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Cultura  |  26 junio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Abuela te recuerdo

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Un texto de Luis Carlos Vélez B, publicado en el libro Nostalgia a partir de imágenes, de la Tertulia Café y Letras Renata.

En una cafetería de Armenia miró la foto de su abuela Mariana Esther pensando: “es su foto de la cédula, la única que conservo”. Sin dejar de mirar la foto, evocó añejos momentos.

Me hacía levantar temprano, me daba tinto y desayuno; me peinaba con morita en el pelo y despachaba para el colegio. También me enseñó a leer y escribir. La veía bendiciéndome desde la ventana hasta cuando doblaba la esquina. Muchas veces me devolví para mirar si todavía estaba en la ventana y ya no estaba.

Me ayudaba con las tareas, me regañaba; sus coscorrones me sacaban chispas en el cerebro y después por las noches, contaba cuentos para hacerme dormir. Siempre madrugaba a leer recostada a la puerta de la cocina mientras asaba las arepas y batía el chocolate. La luz del bombillo alumbraba su cara y me quedé con ganas de saber qué leía, aunque recuerdo los nombres de Buridán, La bella platera, La máscara de hierro, y el nombre de la editorial Tor en el lomo de los libros. También leía las aventuras de El Enmascarado de Plata por entregas. Me tocaba ir a la galería y alquilar el libro que continuaba la historia.

Ella contaba que mi bisabuela, Clotilde Velásquez, fue profesora en escuelas de Chinchiná y Palestina, Caldas, donde por ir a enseñar murió ahogada cruzando un río. Muchas noches este suceso no me dejó dormir. Sabía muchas historias, y creo que las adaptaba para que las entendiéramos, o las inventaba.

Contaba a su manera Las mil y una noches, con sus genios en las botellas, princesas, príncipes y reyes, mendigos y soldados… Mis hermanos y yo esperábamos a que llegara la noche para que mi abuela continuara la historia que nos dejaba empezada. Nos quedábamos dormidos y dejábamos a la abuela contando sus historias hasta terminar o parar al darse cuenta que roncábamos… a la noche siguiente mi abuela y su santa paciencia, nos decía:

“Se quedaron dormidos y me dejaron hablando sola, no”, y reíamos, mi abuela la primera en reír a carcajadas, y preguntaba a cada uno hasta qué parte recordaba para reiniciar tomando como base lo que dijera el primero en dormirse. Según ella, como contaba y prestaba atención a los ronquidos, sabía quién se quedaba dormido, pero a veces ninguno roncaba y repetía su historia a las paredes oscuras de la alcoba. Rezaba mucho, también iba a procesiones y misas, comulgaba y nos hacía comulgar. Hacía obras de caridad, y nos decía:

“Lo que hagamos con la mano derecha no le contemos a la izquierda”, que en aquellos tiempos no entendíamos. Sabía muchos aforismos, proverbios y refranes…

Una tarde me llamaron al trabajo para decirme que mi abuela moría… al llegar a la casa, la triste noticia se hizo realidad… Nos dejó el misal que leyó a diario, la camándula que ya no alumbra en la oscuridad de mi pieza, las gafas que le recetaron y no utilizó, y lo más duro para mí: sus chanclas bajo la cama… sin ella. ¿Habrá algo más triste que ver los zapatos de nuestros muertos, arrumados en un closet?

Días después, de regreso en la cafetería, sacó del bolsillo un manuscrito y leyó en silencio:

Título: Abuela te recuerdo, “danza”. Septiembre 14 de 1994

Tarareó su canción, acompañándose con golpes suaves sobre la mesa, mientras el tinto formaba círculos en el interior del pocillo:

Las manos de mi abuela
Tejen hilos de esperanzas
Mientras sus ojos cansados
Me ven llegar de la escuela
Los recuerdos de mi abuela
Yo los llevo en mis cuadernos
Garabatos amarillos
Derroteros de un destino
En la casa nos quedaron
Sus agujas y un dedal
Un misal envejecido
Y sus gafas de cristal
Recordemos sus consejos
Sus caricias sus regaños
Y unas pantuflas de lana
Y un rosario en concha nácar
Las historias que contaba
Cuando éramos chiquillos
Se quedaron en el tiempo
Las conservo con cariño
Yo quisiera hoy en día
Descansar en su regazo
Esta frente tan cansada
Y sus besos me bendigan.

 

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