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Columnistas  |  02 octubre de 2017  |  12:00 AM |  Escrito por: Jorge Julio Echeverri

La era de la última esperanza

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Jorge Julio Echeverri

Quienes tuvimos “La alegría de leer”, vimos conjugado por primera vez en esa cartilla, el verbo amar en primera persona del presente de indicativo: “Yo amo a mi mamá”. Pero nunca más en otro texto escolar de primaria o secundaria y mucho menos universitario; fue como una errata, un fantasma del pasado, algo que de alguna manera nos marcó. Me indujo a reflexionar sobre la educación. Esta debiera servir para alcanzar el fin último de la especie humana sobre este planeta: la felicidad, según dijeron los filósofos. Lo que no nos dijeron fue cómo alcanzarla, o si lo dijeron, por lo visto se equivocaron. A mí se me ocurren tres cosas consideradas en su más amplio sentido: saber amar, saber convivir y saber sobrevivir. Y en ese orden, porque sin el primero no es posible el segundo y sin éste no es viable el tercero, como veremos luego.

¿Qué hemos hecho con el cuento del amor? ¿A qué lugar lo hemos relegado? ¿Por qué ha sido proscrito de lo que se ha dado en llamar EDUCACIÓN? Mencionarlo se volvió un asunto de cursilería. Y conocerlo, la más penosa y casi siempre dolorosa experiencia. Lo hemos confundido con toda clase de sentimientos, conceptos, instintos y apetitos. Hemos creído hallarlo en una iglesia, en una persona, en un poema, en la contemplación de una noche estrellada, en el nacimiento de un niño, pero han sido efímeros efluvios de la química del cerebro, esa química de la que nada nos dijeron en el colegio y que nos hubiera sido más útil que la otra. Pues hay que confesar que hemos aprendido poco sobre el amor. En el siglo I antes de Cristo, Ovidio Nasón nos dijo que amar era un arte y que su técnica podía aprenderse. Veinte siglos después, Erich Fromm se ocupa con un éxito editorial considerable, del mismo asunto. Sigmund Freud, incluyó en los marcos de la ciencia siquiátrica la sexualidad, algo que escandalizó a la sociedad de entonces. Y quizás sea el temor al escándalo la razón para que prefiramos no saber nada más sobre algo sin lo que no podemos vivir, pero que nos causa tantos dolores de cabeza. Y seguimos igual. Sin embargo, la tecnología, y más exactamente las redes sociales en lo que va corrido del siglo XXI han permitido un tímido avance: podemos decir a los parientes y amigos que los amamos sin que se nos caiga la cara de vergüenza, porque esos mensajes son creados por terceras personas y ello establece una prudente distancia para justificar la infidencia. Así se produce una gran contradicción: nos acercamos a alguien virtualmente, pero nos alejamos de todos en la realidad. Nos acercamos a quienes están lejos, pero nos alejamos de quienes están cerca ¿Cómo atar cabos y romper el hielo, entonces? Incluyendo el AMOR en el plan de estudios de todos los estadios del aprendizaje. Deben estudiarse todas las manifestaciones e implicaciones del amor en la vida humana, en las relaciones de ésta con su entorno, con sus semejantes, con los animales y con todos los seres vivos, con la naturaleza, con el planeta, con el universo. Esto sería el inicio de una nueva era, la era de la última esperanza.

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