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Cultura  |  24 julio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La biblioteca de Alejandría II

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Josué Carrillo

Sin duda alguna que mi hijo hubiera olvidado continuar la exposición sobre el Museion o Templo de las Musas, de no haber sido porque todos los días le recordábamos que no podía dejar inconclusa la charla, pues el tema era en verdad muy interesante y no queríamos echarlo al olvido. Tal vez para quitarse de encima esa cantinela, nos prometió continuar la exposición a la semana siguiente; en efecto, el lunes, cuando el sol había declinado y en la casa no había luz que entorpeciera la proyección de las diapositivas que él había seleccionado para su charla, y cuando todo estaba en orden, el proyector y la pantalla montados, los asistentes bien sentados y los pasabocas al alcance de todos, le dio comienzo a su presentación.

Como en el cuento La biblioteca de Babel, de Jorge Luis Borges, donde se imagina una biblioteca universal que contiene todos los libros que el hombre ha publicado a lo largo de los años, “todo lo que es dable expresar, en todos los idiomas”, así la parte del Museo de Alejandría destinada a la biblioteca debía dar cabida a todos los libros existentes. El propósito de su creación era reunir en el Museo todas las obras que el ingenio humano hubiera creado en todos los tiempos y en todos los lugares, para culminar así su plan de crear un centro de investigación y difusión del conocimiento científico. Aunque la idea de fundar una biblioteca parece ser de Demetrio de Falero, un estadista ateniense exiliado, quien se la sugirió a Ptolomeo I, fue su sucesor, Ptolomeo II, conocido como Filadelfo, quien dio inicio al proyecto en el siglo III a. D., al cual él y sus sucesores destinaron grandes recursos. Sin embargo, la autora de El infinito en un junco, Irene Vallejo, se atreve a pensar que la idea de crear una biblioteca universal nació en la imaginación de Alejandro Magno, porque una idea de tales dimensiones solo podía tener cabida en la mente de alguien que, como él, tuviera ambiciones colosales.

En los primeros siglos de existencia, la biblioteca contó con el apoyo de los reyes ptolomeicos, gracias al cual pudieron adquirir muchísimas obras; se cree que a mediados del siglo III a. C. ya tenía cerca de entre 490.000 textos y rollos de papiro y dos siglos después contaba con cerca de 700.000, unas cifras que parecen extremadamente grandes para la época. Cuentas menos alegres dan otros datos más creíbles, de 50.000 y 70.000, respectivamente, que contienen un volumen inmenso de conocimientos científicos y literarios. El crecimiento de la biblioteca fue tal, que hubo necesidad de una ampliación, la cual se hizo en el Serapeum de Alejandría.

Todo parece indicar que con el Serapeum la Biblioteca alcanzó la cúspide y comenzó su decadencia, porque en adelante sufrió incendios y otros desastres que marcaron un paulatino retroceso hasta su desaparición. No se tiene la certeza de cómo fueron el ocaso y el final de la icónica biblioteca; diferentes autores sostienen que un incendio ocurrido en los tiempos de Julio César señala el comienzo de su declive, mientras que otros son de la opinión que fueron las purgas de intelectuales en Alejandría, entre ellos su bibliotecario Aristarco de Samotracia; en cuanto a su final, unos aseguran que fueron las hostilidades de los cristianos y otros las conquistas musulmanas las que sellaron su cierre definitivo. De todos modos, el final de la Biblioteca de Alejandría constituye un desastre cultural solo comparable con la quema de libros llevada a cabo por los cruzados después de la toma de Constantinopla en el año 1204, o al incendio, mucho menos divulgado, de la Biblioteca de Bagdad en el año 2003 ante la presencia indiferente de las tropas norteamericanas.

La primera gran calamidad afrontada por la Biblioteca de Alejandría fue el incendio ocurrido en el año 47 a. C. cuando guerreaban los aspirantes al trono ptolemaico. Julio César intervino en defensa de la reina Cleopatra, y en la refriega se produjo un incendio que se extendió hasta el palacio, donde se quemaron todos los rollos que él mismo proyectaba llevar a Roma. Se cuenta que años más tarde, Marco Antonio donó a la Biblioteca de Alejandría un volumen grande de rollos que había tomado de la biblioteca de Pérgamo, para reponerle la pérdida sufrida en el incendio mencionado.

