• JUEVES,  25 ABRIL DE 2024

Cultura  |  16 abril de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La aventura del gordo

0 Comentarios

Imagen noticia

Un cuento de Enrique Álvaro González, integrante del taller de escritura Café y Letras Renata Quindío.

“A las seis de la tarde sale el tren del Tintal hacia Córdoba”, le había dicho su amigo, pero no que era el último, ni que salía en punto de esa hora, hubiera o no pasajeros, de tal manera que al llegar pasados diez minutos, el Gordo supo que le tocaba esperar el siguiente tren que pasaba veinticuatro horas después.

“Paisano”, le dijo al hombre encargado de la estación: “¿me puede indicar dónde hay un hotel por aquí cerca? Ojalá que no sea muy caro”.

“Aquí no hay de eso”, respondió entre dientes aquel.

“¿Dónde puede quedarse un turista entonces?”. Insistió el Gordo.

“Aquí no llegan turistas. Por eso no hay hoteles”.

Observó la estación. Una casa de bahareque de más o menos cinco metros por diez, con una oficina pequeña al lado la ventanilla de los pasajes y un pequeño salón sin paredes donde posiblemente esperaban los viajeros. Allí, una desvencijada banca de madera de tres puestos, era la única opción de pasar la noche.

“Una pregunta, vecino”, insistió de nuevo. “¿Queda muy lejos Córdoba?”

“El tren se demora unas… dos horas”, contestó el hombre, que para ubicarse en su dato, miró los horarios en las paredes y comparó con sus despachos.

“Eh”, se dijo a sí mismo el Gordo. “Para quedarme ahí tirado en esa banca, mejor me pego la caminada”, e hizo la última pregunta:

“¿Esta carrilera tiene alguna desviación más adelante?”.

“No”, reconoció el encargado. “Es única vía hacia Córdoba”. Casi sin que terminara la frase, el Gordo echó al hombro su morral y se enrumbó por los travesaños de los rieles hacia la distancia que se abría ante sus ojos. La noche ya caía sobre el monte.

“Tenga cuidado con los perros de las fincas”, alcanzó a escuchar mientras se alejaba.

La caminata en principio resultó agradable con los aromas del campo, los ruidos de la naturaleza y el silencio de la soledad. La luz argentina de la luna guio sus pasos mientras el viento ululaba canciones desconocidas. Entre tanto, los pensamientos del Gordo buscaban palabras para insultar al amigo por omitir informaciones tan necesarias, porque al invitarlo, debió mencionar lo del horario.

Llevaría unas dos o tres horas caminando cuando vio a lo lejos unos puntos brillantes entre las sombras. Eran varios, por su cercanía al suelo y sus movimientos ágiles, comprendió que eran ojos de perro, entonces se armó de piedras y cuando los tuvo cerca, atacó al primero con la certera puntería que lo hizo famoso en sus juegos de niño.

La segunda, dio en el hocico de otro y la tercera convirtió el ataque en un coro de ladridos que le obligaron correr y defenderse a pedrada limpia, hasta que los caninos abandonaron la persecución.

Tuvo que detenerse unos momentos para recuperar el aire y reanudar su búsqueda de insultos al amigo que a esta hora dormiría plácido mientras él afrontaba estas circunstancias.

Recuperado el aliento recargó la munición de piedras en su bolsillo y caminó sobre los travesaños al tiempo que cantaba, madreaba, silbaba y descubría de nuevo otros puntitos brillantes en la oscuridad. En esta ocasión era un solo animal. El frío que experimentó y la niebla espesa que de pronto cubrió el ambiente, le parecieron extraños porque a pesar de la noche, el clima de la región era cálido y no debería haber noches frías.

Con sendas piedras en las manos continuó el camino a través de la niebla, hasta que esta se disipó. A unos cincuenta metros, después de caminar un poco más, vio una choza y en su entrada, un anciano de pelo y barbas blancos, igual que su vestido, lo miraba atento apoyado en un báculo.

“Buenas, buenas amigo”. Saludó el Gordo cuando estuvo cerca.

“Buenas, buenas”, respondió el anciano.

“¿Falta mucho para llegar a Córdoba, paisano?”.

“Falta, sí. Pero continúe tranquilo, que va llegar”. Y la respuesta al coincidir con el gruñido del perro alertó los sentidos del Gordo cuyas manos aferraron las piedras en los bolsillos y su cuerpo se dispuso a la batalla.

“¡Quieto Cervero!”, gritó una voz fuerte que no pudo ser la del anciano, pero que aquietó al canino. Cuando volvió a mirar hacia la choza para agradecer, no había nadie. Supuso entonces que el grito había venido de adentro y avanzó otras dos horas hasta ver las luces mezquinas de una población.

Eran las dos de la mañana cuando se plantó frente a la casa de su amigo y comenzó a gritar a voz en cuello, sin importarle un carajo a quién despertara y agregando algunas palabrotas de las creadas en el canino para llamarlo.

Una vez adentro se desplomó en la cama de aquel y durmió de un tirón hasta las once de la mañana cuando su amigo lo despertó para que comiera algo y para que saliera a atender a los vecinos que querían hablar con él.

En efecto, al salir, un buen número de vecinos le abordó con preguntas mientras otros lo miraban curioso.

“¿Usted fue el que llegó anoche?”

“Sí, yo fui. ¿Por qué?”

“¿Y por dónde llegó?”

“Por ahí”, dijo señalando la carrilera del tren a unos metros. El asombro general fue grande.

“¿Por ahí?... ¿De verdad?... ¿Y no vio a nadie?”

“Sí, por ahí llegué y al único que vi fue a un anciano y a su perro… ¿Qué pasa, hermano? Interrogó el Gordo a su amigo y este contestó comprensivo:

“Dicen que usted pasó por la mitad del cementerio y que el anciano es el fantasma encargado de no permitir el paso por ahí de noche”.

Horas después, con el fin de ver lo que vio en la noche, el Gordo y su amigo fueron en caballos a desandar el camino, pero llegados al sitio no encontraron la choza y los animales se negaron por completo a seguir esa ruta.

Luego desde un alto, los jinetes esperaron a mirar el cementerio cuando la tarde caía y vieron los primeros perros que lo atacaron e inclusive aspiraron los aromas del monte, pero jamás vieron al anciano de blanco que los vigilaba desde unos arbustos mientras acariciaba el lomo de su perro.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net