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Ciencia Y Tecnología  |  12 marzo de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

El brillo doloroso de la tristeza, 5 poemas inéditos de Lucía Estrada

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  Poemas por Lucía Estrada*

Nota y selección de poemas por Aleyda Quevedo Rojas

Más allá de los símbolos y las palabras, las imágenes del más reciente libro de poesía de la poeta colombiana Lucía Estrada (Medellín, 1980), estremecen hasta cortar con daga la emoción… y me regresan al pensamiento imprescindible de Unamuno: “Pensar el sentimiento y sentir el pensamiento”.

En Katábasis, Premio de Poesía Ciudad de Bogotá 2017, la poeta que sabe tejer y bordar los hilos de la noche, como lo reveló en sus anteriores libros, especialmente en el precioso: “La noche en el espejo”, nos propone un libro o un viaje hacia los valles secretos del infierno o hacia una perdida costa de arenas brillantes y múltiples tribulaciones, desde los andamiajes de la memoria, el tiempo y la soledad, decantados a luz de la filosofía y de la voz de una escritora cuyo oficio más difícil: el de vivir, lo ha convertido en poesía.

Estrada confirma que la poesía es vivir y escribe: vivir es una extraña condición de la muerte. Katábasis proviene del griego abajo o avance gradual y significa: descenso de algún tipo, retirada o algo así como bajar a una ladera; lo cierto es que es una palabra relacionada fuertemente con el mundo de la poesía y la psicología. Y la poeta nos lleva con imágenes y versos, graduales y bien pulsados, hasta las quebradas oscuras y brillantes de la depresión, ese inframundo que la mayoría de poetas conocemos bien, pero del cual pocos logran salir.

Estrada nada en las aguas agitadas de ese inframundo y regresa al mundo de los vivos fortalecida por el bálsamo de la poesía, que la eligió desde hace mucho tiempo atrás como una de sus voces predilectas, aquellas de la misma estirpe del magnífico poeta Felipe García Quintero, que al igual que Estrada, hacen de la escritura un destino.

  5 poemas inéditos de Lucía Estrada

Medusas

Te mueves en un mar perplejo. Tus ojos desechan antiguas claridades en las que un árbol era un árbol, y la ardiente sal, un motivo para ir por el mundo.

Como los restos de un barco, te dejas abrazar por el oleaje. Tienes piedad de ti, y de aquello que dejaste en la orilla.

Abiertas medusas te rodean. Es verdad que todo tiende sus redes hacia ti en este instante. Quieres volver porque tienes miedo, pero ya es imposible. El secreto debe ser devorado completamente. Vuelves, sin embargo, dentro de ti, reconoces como cierto el rojo impulso que te lanzó al mar.

Respiras más allá de ti, más allá de nosotros. Haces que la carrera sea más larga. Te sigo de cerca sin saber, sintiendo cómo los días se desintegran, cómo el error va ganando altura y se arroja indiferente al vacío.

La piedra que sostuvo tus pies por un momento se hizo polvo antes de que pudieras arrepentirte. Para entonces todo estuvo de acuerdo; la luz, la línea exacta de la noche.

Cada vez más dócil al remolino, cada vez más dueña de la libertad de perderte. ¿Qué harás para llamarte en medio del fragor si en el horizonte azul se pierden también las palabras?

Deja que la corriente diluya entre nosotros este tiempo sin orillas.


Cotidiana

Un gesto amargo se desprende de mi boca, rueda por la calles, desaparece.
En algún lugar, alguien cultiva espejos para borrarlo todo. Su oficio reverbera en cada sílaba de aire.

Vivir es una extraña condición de la muerte. Yo la llevo conmigo, pero no pesa en mi cuerpo su luna espectral.

En cada rostro reflejado un nombre se diluye. Ruego para que el mío permanezca indescifrable.

Nota encontrada al margen de un poema de Anna Ajmátova

No tengo su nombre, pero también los pájaros vienen a morir a mi ventana. No tengo su rostro, pero mi gesto huye en inmóvil despedida. Si en lugar de quedarme decidiera ir al encuentro de lo que resplandece para su propio regocijo, si lograra al fin saltar la cuerda, intentar los pasos que me llevarían al centro de la fiesta. Pero qué lejos el mundo visto a través de mi máscara de hueso. Con cuánta inocencia podría recuperarlo… Pero he aquí que miro siempre en otra dirección, disperso el oído, casi muda, vistiendo los trajes que no fueron hechos para mí, viejas herencias del hastío. A todos nos reunirá el polvo –dices– sin embargo, mis pies se desvanecen antes de tiempo, no alcanzan, no persiguen ninguna señal. Son el miedo a todos los lugares, a los desniveles, a la tierra firme… Escucha lo que en este grito hay para ti –dices– y no busques lo que has de ver en otros ojos.

La noche nos ha dejado completamente ciegas.

 Alfabeto del tiempo

 A Eugenio Montejo

Imposible saber la hora del polvo que se acumula y va tomando cuerpo en lo que no miramos con fijeza. Solo y amargo, como un presentimiento, tiembla un instante a contraluz mientras se extinguen los minutos, las palabras, los pasos que acercan su verdad.

Bocas abiertas al hastío, puertas cerradas para siempre. Pequeñas sílabas de un alfabeto anterior que se diluye en oscuras imágenes que no logro entender. Tiempo, ¿qué haremos con el horizonte? Muda de un silencio antiguo, extiendo mi mano para que no pasen, para poder mirarlas un poco más, para que el no saber me acerque a ellas, para hundirme en su no aspiración y desaparecer secretamente como un enigma, como una sombra, o como el pájaro muerto al que ningún aire reclama.

  Aniversario

 No es que el tiempo nos devore, es que las cosas adquieren otro brillo, una quietud de musgo y sombra que las aleja definitivamente de nosotros.

Pero el árbol que dibujaste en la infancia permanece intacto. En algún lugar, tus ojos rehúsan el polvo, se apartan del instante calcinado y esperan a que otro cielo les devuelva la mirada. Acaso tú comprendas mejor este duro vuelco. La sangre y sus viejas historias siguieron el curso de lo que tiembla en el aire y no muere. Un pájaro rodó en el viento seco hasta perder el horizonte, la casa desapareció tras el jardín, y cada rostro se reflejó en sí mismo perplejo.

Los días avanzan, no sabemos hacia dónde, pero en algún punto van a detenerse. Preguntarán por ti, por nosotros, y estas palabras que te traen a mi encuentro, pequeños huesos ennegrecidos en la palma de mi mano serán entonces una respuesta insuficiente.

*(Medellín-Colombia, 1980). Poeta. Obtuvo la Beca de Creación en Poesía del Municipio de Medellín (2008), fue nominada por la UNESCO al Premio Internacional de Poesía “Ponts de Strugas” de Macedonia (2009) y obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005) y el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá en 2009 y 2017. Ha publicado en poesía Fuegos Nocturnos(1997), Noche Líquida (1999), Maiastra (2003), Las Hijas del Espino (2006; 2008), El Ojo de Circe (2007), El Círculo de la Memoria (2008), La noche en el espejo (2010), Cuaderno del ángel (2012) y Katábasis (inédito).

 

TOMADO DEL PORTAL VALLEJO & CO

*Crédito de la foto la autora 

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