo quedarme quieto, porque entonces las ideas, los gustos, los sinsabores, las
ilusiones, todo se inmoviliza de manera muy peligrosa. Donde está el cuerpo está el dolor. Al quedar preso del territorio, soy también presa fácil de todos los discursos acerca del consumo, de tener cosas, de comprar, de acumular, y, sobre todo, empiezo a creerme la necesidad de tener que hacer feliz a ese sujeto que soy yo”.

Página 378

No te dejes alcanzar por ti mismo, escápate, que cuando tu ego intente atraparte tú ya estés en otro lugar

“En cada puerto, en cada estación de tren o en cada aeropuerto uno se muere un poco. Una parte de sí mismo se queda atrás. Y así, muriendo y muriendo de una ciudad en otra, de un pueblo en otro, uno termina por sentir que ya no es necesario suicidarse. Si se empieza a fantasear con envenenarse o con cortarse las venas, el mejor remedio no es la clínica psiquiátrica ni los antidepresivos, sino el aeropuerto o la terminal de autobuses.

Entrar en movimiento es terapéutico.

Así que la mejor manera de sanarme fue convertirme en vagabundo. Me dejé la barba y el bigote, no me vestía mirándome en el espejo para ver si la ropa se me veía bien o no, no combinaba los colores. La imagen me empezó a importar muy poco. Solo me interesaban mis pies y mis zapatos, los cuales cuidaba cada noche con esmero. Bajé de peso, olvidarme del celular y del computador me otorgó una libertad que hacía mucho tiempo no sentía, y me alejé vertiginosamente de ese sujeto que me había hecho la vida imposible: yo mismo.

Recordé que Estéfano, mi amigo psiquiatra, me había recomendado recuperar la amistad interior, el placer, el gusto por la vida. Pero quizás la clave estaba primero en escaparse, en dejarse atrás, en desaparecer poco a poco hasta volverse invisible”.

Página 382

Sobre Mario Mendoza

Mario Mendoza (Bogotá, 1964) Se licenció en Letras en Bogotá y se graduó en Literatura Hispanoamericana en la Fundación José Ortega y Gasset de Toledo, España. Es también Magíster en Literatura. Autor de veinte novelas, cuentos y ensayos entre las que se destacan Satanás (Seix Barral, 2002), galardonada con el Premio Biblioteca Breve; La travesía del vidente, Premio Nacional de Literatura del Instituto Distrital de Cultura Turismo de Bogotá en 1995; Buda Blues (Seix Barral, 2010), finalista del Premio Dashiell Hammett en la Semana Negra de
Gijón; Lady Masacre (2013); La melancolía de los feos (2016); Diario del fin del mundo (2018); Akelarre (2019); La locura de nuestro tiempo (2010); La importancia de morir a tiempo (2012); Paranormal Colombia (2014); El libro de las revelaciones (2017), Bitácora del naufragio (2021) y Leer es resistir (2022). En 2018 concluyó El mensajero de Agartha, una saga juvenil conformada por diez títulos, y publicó la novela gráfica Satanás, junto con el ilustrador Keco Olano.

Este fue el comienzo de su trabajo en conjunto, que se materializó en dos proyectos: la trilogía de novelas gráficas Mysterion (Kaópolis, Los fugitivos, Los sobrevivientes) y la serie de diez cómics El último día sobre la Tierra.

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