Con la caída del reino ptolemaico bajo el poderío romano, también cayó Alejandría, y le llovieron calamidades que marcaron el comienzo de su decadencia, la del Museion y la biblioteca. Aunque este no fue un hecho súbito, pues ambos establecimientos continuaron siendo faros culturales, sí fue notorio su retroceso, porque ahora carecían de los recursos de antes y no tenían quién se preocupara por dotarla. Para sortear las dificultades causadas por los recortes presupuestales, la biblioteca tuvo que adaptarse a las nuevas circunstancias y fue así como declinó la pretensión de recopilar en sus salones todo el conocimiento humano y tuvo que resignarse con metas más modestas.

En los siglos II y III arreciaron las vicisitudes, como la peste antonina que asoló todo Egipto, seguida por las luchas políticas en Alejandría, que afectaron notablemente su vida cultural; a estas se sumaron las devastaciones causadas por el paso de los emperadores Aureliano y Diocleciano. Sin embargo, el mayor golpe infringido a la biblioteca de Alejandría, y en general a la cultura de la ciudad, fue la proclamación del cristianismo como religión oficial del imperio romano. La creencia heredada del judaísmo en un dios único y verdadero chocó con todos los saberes contenidos en los rollos y libros de la biblioteca, considerados paganos, contrarios a la nueva fe; por esta razón decayó el interés de los nuevos creyentes en tales obras, incluso para algunos grupos de fanáticos estas fueron objeto de rechazo y erradicación. Esta situación se agravó con las leyes contra el paganismo decretadas por el emperador Teodosio, las cuales contribuyeron a exacerbar las pasiones y a legitimar los ataques contra todo lo que tuviera olor a paganismo. Fue así como en el año 391 el patriarca Teófilo azuzó a la turba que arrasó el Serapeum, parte importante de la biblioteca. Después vino el patriarca Cirilo, quien, siguiendo los pasos de su antecesor Teófilo, incitó a una fanaticada de monjes cristianos que lapidaron a Hipatia de Alejandría, la última representante de la escuela alejandrina, y junto a ella desapareció su copiosa biblioteca.

Aunque la Biblioteca de Alejandría subsistió a los ataques y guerras que soportó la ciudad, los siglos IV, V y VI fueron testigos de cómo se fue apagando el renombre que tuvo Alejandría como un faro de la cultura y una ciudad de libros.

En el año 640 fueron los árabes quienes le asestaron la estocada final al que fuera un ideal de la dinastía ptolomeica, la Biblioteca de Alejandría, pues en ese año Egipto fue invadido por los árabes y su capital cayó en manos del ejército musulmán comandado por Amr ibn al-As, de quien se dice fue el encargado de cumplir la orden impartida por el califa Omar de destruir la biblioteca. Contra esta orden se interpuso el teólogo Juan Filópono, quien abogó ante el general Amr ibn al-As para se abstuviera de quemar los libros de la biblioteca. Este no desoyó las razones de Filópono e intercedió ante el califa, pero no había nada qué hacer, la suerte estaba echada, cuando este sentenció:

"Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si se oponen al Corán, deben ser destruidos" es la famosa frase, atribuida al califa Omar, que signó la desaparición de la biblioteca que fuera el lugar que albergó todos los libros que el hombre había publicado a lo largo de los años. Sin embargo, en importante advertir que, para muchos estudiosos, como el historiador Edward Gibbon, que se han ocupado del tema, este relato del final de la Biblioteca de Alejandría no resulta ser muy verosímil, es más un invento para descargarle a los musulmanes la responsabilidad que los cristianos tienen en él. Parece más creíble que la decadencia de la Biblioteca fue un proceso lento y que cuando llegaron los musulmanes apenas si encontraron uno que otro vestigio de lo que fue el gran centro del saber de la antigüedad.

Terminado este relato, que se inició con el Museion o el Templo de las musas y concluyó con este de la Biblioteca de Alejandría, aplaudimos todos al hijo y comprendimos bien por qué sugirió ponerle a nuestra modesta parcela el ostentoso nombre de Alejandría.

 

REFERENCIAS

Canfora, Luciano: La biblioteca desaparecida. Trea, Asturias, 1998.

Escolar, Hipólito: La Biblioteca de Alejandría. Editorial Gredos, Madrid, 2003.

Google

Hernández, David: La Biblioteca de Alejandría, la destrucción del gran centro del saber de la antigüedad. National Geographic, 2020.

MacLeod, Roy: The Library of Alexandria: Centre of Learning in the Ancient World. Tauris Publishers, Nueva York, Londres, 2000.

Vallejo, Irene: El infinito en un junco, Ediciones Siruela, Madrid, 2021.

Wikipedia

 

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