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Columnistas  |  23 enero de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Jhon Faber Quintero Olaya

DESPEDIDA DE UN GIGANTE

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Jhon Faber Quintero Olaya

Por Jhon Fáber Quintero Olaya

José Saramago dijo alguna vez que “la muerte no es más que el efecto de una desorganización” y eso fue lo que dejó la partida de Carlos Mario Álvarez Morales. Un terrible caos emocional devino del prematuro fallecimiento del Exalcalde quien, con su inteligencia compartida, su humanismo constante y su ejemplo sólo generaba admiración. Las personas que tuvimos el placer de compartir diferentes charlas con el hijo de don Mario Álvarez supimos de su brillantez y transparencia, pero también del amor por su familia, su madre, su hija y su esposa.

No conozco una persona que no admirara la sencillez y amabilidad de Carlos Mario. Él era un deportista consagrado por su formación e historia laboral, pero también porque una mente sana debe tener un cuerpo en optimas condiciones. Su único pecado alimenticio era el pan. No faltaba en la mesa durante los diferentes encuentros que sostenía.

A la par de su actualidad y permanente análisis de los temas de país, departamento o ciudad, Carlos Mario estaba atento a las diferentes circunstancias que tenía que enfrentar judicialmente. En un primer momento y con la serenidad de un hombre inocente dijo que la Procuraduría en segunda instancia fallaría a su favor, lo que en efecto ocurrió con el paso de los meses. La mirada analítica y pedagógica del filosofo se compaginaba con la prudencia, el respeto y la fe en las instituciones. Esa fue su orientación siempre en el momento de la turbulencia, pero también en el fervor del éxito.

Carlos Mario no permitía que ningún problema alterara su agenda. Planeaba con tanto cuidado su agenda como sus palabras y siempre tenía tiempo para una llamada o un mensaje. Él nunca se alejaba de sus amigos y de las personas cercanas. Un mensaje, un video o una llamada era algo frecuente en el Ex Burgomaestre.

Siempre tenía una historia por contar o una anécdota por compartir. Él podía en la mitad de un serio debate hacer una broma, con la que sólo una mente brillante puede adecuar un escenario dialectico. Sus ideas corrían más rápido que sus travesías por la pista de la Universidad del Quindío. Era realmente un gran ser humano.

En forma desafortunada tuvo que vivir tiempos difíciles; momentos en los que su familia tuvo una de las pruebas más complejas de cualquier ser humano: la pérdida de su libertad. Nunca escuché a Carlos Mario quejarse por estas circunstancias, pero siempre defendió con vehemencia su inocencia. Conocía como pocos los detalles de su proceso, al tiempo que las constantes inquietudes del comienzo encontraban en él con posterioridad sus propias y certeras respuestas. No le temía al futuro, por el contrario, anhelaba poder contar con la oportunidad de estar en un estrado y plantear todos sus argumentos. En muchas ocasiones hicimos simulacros de lo que sería su testimonio.

Hoy, los enigmas del mundo y la finitud humana le impidieron a Carlos Mario expresar ante los jueces cada uno de sus planteamientos, perspectivas y análisis respecto al caso que muchas noches le robó el sueño. Sin embargo, considero que ello no resulta necesario porque la obra del autor habla más de su personalidad que sus propias palabras. El reto no es defender su buen nombre, sino conservar su legado.

La ciudad de Armenia despidió esta semana a un gran hombre, un gigante del civismo, la lectura y los valores. En lo personal se fue un amigo, un maestro, alguien a quien tuve la oportunidad de tener como profesor en el colegio y de quien me pude despedir como abogado. Una partida sin duda prematura que como dijo Saramago dejó una gran desorganización y un significativo vacío. Descanse en paz Carlos Mario.

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