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Ciencia Y Tecnología  |  30 enero de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

La sutil violencia de lo cotidiano

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Por Juan Felipe Gómez

Ehio es el nombre de un pueblo que espera un huracán, pero también el de una chica que ríe a carcajada limpia en medio de los disturbios de una ciudad desconocida. La enigmática palabra es una Galería de arte, una página pornográfica, un tipo de droga para masticar, una iguana, y un médico que extirpa un testículo gigante que terminará enterrado en medio de dos tumbas en el cementerio de La Almudena.

La aparición de esta palabra como una especie de fetiche en cada uno de los siete cuentos que componen El estado natural de las cosas es solo uno de los rasgos de singularidad de esta obra con la que el narrador español Alejandro Morrellón se hizo con el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en su cuarta edición.

Estructurado en tres partes con la fórmula 3-1-3 (tres portentosos cuentos breves, una nouvelle de impecable factura, y otros tres cuentos menores en extensión y tesitura estética y narrativa), el volumen propone una experiencia de lectura donde la nostalgia, el hastío, la incomodidad y el desasosiego de los protagonistas se conjugan en situaciones que trascienden el realismo puro, dando giros hacia lo fantástico de una manera tan natural como el ruido de un vaso que se rompe en la oscuridad. Esa imagen, al principio del cuento con el que abre el libro -Elogio del huracán-, propone algo así como el principio temático, el leitmotiv, que encontraremos a lo largo del libro: la violencia de lo cotidiano.

En el pueblo que espera el huracán hay violencia, pero también hay armonía precisamente porque de vez en cuando pasa Amalia, el huracán. Se trata de un cuento de sutil perfección en el manejo de la prosa y el tiempo narrativo. Cuatro páginas le bastan al autor para dejarnos con el sobrecogimiento de quien es testigo de algo que llega, se lleva las ofrendas y lo mejor de la comunidad, se va, y a pesar de ello es adorado y esperado de vuelta con devoción.

Reprimir el gesto exterminador e Intervención nº 3 sobre mano izquierda de sujeto anónimo tienen un aire entre cortazariano y kafkiano, con esos hechos de singular extrañeza que trastocan la vida gris de ciertos personajes y sus alrededores: la risa incontenible de una joven que se extiende por todo un vecindario y se oye por encima de los ruidos de la ciudad en caos; y el singular aviso de una Galería de arte en la que un artista ofrece 15.000 euros a quienes se dejen cortar la mano izquierda para una exposición. Los “alcances” del arte contemporáneo y la vacuidad de la vida del hombre también contemporáneo son retratados con una buena dosis de sarcasmo y humor negro.

El texto central, que da título al conjunto, parte de una clara subversión de las leyes de la lógica y la física: en medio de la noche un hombre cae para arriba y termina atrapado en el techo. La caída nos es presentada de manera tan sucinta y descarnada que lo que sigue, la nueva realidad y posición del hombre, lo leemos con incomoda naturalidad. Casado y con un hijo de brazos, el hombre en el techo asume el giro que ha dado su entorno, aprovechando la oportunidad de ser espectador de su propia vida y afrontando con desconcertante dignidad el devenir de los sucesos: los recuerdos de la infancia que son sacudidos gracias a un psicoanalista que llega a ayudarlo con su “problema”, y en los que se revela la relación un tanto tormentosa con sus padres; la extrañeza y el distanciamiento paulatino de su esposa y de su hijo; el descubrimiento de un nuevo universo erótico y una musa para su soledad; y finalmente otra caída. Mediante el clásico recurso del diario (Diario de latitud), que el personaje empieza a escribir cuando descubre desde su irregular posición la verdadera distancia en los ojos de su esposa, el autor introduce esta reflexión que vale la pena no pasar por alto: “Todo el mundo debería escribir lo que piensa en lugar de pronunciarlo. Nadie debería tener voz más que para cantar o gritar. Un mundo así, un mundo de sigilosos, privado del habla. Un mundo en consonancia con el poder de la palabra escrita en el que no se dijera nada salvo por escrito y desde la reflexión. Y aquí se acaba la mía. No voy a escribir más”.

Esta Nouvelle pone muy en alto el nivel del conjunto y en términos de edición se hubiera agradecido encontrarla al final del libro de manera que no decayera la satisfacción en la lectura, lo que claramente ocurre con los tres cuentos que la suceden.

Si bien no son cuentos despreciables, a La sombra de una imagen que se ahoga, Fucksímil, y Cuidado con el huevo quizás les faltó un hervor más para estar a la altura de las cuatro piezas anteriores. Sus argumentos no se alejan de la línea de lo fantástico surgiendo desde el plano de lo real: a una chica le crece una sombra de la nada como si fuera una enfermedad; una mujer se descubre celando a su novia con un clon suyo en un juego que recuerda el recurso del doble, tan recurrente en el cuento clásico; y un hombre padece no solamente el lastre de una deformidad, sino la inusitada conducta de su esposa frente al problema, hasta que toma una decisión radical.

Como en cualquier ejercicio creativo se corren riesgos, y en el cuento, más que en cualquier otro género, cuando se trabaja con materias sensibles e inflamables como el lenguaje, la realidad y la fantasía, se debe tener el pulso y las medidas precisas para lograr la amalgama perfecta. Con este trabajo Alejandro Morellón ha estado muy cerca de esa perfección.

 

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