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Columnistas  |  14 agosto de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Julio César Londoño

Cábalas y símbolos

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Julio César Londoño

    Por Julio César Londoño

 

Aunque son comprensibles las prevenciones de la extrema derecha, de los contratistas de toda la vida, de los analistas ecuánimes e incluso del pueblo, que tiene razones para desconfiar del Estado después de dos siglos de garrote y cinismo, me gusta el momento que vivimos y tengo muchas esperanzas en la gestión del nuevo Gobierno.

El momento es feliz porque asistimos a la muerte política del enemigo público número uno, Álvaro Uribe, y al final de una era marcada por la injusticia y el terror, que empezó, hay que decirlo, antes de Uribe. Tampoco creo que este sujeto sea la causa principal de nuestros problemas. Los líderes son una consecuencia, no la causa; no inventan el mundo, lo interpretan; no van adelante sino atrás del pueblo, leyendo sus temores y libreteando sus sueños.

También es feliz el momento porque entran un partido político y un equipo de gobierno sin nexos con la mafia, creativos en sus propuestas y verdaderamente sensibles en lo social.

Algo que debe tranquilizar a los colombianos es que estamos ante un Gobierno de unidad nacional. Esto garantiza que Petro no tendrá las riendas, solo la batuta, una situación muy diferente a la que representa el líder verdaderamente peligroso: carismático, popular y extremista.

No será fácil revertir las cifras que deja la administración Duque: aumentos del 9 al 11 % en desempleo y del 5 % en hectáreas de coca, 39 % de pobreza, 10 % de pobreza extrema, 49 % de deuda pública y un déficit fiscal que creció del 3 % al espeluznante guarismo del 7 % del PIB. Algo nunca visto.

Petro recibe también un tejido social roto incluso dentro de las propias familias, Fuerzas Militares con algunos generales beligerantes, un sistema de pesos y contrapesos muy desbalanceado, una corrupción desbordada, una Policía con un largo historial de abusos, unos medios de comunicación que parecen seguir en campaña y un sector del establecimiento empeñado en ponerle palos en la rueda al actual Gobierno con la esperanza de que le vaya muy mal y que puedan volver a las andanzas en 2026. Por fortuna, la otra parte no le apostará a este juego perverso. No todo el establecimiento está compuesto por fanáticos delirantes que prefieren ver arder todo antes que perder sus privilegios.

Resulta muy estimulante la diversidad de fuerzas que componen la coalición de gobierno y la amplísima inclusión que se observa no solo en la conformación del gabinete de Petro sino también la que vimos en las concentraciones populares del 7 de agosto.

P. S. Es entendible que la espada de Bolívar sea un objeto carísimo para Petro, pero es un mal símbolo para el nuevo Gobierno. Las espadas nos traen malos recuerdos. Un arma española no representa a un Gobierno americanista cuyo norte es la paz. La Independencia misma es un suceso de dudosa validez. Los publicistas deben elegir un símbolo más popular. El Monumento a la Resistencia, en Cali. Una nueva bandera. Canciones. No azara. Todo regalao. Y si estas ideas les parecen agresivas, entonces pensemos en el tumbao de Verónica Alcocer, o en el profundo eslogan de Francia Márquez: “Soy porque somos”, o un himno nacional en clave de rap que le cante a la vida y al colombiano de hoy, no al necrofílico espíritu del siglo XIX. Necesitamos una semiótica con vida y significado actuales. Dejémosle la espada a la nostalgia del Eme, y los “símbolos patrios” a las instituciones. Inventemos algo potente, nuevo, que toque a los jóvenes, que despierte a los viejos y que se parezca al país que soñamos. Si me preguntan, yo digo que debemos acuñar un símbolo en clave ecológica. Me suena perfecto eso de “Colombia, potencia mundial de la vida”. A muchos, Bolívar nos dice poco. Su espada, menos.

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