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Cultura  |  24 octubre de 2021  |  09:39 AM |  Escrito por: Edición web

Los niños del futuro II

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Nota de la redacción: La escritora Auria Plaza que durante más de un año publicó sus cuentos en El Quindiano con puntual frecuencia semanal, hace unas semanas tuvo que interrumpir sus narraciones de domingo en El Quindiano.com, por causa de una enfermedad de la cual logró salir airosa tras una intervención quirúrgica.

Los lectores disfrutarán del cuento de hoy, Los niños del futuro II, que fue seleccionado y recibió un estímulo económico por parte de Corpocultura de Armenia.

El Quindiano.com saluda y celebra con sus lectores el retorno a sus páginas de la esforzada colaboradora, residente en El Caimo.

Los niños del futuro II

Por Auria Plaza

Cumplieron dieciséis años y es el momento fijado para que los jovencitos regresen al planeta Tierra, se reinserten y empiecen a trabajar en su misión. Por más que en todo este tiempo sabía su destino estoy desolada. La niña de mis ojos se tiene que marchar. No importa si la razón y la lógica me digan que así debe ser, dentro de mi hay un dolor inexplicable. Somos una sociedad sin apegos y no tengo ningún derecho de obstaculizar el proyecto.

Por más de cinco mil años la Colonia Ah Kin envió al mundo sus mejores alumnos, para que, con su conocimiento, hicieran del planeta Tierra un lugar habitable para todas las especies. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de los elegidos, los cuales hicieron grandes descubrimientos para la humanidad, ésta, en lugar de usarlos para el beneficio de todos, abusa del poder. Su desconexión con la naturaleza y sus distintos ciclos están llevando el mundo a una vida artificial y destructora.

Eso es lo que nos cuenta la historia. También nos cuenta que los enviados fueron perseguidos por sus ideas o inventos innovadores. Los pobres, sin experiencia sobre la cultura humana, eran presas fáciles para el engaño y la burla. Los de Ah Kin vivimos de acuerdo a un orden establecido por la Liga Intergaláctica, dedicados al estudio y la investigación. En nuestra herencia genética cultural no hay malicia para manejar las luchas de poder y la política de competencia del establecimiento de los terrícolas.

Soy una mujer de ciencia sin pensamientos ociosos, sin embargo, encerrada en mi cuarto, no hago más que darle vueltas a la situación. Recordar el por qué mi Elizabeth se tiene que ir. Debido al fracaso de la Colonia de mandar a sus hijos, la Liga Intergaláctica decidió traer terrícolas para ser educados por los mejores instructores de Ah Kin. Los niños elegidos fueron aquellos nacidos en el preciso instante cuando los dos soles del planeta Hunab Ku se alinearon con el sistema solar de la Tierra. Gracias a la poderosa emanación de ese momento recibieron una energía que los hizo especiales y, por lo tanto, con la preparación adecuada ahora serán devueltos a su mundo para rescatar a la humanidad. La elección de los padres no fue importante, pero tampoco separarlos de ellos, por lo cual se tuvo en cuenta que fueran parejas o madres solas.

Mi esposo y yo fuimos parte del grupo encargado de seleccionar los 12 países. La decisión no fue fácil. Tenemos el principio de no agresión y no intervención, pero con el desastre que se avecinaba no sólo podría ser afectada la Tierra sino otros planetas. En realidad, la decisión de secuestrar bebés terrícolas fue del Consejo Interplanetario de la Vía Láctea. Consideraban la situación de emergencia un bien mayor.

Elegimos niños de: Egipto, Sudáfrica, Estados Unidos de América, México, Israel, Japón, China, Turquía, Rusia, España, Francia y Australia. Igual se siguieron de cerca a los bebés nacidos en el resto del mundo en ese mismo instante. A ellos se les llamó niños zolkin; serán terrícolas mucho más avanzados en lo ético, mental y espiritual que el resto de su generación. El sólo hecho de haber nacido en el momento del “rayo sincronizador” tuvieron habilidades especiales y ayudarán a la humanidad a cambiar su estilo de vida.

Mi Elizabeth nació en España, su madre biológica, una mujer muy joven, se enfermó a los dos años de llegar a la Colonia y murió quedando la pequeñita a cargo del Estado. Siempre recordaré el primer día que la vi. El cielo estaba despejado, los dos soles resplandecían encima de un ocaso sin nubes y yo, una funcionaria más, haciendo un trabajo rutinario: visitar la familia que cuidaba a la niña terrestre. Después de hablar con la madre sustituta fui a ver a la pequeña quien estaba en su habitación en el segundo nivel. Allí la pequeña jugaba en el suelo y la luz entraba por el ventanal arrancando rayos rojizos al cabello que enmarcaba un rostro asimétrico donde destacaban sus ojos almendrados que me miraron con sorpresa. Corrió hacia mí abrazándose a mis piernas. Sentí un nudo de dolor muy extraño y al mismo tiempo un calorcillo que invadió mi cuerpo. Desde ese momento hubo una conexión muy fuerte entre las dos, ese hilo rojo que ata con lazos más allá de la sangre.

