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Cultura  |  05 abril de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Páginas adentro el amor y las sombras cuentan

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Por Juan Felipe Gómez

Una idea romántica nos dice que algunos libros invitan a quedarse a vivir en ellos. Romántica, y borgiana, es también la idea de vivir en una biblioteca y en ella encontrar el amor de la vida. ¿Y si lo anterior ocurre en una ciudad futurista, distópica, donde la biblioteca y el amor son los últimos y únicos refugios de una lectora y un escritor solitarios? ¿Qué pasaría si el libro que la lectora busca en la biblioteca es el mismo que cuenta su historia mientras allí conoce al escritor que la escribe? Leído así, podríamos suponer que la obra en mención es una más de ese universo de ficción futurista y enrevesada tan recurrente en las literaturas de consumo masivo. Pero no es una obra más entre tantas. Ese entramado argumental corresponde a una de esas piezas singulares que en este caso nos llega desde Francia gracias a Rey Naranjo Editores, dando cuenta de que las obras de la narrativa secuencial se abren cada vez más espacio en el mercado editorial nacional, llegando a lectores que, gracias al Plan Nacional de Lectura y Escritura Leer es mi cuento, las encuentran disponibles en todas la bibliotecas públicas.

Con las firmas de Jacky Beneteaud –Guión- y Stéphane Courvoisier –Ilustraciones-, la novela gráfica Páginas interiores anticipa desde la portada que estamos a punto de entrar en un mundo de matices oscuros, donde una mujer y un hombre serán arropados por las páginas de una misma historia: la que ella lee, y la que él escribe. Nos precipitamos entonces en una espiral de episodios oníricos articulados en viñetas, algunas casi bocetos, de marcada sobriedad, y que en su mayoría apelan al silencio para que sean los claroscuros, los gestos y los encuadres los que conduzcan el relato. Los encuentros y desencuentros de los dos personajes se dan en el plano de lo real, al interior de esa enorme biblioteca y sus alrededores, donde una nube tóxica amenaza la integridad de los transeúntes y se presentan manifestaciones “para exigir el cierre de una peligrosa central atómica”. Pero también coinciden en una dimensión alterna, de sueños y proyecciones subjetivas y enrarecidas que se nos graban en la memoria con la sutileza del carboncillo usada por el ilustrador. Todo un ejercicio de sobriedad y concisión narrativa que por momentos nos ubica en una densa penumbra emocional que, al igual que a los personajes, nos abraza también a los lectores.

Es precisamente la austeridad de los lenguajes que confluyen en el relato la que hace de esta novela gráfica una pieza de singular belleza y evocación, permitiendo que la propuesta argumental, en la cual los autores juegan con el recurso de una historia dentro de la historia -muñecas rusas-, no se pierda en los excesos de color y la estridencia del texto. El mutismo, los rasgos difusos y las sombras que acechan en cada página nos remiten a ciertas escenas del cine expresionista alemán.

En una de las secuencias la mujer se encuentra en el suelo de la biblioteca la pluma fuente con la que el hombre escribe, un objeto extraño y remoto para ella. Y es que aunque aprendió a escribir con una de las mismas, en ese futuro desangelado ella utiliza, como toda la gente, un dispositivo para pasar directamente los pensamientos a texto, mediante un chip implantado en el cerebro. Esto seguramente resulte familiar para los seguidores de la serie Black Mirror, tan popular en estos días.

Así, con su minimalismo estético y los intertextos que se puedan encontrar, la historia termina siendo también un homenaje a la palabra escrita y a la persistencia del libro y la biblioteca como dos de los más grandes logros del ser humano para perpetuar el conocimiento y la belleza del lenguaje.

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