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Cultura  |  22 enero de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Crónica: La botella azul

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Escrita por Carlos Fernando Gutiérrez. Docente, poeta y escritor colombiano.

El bus urbano se detiene en el paradero de la 21 con 19. Al frente, sobre el andén, vi al hombre con su carreta de madera. Encima de ella, en aparente desorden, los despojos de la ciudad. Lo tirado que se niega a perecer. Cartones, latas, recipientes plásticos de muchos colores, dos lámparas sucias, tres o cuatro juguetes y una cartera de mujer, pasada de moda. Cosas abandonadas por el tiempo y el uso.

Se detiene frente a unas canecas plásticas de un conjunto residencial. Da una mirada panorámica a su contenido y extrae tres o cuatro bolsas de manera ordenada, pero rápida. Como un viejo lobo que conoce su oficio, las palpa. De ellas extrae objetos y papeles que deposita en lugares estratégicos de su carreta.

La ciudad oscurece. Sus calles se llenan de voces, prisas y pasos frenéticos. El tiempo se agita en rostros y relojes. Todos en busca del refugio tranquilo y seguro de sus casas. Ninguno se percata de los detalles de la vida urbana. Del rostro angustiado, del gesto amenazante, del desenfado juvenil, del sonar de monedas, de la música que escapa de un viejo café. De puñales que se alistan en los bolsillos. Solo la visión del hombre que esculca las bolsas de basura, me lleva a otra ciudad, de aquella que negamos ver.

Con una rapidez meticulosa, se apropia de lo olvidado, de lo inservible, de lo desechado. Lo veo pasar sus dedos negros y callosos por encima de las bolsas, palpando lo que tiene valor. Su mirada está en las manos. Abre las bolsas, revisa su contenido y extrae dos o tres elementos útiles. Con parsimonia experta anuda sus puntas y las ubica en el fondo de la caneca. Pero ocurre un hecho que rompe esta rutina común de ciudad. Un gesto inmortal de belleza.

Desde mi distancia, veo que el hombre se detiene en la tercera bolsa. Su rápida inspección hace una pausa, detalla un poco más. Esculca con detenimiento la gran bolsa plástica de supermercado y extrae un objeto de vidrio. Una botella que, desde la luz de las seis de la tarde, refleja un azul brillante. La levanta por encima de sus hombros y la observa con un asombro único. Lo veo en sus ojos, en su rostro, en sus gestos: un regalo de ciudad.

La toma meticulosamente de su cuello y la frota con las mangas de su camisa, como un talismán precioso y único. Con la otra mano, revuelca los chécheres de su carreta. Entre el amasijo de objetos inservibles, toma una flores plásticas recién desechadas. Las veo resaltar entre los dedos sucios, como un fuego que se aviva en su cara. Con un gesto único e impensable a la ternura, las introduce entre la boca ancha y profunda de la botella. Aleja este tesoro de su rostro y lo observa, con ese gesto que se inmortaliza al contemplar la belleza. El mismo que se repite desde la memoria más antigua, cuando estamos ante un momento sublime y único. Rápidamente envuelve la botella y el ramo de flores, entre papeles y periódicos viejos, cuidando del tesoro encontrado.

¿Pensará en su mujer y su casa? ¿Acaso la botella estará en el centro de su mesa? ¿Adornará la repisa que heredó de su madre? ¿La pondrá encima de su viejo televisor? ¿La expondrá en el marco de una ventana que mira hacia una calle? ¿La dará como regalo, quizá disculpando un olvidado cumpleaños o un obsequio navideño? Quizás mis cavilaciones de pasajero urbano, están lejanas o cercanas de este instante, donde el tiempo se detuvo a contemplar a este hombre y su ritual, casi invisible para todos.

Quizás fue el gesto de levantar la botella azul, con las flores plásticas y amarillentas, que me llevaron a inmortalizar este instante. Quizás la belleza no tiene distinción para manifestarse. Pero así es la vida, es buscar entre lo común, las señales del asombro.

El ruido de la puerta trasera del bus urbano, me devuelve a mi lugar común. Entre el vaivén y la algarabía, busco al hombre por última vez. Desde una lejana esquina lo veo enfilar la carreta hacia las calles bajas de la ciudad. Mis ojos guardan ese instante único, donde un solo gesto de lo bello, nos puede sorprender.

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