A pesar de que mi esposo es el encargado de la logística, no puedo pedirle que haga excepciones. Algunos de los padres de los chicos tienen más hijos que recibieron una educación de acuerdo a sus habilidades, a ellos no se les separará y todos serán relocalizados. En cambio, yo tendré que ver cómo mi Lisa se va. Ella, tan obediente, alegre, interesada en la gente, que tanto ama este lugar regresará a su planeta y, lo que es peor, sin familia que la acompañe. No hay manera de que esto cambie, son las reglas de la Colonia.

Mientras la señora Úrsula Bath encerrada en su habitación divaga, en la oficina su esposo trabaja arduamente en los procedimientos para devolver a los elegidos y sus familias a los lugares de origen. De pronto, fue interrumpido por una de las madres del grupo.

– Master Baht, nosotros no queremos ir a Moscú, mis hijos no conocen otro lugar que este. Mi esposo y yo somos felices aquí. Por más preparados que estamos nos asusta el cambio.

–Señora Vasíliev, ustedes sabían que esto iba a ocurrir cuando su hija cumpliera los dieciséis años.

–Tenemos una proposición. Karol puede viajar, como lo hace cualquier chico en la Tierra, una vez que termine el bachillerato. Continuaría sus estudios y cumpliría su misión.

–No es una mala idea. Déjeme ver cómo se puede resolver.

Mientras el Sr. Baht hacía unas llamadas a los contactos en Rusia para cambiar los arreglos y conseguirle a Karol una familia anfitriona, llamaron a la puerta Frank y Guadalupe.

–Adelante ¿Qué se les ofrece? –eran unos muchachos bien distintos. Él, rubio, atlético, de ojos de un azul intenso y con una seguridad que emanaba de cada poro. Ella, menudita, de tez cobriza, ojos pequeños de azabache y de actitud recatada.

–Maestro –dijo el muchacho con voz firme– no queremos que nos separen.

–Tu destino es Australia y el de Guadalupe es México.

–Sí. Eso lo sabemos. Es el tema de conversación en los últimos días. Mamá tiene otro hogar aquí y a mi papá no le importa irse o quedarse, pensamos que tal vez me podrían enviar con la familia de Guadalupe, ellos me quieren como a un hijo.

–Además –interrumpió la muchacha con una voz cadenciosa y dulce– todos saben que Frank conoce más de la cultura azteca y maya que de canguros. Es especialista en literatura latinoamericana y está familiarizado con nuestras costumbres.

–Ustedes son los segundos en venir a proponer cambios. Déjenme consultarlo.

El Sr. Baht llamó a sesión extraordinaria a la junta directiva del programa y una vez reunidos dijo:

–Lo que nos temíamos está sucediendo. Algunos de los del grupo ya empezaron con sus propias propuestas. Se tendrán que hacer los cambios y ajustes necesarios. ¿Quieren ustedes que las decisiones sean consultadas caso por caso?

–No. No es necesario –dijo el psicólogo del programa–. Sabemos cuáles son los cambios que se requieren. Los muchachos están educados para exponer sus inquietudes y no a obedecer a ojos cerrados. Tienen derecho a creer, valorar y a opinar por sí mismos. Son inteligentes emocionales, saben lo que es mejor para ellos y para los otros.

–El problema no son los chicos –dijo el de bienestar familiar– los que me inquietan son los padres.

–Lo que más nos preocupa a los de la Federación es mantener el secreto de la existencia de la colonia. Es la primera vez que vamos a mandar gente terrícola. Los jóvenes son muy conscientes de su misión, pero los padres… ellos ya venían con ciertos resabios: celos, envidia, competencia, el ego; emociones que aquí son innecesarias y la más inquietante de todas esas tendencias de usar “el saber y el dinero” para sentirse superiores.

– Es cierto, sin embargo, también es cierto que aquí aprendieron a eliminar todos esos trastornos inútiles.

Empezaron a hablar todos al mismo tiempo. El maestro Ab Ku se les quedó mirando y callaron para escucharle:

–El tiempo aquí les enseñó lo importante que es servir a sus congéneres. Expresar sus talentos no sólo para goce de sí mismos sino de todos. Podemos pensar que no son los mismos que dejaron el mundo hace dieciséis años.

Las palabras del maestro dieron por terminada la reunión, había mucho trabajo por hacer.

El Sr. Baht, habló con los chicos de Sudáfrica para comunicarles que serían relocalizados en Kenia, como lo pidieron. El considerarse ellos descendientes de los Masai y hablar el suajili y otras lenguas africanas, les parecía que podrían trabajar allí pues entenderían mejor los diversos grupos étnicos.

