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Columnistas  |  28 septiembre de 2017  |  12:00 AM |  Escrito por: Juan David García Ramírez

Los contrastes globales de la democracia

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Juan David García Ramírez

Este domingo 24 de Septiembre, Alemania celebró sus elecciones presidenciales y parlamentarias, que dieron una ajustada victoria a la canciller Angela Merkel y su partido, la Unión Cristiano Demócrata. Este será su cuarto período en el gobierno, pero habrá cambios sustanciales en la coalición que debe formarse, al no haber alcanzado la mayoría absoluta de 355 escaños y después del anuncio de Martin Schulz, del Partido de la Socialdemocracia (SPD), de abandonar la Gran Coalición del 2013 y pasar a liderar la fuerza de oposición. Los dos mayores partidos perdieron electores y posiciones, al tiempo que los Verdes, Alternativa Para Alemania, La Izquierda y el Partido Democrático Libre o Los Liberales (Freie Demokratische Partei), crecieron en votantes y modificaron el escenario partidista del país.

Este no es un fenómeno inherente al sistema político alemán, o propio de su coyuntura actual. Está ocurriendo en todas las grandes democracias europeas y occidentales, y es la expresión de transformaciones más significativas en la estructura de los partidos, la economía de mercado, la composición demográfica, como también en la naturaleza de los conflictos, las preocupaciones y las preferencias de la ciudadanía. Ya en España, en las elecciones generales de 2015 y su posterior repetición en 2016, sucedió algo similar: aunque el Partido Popular de Mariano Rajoy fue el más votado, no consiguió la mayoría absoluta, y el PSOE, de Pedro Sánchez, sufrió el mayor descalabro desde la transición del 1978. Por su parte, Podemos y Ciudadanos abrieron una gran brecha en el sistema y se convirtieron en formaciones con vocación de poder y capacidad de plantear desafíos a la democracia española. En Francia, los dos candidatos más votados en las elecciones pasadas pertenecen a partidos ajenos al establecimiento político tradicional. Tanto En Marcha como el Frente Nacional, se hicieron un lugar preeminente y dejaron en segundo plano a los demás. Y en Gran Bretaña, con el Brexit en 2016, fue más que patente que una parte muy importante de los ciudadanos no se siente a gusto con la pertenencia a la Unión Europea, y se amplió el debate sobre el futuro de la misma como entidad supranacional.

En estas sociedades con las democracias más consolidadas, están dándose las discusiones más relevantes y serias sobre las respuestas que deben dar el Estado y los partidos a los problemas fundamentales de la vida social. Su modelo inspiró la tercera ola de la democratización (como lo explicó con suficiencia Samuel Huntington, en La Tercera Ola: la democratización a finales del siglo XX) en las exrepúblicas soviéticas, que se hicieron independientes en el mayor evento de descolonización y transición política del cambio de siglo, y en muchos países del África subsahariana y central, teniendo repercusiones parecidas en el sudeste asiático. La liberalización económica y política trajo modernización y estabilidad a muchos lugares del planeta y, sin embargo, en otros como Venezuela, Cuba y Corea del Norte, se sigue insistiendo en la revolución socialista, que solo ha traído miseria, represión y atraso en todos los ámbitos. El Índice de Democracia de la revista británica The Economist, ilustra con elocuencia los contrastes globales de la democracia, con democracias plenas como Noruega, Finlandia, Dinamarca, Alemania y España, y regímenes autoritarios como Kazajstán, Zimbabwe, Irán o Rusia. Colombia debe tener muy claro a quienes imitar y a quienes no seguir, si su aspiración es continuar la senda del progreso económico y político.

Juan David García Ramírez

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