Se reunió con el comité de despedida y los artistas encargados del agasajo. Luego se fue a supervisar la obra de la plaza Pléyades. La escultura en honor de los elegidos estaba casi terminada. Doce figuras, hechas en un material parecido al aluminio, pero más resistente, de siete metros de altura cada una, desnudas, sin formas definidas de sexo, erguidas formando un círculo imperfecto con los brazos extendidos y las manos abiertas elevándose al cielo tratando de alcanzar una esfera de color cobre incandescente suspendida en el aire desafiando la gravedad. Será un recordatorio del paso de estos jóvenes por la Colonia.

el Sr. Bath llegó a su casa, se encontró a su esposa en una crisis de llanto. No la podía tranquilizar, ni que le dijera por qué tanta angustia. Después de casi obligarla a que hiciera ejercicios de respiración y entre inhale, sostenga, exhale, ocho, siete, ocho, respire, logró calmarla y no podía creer lo que empezó a decir:

–Llevo más de dos meses casi sin comer ni dormir, no soporto la idea de que me separen de mi hija.

–¿Cual hija, mujer? Nosotros no tenemos hijos.

–Lisa. Desde que murió su madre yo me hice cargo de ella.

–De la bebé se hizo cargo el Estado. Se la entregó a una familia sustituta y tú te convertiste en una especie de hada madrina.

–Claro, tú nunca te diste cuenta de que yo le di mi vida a Lisa. La llevé el primer día de escuela, la acompañaba a sus clases extracurriculares, tocábamos el piano juntas, fuimos de compras, en fin, todo lo que hacen una mamá y una hija.

–Pero tú sabías que esto iba a suceder.

–Conocía cuál era el destino de ella, pero ahora que se acerca la partida no puedo soportar este dolor. Además, ella es tan frágil, no creo que resista vivir sola ¿por qué no dejas que se quede?

–Doce fueron los elegidos, doce se van. Además ¿qué pasa aquí? ¿Qué transformación es esta? ¿Desde cuándo tus emociones andan tan desequilibradas? Llamaré al Dr. Zen para que te ayude a encontrar tu equilibrio.

No solo la señora Baht perdió el control, la jovencita Elizabeth, cariñosamente llamada Lisa por todos, estaba deprimida y no quería ver a nadie. Los compañeros del colegio, los profesores, los vecinos, los elegidos iban a visitarla y ella se negaba a recibirlos.

El Dr. Zen pidió consulta con otros colegas y neurólogos para tratar el caso de la Sra. Baht y de Elizabeth; nunca se había enfrentado a una situación de esta naturaleza. Si fuera sólo Lisa, podría pensarse en una enfermedad cerebral, pero esta señora fue siempre normal y una profesional muy exitosa. No podía ser que dos personas, por el hecho de sentir que se van a separar reaccionaran de manera tan extraña.

Luego de mucho deliberar llegaron a la conclusión de que no tenían entrenamiento para este tipo de “enfermedad” y lo mejor era ponerlo en conocimiento de la Liga Intergaláctica y de la mesa directiva del Programa.

Mientras esperaban la llegada de los delegados del Consejo Interplanetario todo seguía igual. Pasó una semana y se hicieron otros cambios. Todo estaba listo para la fiesta de despedida. Una noche un ruido conmocionó a la Colonia. Llegaron al lugar de donde provenía y resultó ser la plaza de Las Pléyades. Encontraron gente de todas las edades caminando entre la escultura y, alrededor de una de las figuras de los doce, unos jóvenes tomados de las manos danzaban cantando a coro:

–Lisa se queda. Ella es nuestra.

Lograron hacer que todos volvieran a sus casas con la promesa de que se estudiaría el caso.

Mientras, en la Liga Intergaláctica y en el Consejo Interplanetario, estaban sorprendidos con el rumbo tomado al haber mezclado los terrícolas con los Ah Kin. Ellos esperaban que los humanos cambiaran su comportamiento y fueran más racionales. Que a través de la enseñanza y el ejemplo que impartirían sus elegidos, con el tiempo empezarían a vivir con leyes espirituales que respetaran todos, para restablecer la armonía en el Universo.

Se daban cuenta de que, si se buscaba el equilibrio, los Ah Kin también tenían mucho que aprender de los humanos. Ese mundo tan ordenado en el que ellos vivían estaba siendo alterado por unas emociones desconocidas, una afectividad personal que se estaba demostrando en el caso de Elizabeth. La empatía natural de ella logró que la amaran y respondan a ese sentimiento en forma instintiva, trayendo a la superficie algo olvidado: que todos forman parte de la caja de herramientas del otro.

En ese mismo instante enviaron un comunicado a la Colonia:

“Adelante con lo programado. Sólo once regresan. A Elizabeth la necesitamos con los Ah Kin”

La costumbre no me permite formular preguntas, soy una mujer libre con un trabajo que me gusta y ahora que Lisa se queda, la más feliz de la Colonia; no obstante, me gustaría saber qué hizo que la Liga Intergaláctica y el Consejo cambiaran las reglas. Lo sabré en unos años cuando nuestro historiador lo escriba.

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